El manteo de la gloria
Hierro y Raúl sacaron de la banda a Del Bosque, que se resistía a asumir cualquier protagonismo
El remolino mediático, la tropa de los fotógrafos, las cámaras y los micrófonos inalámbricos en estampía de un lado a otro del estadio arreciaron sobre los 17 jugadores del Real Madrid, que corrieron como posesos por el césped con copas de papel de plata y capotes al ritmo esquizofrénico de una mezcla de cantos con base tecno fluyendo a todo volumen de la megafonía.
El ruido y los atropellos pudieron con todo. Hasta con el granítico Vicente del Bosque. En medio del tifón, ahí estaba el entrenador. Entre los gritos de "¡campeones, campeones...!" de Figo y las verónicas de Raúl, en fase torera, al aire o al cochecito de las asistencias que conducía Casillas y al que se encaramaron todos los blancos. Ante los 80.000 espectadores en éxtasis, ahí estaba el salmantino, serio como dice que fueron los de su estirpe, el bigote en su sitio, imperturbable, manteado varias veces por sus pupilos, arriba y abajo, en una paliza para sus huesos que tuvo que saberle a gloria. En medio del remolino.
¿Cuál ha sido su mérito? ¿Cuál fue el trabajo de Del Bosque para que repercutiera en el título de la Liga? Le llovían las preguntas al entrenador, pero permanecía recio y se esforzaba por recordar a sus jugadores por encima de todo: "Tengo el mérito de un técnico que aglutina e intenta congeniar caracteres en busca de un mayor rendimiento. En un año, como en una familia, a veces hay relaciones tensas y momentos difíciles. Pero los jugadores han sido unos excelentes profesionales y los más castigados con el banquillo han tenido un comportamiento realmente soberbio".
Cantaba el alirón el Bernabéu, a diez minutos del final del partido. Todos esperaban a los jugadores y los jugadores posaban para la foto de toda la plantilla en el medio del campo. Habían dado la vuelta olímpica y se habían lanzado de panza contra las cuatro bandas del rectángulo de juego. Pero echaban de menos a un personaje. Uno que permanecía escondido en la banda, junto al túnel de vestuarios: Del Bosque. Hierro y Raúl lo cogieron y se lo llevaron al centro del huracán. Allí lo mantearon. Una, dos, tres veces... Mientras tanto, Casillas y Roberto Carlos daban vueltas alrededor de la montonera subidos a su carricoche.
Del Bosque hizo balance de la temporada al salir del vestuario, a salvo de la lluvia de cava. Recordó la Liga de Campeones y ponderó la trascendencia del título que acababa de ganar -su segundo trofeo, junto a la Copa de Europa de 2000, que gana desde que fue nombrado técnico a principios de ese año- con mucha muñeca y perfil bajo: "De 17 partidos de los que consta la Champions hemos jugado 16, el máximo casi. Por tanto, la trayectoria en esta competición ha sido por lo menos notable. Ahora todo está adquiriendo mayor dimensión. Los títulos se celebran con mayor entusiasmo. Ahora hay mayor eco de todas las cosas y esto agranda la figura de los futbolistas, que son los que en verdad han hecho posible, con su esfuerzo y su calidad, que se aguante el peso de la historia de este club. Terminamos el siglo pasado mandando en Europa y comenzamos el presente mandando en España. Esperemos que siga la racha y que el Madrid esté encima de todo".
"Lo mío no es una pose", agregó Del Bosque; "siento una satisfacción grande por representar al Madrid, por tener la fortuna de estar en este club y dirigirlo en la parcela técnica. Pero lo más justo es que los jugadores, que son los que se han vaciado, disfruten esta alegría. Siento una felicidad inmensa, pero el protagonismo lo deben asumir ellos. Ya he dicho que he tenido la suerte de llegar a este puesto en un momento de una inercia ganadora y me estoy aprovechando de los buenos jugadores que tiene el Madrid".
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