Siempre nos quedará Tarzán
El largo camino africano, de Roger Mimó, es una tela de araña plagada de incógnitas, chascos y descubrimientos. O sea, la síntesis de un viaje no convencional.
Mimó parte en esta recta de Ceuta para alcanzar Guinea Conakry, un país donde es mejor optar por los bocadillos de huevos duros ante los de pescado.
Mimó es un marciano que habita África desde hace miles de años y, aunque resulte un anacronismo, es quien mejor ha retratado las fortalezas de barro en el sur de Marruecos, o el que nos hace olvidar la soberbia del viajero en el cañón de Acabú.
La sorpresa es un rito.
El texto de Roger Mimó ameniza la geografía incógnita con parábolas sobre cómo tomarse un bocadillo en una litera sin que las latitudes apunten a estos cielos saharianos. O cómo sucederá todo mañana.
EL LARGO CAMINO AFRICANO
Roger Mimó. Ediciones B. Barcelona, 2002 412 páginas. 16,50 euros
Juan le acompañará entre los mercaderes de alfombras en el país de la sed: que es todo.
La sed de comunicarse en este continente ciego para los blancos, la llaman 'tubabu', 'obroni' o 'milungo', es un hecho que Roger deja caer en este espacio escrito para avisarnos que existe un intercambio de filetes del alma entre los que están y los que vienen.
Describir África por su forma de circular, sus danzas tuareg, su impenetrabilidad o su forma más elegante de decirte no es algo que el blanco no ha admitido desde Leopoldo II, rey de los belgas. Y primer rey de El Congo.
Un viajero recuerda siempre más cosas de las que vio. Y vio más cosas de las que recuerda. Cuestión que nuestro aventurero va salpimentando con el consabido tráfico de divisas en este Continente Tenebroso, donde la falsificación de documentos es inversamente proporcional a la desaparición de la selva.
Siempre nos quedará Tarzán. O Chita. O King-Kong, pero en cualquier caso, una Tierra en la que nativos o elefantes mueren o sobreviven, mientras un osado, como es el caso, las atraviese o las describa con frescura y fluidez.
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