La irresistible ascensión de Escrivá de Balaguer
Con la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer culmina un proceso que se inició hace algo más de cuatro lustros y ha trascendido el estrecho marco del santoral para convertirse en un fenómeno de impacto mundial. El proceso ha provocado reacciones encontradas: entusiasmo en el Opus Dei, que se siente legitimado en su ideario fundacional y reforzado en su protagonismo eclesial; perplejidad en ambientes sociales y culturales alejados del mundo religioso, que observan en la Obra síntomas preocupantes de integrismo; malestar en amplios sectores católicos, que no acaban de ver en el nuevo santo las virtudes a imitar que aparecen en el acta de canonización. El principal mérito de Escrivá de Balaguer en vida fue, sin duda, el haber creado una organización hoy extendida por todo el mundo, poderosa en medios económicos, influyente en el mundo de las finanzas y omnipresente en el tejido social y político. Tras su muerte, el fundador de Opus ha seguido ganando importantes batallas, como don Rodrigo Díaz de Vivar: una, el hecho mismo de su propia canonización; otra, haber mantenido cohesionada su Obra sin disidencias internas y en constante expansión; la tercera, que ésta se haya encaramado en la cúpula del Vaticano, cosa que él no pudo conseguir en vida por la falta de sintonía con Juan XXIII y Pablo VI.
¿A qué puede deberse el interés primero por la beatificación y ahora por la canonización cuando actos de este tipo suelen pasar inadvertidos para el gran público? ¿Cuál es el verdadero alcance de la irresistible ascensión del nuevo santo a los altares? ¿Por qué tanta celeridad en la canonización, cuando los procesos de otros candidatos a la santidad duran incluso siglos?
Parece claro que no se trata de una canonización más entre las muchas realizadas por Juan Pablo II. Con ella se quiere legitimar al Opus Dei como la organización que constituye el quicio de la estrategia neoconservadora del actual y, quizás también, del futuro pontificado. Lo que se canoniza es un determinado modelo de cristianismo, que voy a intentar analizar recurriendo a los propios textos del nuevo santo.
La canonización apunta a un cristianismo elitista y uniformado, en el que el caudillismo se convierte en imperativo categórico: '¿Adocenarte? ¿¡Tú del montón!? Si has nacido para caudillo' (Camino, n. 15). Pero no un caudillismo cualquiera, sino con aires imperiales, al que no le falta más que el sonido de las botas: 'No desprecies las cosas pequeñas, porque en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas..., fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!..., que obligues, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio' (n. 19). Un caudillismo ambicioso en todos los campos, aunque revestido de espiritualismo; que exige firmeza y no admite momentos de duda o vacilación. Es precisamente en la firmeza, y no en la racionalidad de las órdenes, donde Escrivá de Balaguer basa la virtud de la obediencia: 'Si te ven flaquear... y eres jefe, no es extraño que se quebrante la obediencia' (n. 383).
Este cristianismo exige costosas renuncias, incluso a algo tan legítimo como el matrimonio, que es, según Escrivá de Balaguer, 'para la gente de tropa y no para el estado mayor de Cristo. Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares' (n. 28). Todo lo relacionado con la carne se considera egoísmo y debe ser sacrificado, como sublimado debe ser el deseo de tener hijos: '¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne' (n. 289). Se trata de un cristianismo represivo de los instintos y negador de la vida, al que Nietzsche dirigía sus más severas y certeras críticas.
Esto nos remite derechamente al rigorismo, corregido y aumentado, de santos padres tan influyentes en la historia del cristianismo como san Jerónimo, Gregorio de Nisa, Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, etc. San Jerónimo comparaba el matrimonio con un espino enmarañado, que sólo había de servir para producir 'rosas', es decir, vírgenes entregadas a Dios desde la más tierna infancia. Gregorio de Nisa consideraba la sexualidad como la añadidura 'animal' a la naturaleza pura y original del ser humano. Ambrosio de Milán veía en la sensualidad el motivo de la expulsión de Adán y Eva del paraíso. San Agustín creía que el efecto inmediato y más visible de la caída de Adán fue la pérdida del control sexual, hasta entonces asegurado.
