Mori no es el problema
La anunciada dimisión del primer ministro japonés, Yoshiro Mori, que finalmente se confirmó ayer, no es la solución a los problemas de Japón. Las primarias en su Partido Liberal Demócrata (PLD) solventarán poco si el 24 de abril se limitan a elegir al sucesor. La crisis de Japón se debe no sólo a su peculiar y cerrado sistema político, sino que está en gran medida determinada por la larga y severa crisis económica de la segunda economía más importante del mundo, que ha perdido una década.
El pinchazo de la burbuja especulativa en los mercados de acciones e inmobiliario, alimentada durante los ochenta, no fue respondido con políticas económicas acertadas. El resultado es la más severa depresión desde la Segunda Guerra Mundial. Numerosos paquetes de gasto público han tratado de reanimar sin éxito al enfermo, pero han generado una deuda pública superior al 140% del PIB. El enfermo no acaba de reaccionar, sigue sumido en un cuadro deflacionista que ha motivado sucesivas reducciones de tipos de interés hasta el actual nivel cero.
La manifestación más importante de esta crisis es el deterioro del sistema bancario. La falta de confianza de los agentes económicos y los adversos resultados de las empresas han menoscabado la solvencia del que hasta hace poco era el sistema bancario de mayor envergadura del mundo. Esa precariedad financiera no sólo es un obstáculo a la recuperación económica, sino que constituye una seria amenaza para otros muchos países. Existen, por tanto, razones más que suficientes para que las instituciones internacionales tomen cartas en el asunto. Si economías de menor dimensión justifican la intervención del FMI o del Banco Mundial, sobran las razones para que estas mismas instituciones intervengan para orientar la política económica de Japón y sanear su sistema financiero. El buen gobierno y la eliminación de la corrupción que se reclama a otros es ahora una exigencia básica a una de las principales economías de la OCDE. Por el bien de todos.
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