Los mercaderes de la guerra siempre ganan
Intérpretes, taxistas y recepcionistas de hoteles sacan tajada del trabajo de los periodistas occidentales
Dentro de pocos años tal vez se rodarán películas y se escribirán novelas basadas en estos personajes. Son los mercaderes de la guerra, los que siempre caen de pie aunque se hunda el mundo a su alrededor. Desenvueltos, avispados, amables y mentirosos. Abundan en la capital de Pakistán, Islamabad, y en las ciudades más integristas, Peshawar y Quetta. El periodista de guerra llega a un país donde, a pesar de que el inglés es la lengua oficial, la mayoría de la gente no lo habla, y de repente el cronista parece un niño cargado de dinero al que hay que llevar a todas partes de la mano.
Al llegar al aropuerto de Quetta ya se abalanzan sobre él los intérpretes. Cada uno acude con tres o cuatro amigos para ahuyentar a los taxistas, que protestan porque les quitan el trabajo. En un país donde alquilar un taxi puede costar veinte duros en tiempos de paz, estos jóvenes sin trabajo se ven de pronto con un sueldo de 20.000 pesetas por día. En teoría hablan inglés, persa, urdu (la otra lengua mayoritaria de Pakistán) y pastún, la de los talibanes. En la práctica, muchos de ellos, como el que acompañó a este periodista a los hospitales de refugiados la semana pasada, han de traducirle otras personas, en este caso, por un enfermero, lo que dicen los afganos en pastún, para que el intérprete lo entienda en urdu, y después procure expresarlo en su inglés. El enfermero, de 19 años, al final de la entrevista se ofrecerá como intérprete: '¿Quiere conocer a estudiantes afganos radicales? ¿Quiere que les lleva a donde los niños buscan entre la basura para encontrar huesos y después venderlos? Yo puedo llevarle'. Y al día siguiente preguntará: ¿Sería difícil para mí, con la ayuda de usted, conseguir un visado a España? ¿Es difícil casarse en España?'. La necesidad del mundo por conocer en qué condiciones llegan los refugiados y la ansiedad de los intérpretes por hacerse con el máximo dinero en el mínimo tiempo posible da lugar a las informaciones falseadas.
'Yo sé de sobra que muchas de las familias de refugiados a los que entrevisté no eran refugiados que han llegado ahora, sino gente que llevaba años', comenta el cámara de una televisión. 'Nos estaban engañando. Y el intérprete lo sabía de sobra. Pero lo han hecho porque nosotros nos hemos querido dejar engañar. Si la competencia había hablado con refugiados recientes, ¿cómo no íbamos a hacerlo nosotros'.
El negocio prosigue en el hotel. Si hace un mes pasar la noche en uno de los mejores hoteles de la ciudad no llegaba a las diez mil pesetas, ahora pasa de las 50.000. Las grandes cadenas de televisión de todo el mundo han pagado habitaciones en distintas ciudades, como si se hospedaran en ellas, sólo para asegurarse de que en caso de desplazamiento tendrían la plaza garantizada. Porque las reservas por teléfono dejaron de ser fiables desde el 11 de septiembre. Ahora funciona mejor el soborno. 'Yo le di diez mil pesetas a un recepcionista del hotel Serena', comenta otro reportero hispano.
Además, son los propios empleados del hotel los que recomiendan a sus propios intérpretes. 'Y esa gente recomendada', señala el enviado especial de uno de los principales periódicos de Estados Unidos, 'los intérpretes que vienen por aquí, suelen ser informadores del servicio de inteligencia paquistaní'.
De la desinformación se llega al estraperlo. Los maîtres de los hoteles procuran cerveza a los extranjeros, en teoría, prohibida. Y los intérpretes prometen prostitutas por tres mil pesetas.
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