_
_
_
_
EL BICENTENARIO DE VICTOR HUGO

El novelista cinematográfico

Construyó Victor Hugo máquinas narrativas impresionantes en la edad de la gran industria. Yo diría que fue el modelo de los escritores del futuro siglo XX, protegido por los poderosos y en lucha con el poder, pensionado y censurado por los Borbones, académico, par de Francia con Luis Felipe de Orleans, apoyo y azote de Luis Napoleón Bonaparte ('inmundo enano', lo llamó en sus versos) y exiliado veinte años. Fue un líder de masas. Entendió que el discurso político y el discurso literario tienen un solo destinatario: el público. Anticipándose a los políticos modernos, transformó al pueblo en público. Tuvo la megalomanía de pensar que una novela es política y religión: comparó la invención de la imprenta con el milagro del pan y los peces; la Revolución Francesa es un gesto de Dios, escribió en Los miserables, epopeya de la conciencia, según el propio Hugo, pontífice de la demagogia, según un contemporáneo.

Más información
El rastro del poeta

Fue un extraordinario inventor de novelas: visitaba las cárceles para documentarse exhaustivamente, estudiaba estadísticas sobre los bajos fondos y pronunciaba encendidos discursos parlamentarios contra la miseria y la pena de muerte. Cada día, cuando escribe Nuestra Señora de París, visita la catedral, sube a sus torres paralelas, en las que ve trazada la H de Hugo. Descubre la palabra Fatalidad en un rincón tenebroso y se siente impelido a escribir sobre las cuatro fatalidades que someten al hombre: la religión, las leyes, la naturaleza y la fatalidad interior, la suprema fatalidad, el corazón humano. Concibe sus novelas con una teatralidad de periódico escandaloso.

Había vivido una vida de novela de Victor Hugo, hijo de una monárquica y un general de Napoleón que llegó a gobernador militar de Madrid. El amante de la madre y padrino del escritor, el general Victor Lahorie, conspiró a favor de los Borbones y acabó en el paredón de fusilamiento. La boda del ahijado se celebró en los mismos salones donde fue condenado a muerte el hombre por el que se llamó Victor, y en la misma ceremonia nupcial perdió la cabeza el hermano de Hugo, locamente enamorado de la novia. Balzac contó en La prima Bette una versión de los adulterios de los esposos Hugo. Exiliado en la isla de Jersey, Hugo conocería el espiritismo, que invoca a las almas como la literatura invoca a las masas, y recibió de una mesa volante-parlante la orden de asesorar a Dios como había asesorado a Luis Felipe y a Luis Napoleón. Utilizó como vehículo Los miserables.

La edición que tengo aquí

ocupa 1.500 páginas en tres tomos. Cuando apareció en 1862 la primera edición provocó el frenesí popular, lo nunca visto desde Los misterios de París, de Eugène Sue, veinte años antes. La pasión del público por Sue (el editor Véron pagaría 100.000 francos por El judío errante sin haber leído una sola línea) había dejado a Hugo envidioso y deseoso de imitar el éxito, pero multiplicándolo. Este libro es el siglo, dijo Hugo de sus Miserables, que, pensando en Los misterios y en el héroe de las Memorias del policía y presidiario redimido Vidocq, se llamó en un principio Las miserias: vasto espejo que refleja al género humano, decía Hugo. El fango, pero también el alma.

Dostoievski, a propósito de Hugo, vio en el ascenso del paria oprimido la idea básica del arte del siglo. Las novelas de Hugo descienden a las cloacas de la ciudad populosa y corrupta, se convierten en feria de monstruosidades, circo de lo jamás revelado al ojo de la gente respetable y lectora: el último día de un condenado a muerte, la intimidad del cadalso y el hampa. Mundos ignotos son expuestos a la vista del lector: algo tan extenso como el campo de batalla de Waterloo o tan reducido como un alma, el alma de un monstruo, Quasimodo. Lo monstruoso, en Hugo, es el populacho: los egiptanos de Nuestra Señora de París, los comprachicos que arrancan labios y narices en El hombre que ríe, quién sabe si hombres o mujeres, enanos o niños, todos harapientos, figuras revueltas y nocturnas. La sociedad tiene derecho a ver estas cosas porque son obra suya, aclaró Hugo en Los miserables.

El narrador de las novelas de

Hugo domina el arte de erigir lo particular en ejemplo universal, personaje admirable en larguísima conversación con sus lectores, dominador de los tiempos, capaz de interrumpir el relato en un momento de máxima tensión para introducir un sermón sobre la guillotina (fantasma que, fabricado por el juez y el carpintero, vive espantosamente de la muerte que provoca), o un coloquio sobre el significado de la Revolución Francesa, la utilidad de la vida carcelaria y el éxito: 'Su falsa semejanza con el mérito engaña a los hombres', aclara el sabio narrador, que siempre pone a discutir personajes interesantes y antitéticos -un obispo y un revolucionario, el policía y el ladrón- como en una buena tertulia radiofónica.

Hugo inventó, antes del cine, una visión cinematográfica del universo narrativo: el fabuloso cine del siglo XX en el siglo XIX, héroes y masas de personajes descritos con profusión de detalles, como captados por múltiples cámaras, según la retórica de la emoción. Jean Valjean, en Los miserables, surge como una presencia sórdida y sin nombre en la ciudad provinciana hasta que una puerta se abre, los ojos del lector se van hacia esa puerta, la cámara toma un primer plano. Victor Hugo saludó en Baudelaire la presencia de no sé qué rayo macabro, un nuevo estremecimiento. Baudelaire vio en Hugo la increíble coexistencia del genio y la estupidez.

'Perfil mirando hacia la izquierda de un hombre barbudo', de Víctor Hugo.
'Perfil mirando hacia la izquierda de un hombre barbudo', de Víctor Hugo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_