La canonización del fundador del Opus Dei viene a apoyar un cristianismo de combate, al que no le faltan más que los guantes de boxeo. Combate contra el mundo general, considerado malo por los cuatro costados. Escrivá pide a la juventud que deje 'esas cosas mundanas que achican el corazón y... muchas veces le envilecen' y vaya 'tras el Amor' (n. 780). Combate contra el cuerpo, a quien el santo de Barbastro considera enemigo de Dios y del ser humano: 'Si sabes que tu cuerpo es tu enemigo y enemigo de la gloria de Dios, al serlo de tu santificación, ¿por qué le tratas con tanta blandura?' ¿Cómo va a ser el cuerpo nuestro enemigo -me permito contrapreguntar a Escrivá-, si somos cuerpo, si el cuerpo define nuestra identidad como personas? El cuerpo será siempre nuestro aliado, nunca nuestro enemigo. Como afirma Laín Entralgo en Cuerpo y alma. Estructura dinámica del cuerpo humano, no debe hablarse de mi cuerpo y yo, sino de 'mi cuerpo: yo'.
En una 'lectura materialista del santoral', el teólogo José María Castillo analizaba, hace veinte años, el perfil socioeconómico de los santos y las santas y llamaba la atención sobre la interferencia, en los procesos de canonización, de intereses políticos y económicos ajenos del todo a la santidad. De su análisis extraía dos consecuencias: la abrumadora presencia de gente poderosa y la ausencia casi total de gente humilde en el santoral. Y lo demostraba con datos tomados de un estudio de K. Y Ch. George, de 1966, que arrojaba estos resultados: de 1.938 casos analizados, el 78% de los santos y beatos había pertenecido a la clase alta; el 17%,
a la clase media, y sólo el 5%, a la clase baja). El caso de Escrivá viene a confirmar la regla general. ¿Dónde queda entonces la opción por los pobres del Sermón de la Montaña, que viene a ser la carta fundacional del cristianismo y que ejercía en Gandhi, según confesión propia, casi la misma fascinación que la Bhagavad Gita?
A propósito de la irresistible ascensión de Escrivá a los altares, he oído comentar a un grupo de canonistas que si se aplicaran a Jesús de Nazaret los procedimientos actuales de canonización, difícilmente los superaría. Y no les faltaba razón, porque el Jesús histórico fue condenado por el poder romano con el apoyo de la ortodoxia religiosa judía, que no difiere mucho de la actual ortodoxia católica, mientras que el nuevo santo de Barbastro sube a los altares con todas las bendiciones eclesiásticas y todos los honores políticos.
Muchos de los santos y de las santas del calendario cristiano no pasaron por los tribunales de canonización. El reconocimiento espontáneo de sus virtudes por parte del pueblo era decisivo para elevar a una persona a los altares. La canonización fue, durante siglos, una iniciativa que surgía de abajo, ratificada después por las instancias jerárquicas. En el caso de Escrivá de Balaguer parece haberse invertido el orden de factores, y eso sí que ha alterado el producto. Tenemos así una canonización desde arriba, de la que ha estado ausente el pueblo cristiano y en cuyo proceso no se ha permitido la declaración de muchos testigos que conocieron a fondo al santo y podían haber testimoniado sobre sus pecados y virtudes, quizá por miedo a que resaltaran los primeros y no fueran tan generosos en el reconocimiento de las segundas. Es más, durante el proceso de beatificación, vino a Madrid 'el abogado del diablo' a recabar testimonios y lo hizo en una casa del Opus Dei, lo que lleva a pensar en una merma de la libertad por parte de los testigos.
En la nómina de santos y beatos predominan los clérigos y las personas 'consagradas'. La canonización de Escrivá viene a confirmarlo. La Iglesia católica sigue siendo una organización clerical. Cuando los seglares reclaman su derecho a participar activamente en la marcha de la Iglesia, recae sobre ellos todo tipo de descalificaciones. Es lo que ha sucedido recientemente con la corriente Somos Iglesia, a la que, por defender el acceso de las mujeres al sacerdocio, el celibato opcional de los sacerdotes y la desclericalización de la comunidad cristiana, la Conferencia Episcopal Española ha acusado de no ser un grupo eclesial, de mantener actitudes opuestas al magisterio y a la disciplina eclesiástica y de hacer reivindicaciones alejadas de las enseñanzas católicas.
La ascensión de Escrivá a los altares se ha producido conforme a los cánones de lo eclesiásticamente correcto. Lo que yo me pregunto es si el camino de santidad trazado por él hace más de sesenta años y el modelo de cristianismo que encarna hoy su Obra son acordes con el evangelio y con los signos de los tiempos. Creo que no. Por eso, a la hora de elegir entre la ortodoxia de san Escrivá de Balaguer y la heterodoxia del condenado Jesús de Nazaret, yo opto por la segunda. Pienso con Ernst Bloch que 'lo mejor de la religión es que crea heterodoxos'.
Juan José Tamayo-Acosta es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid.
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