Mejor con Bartók
La actuación de una agrupación cuyos miembros pertenecen a la Filarmónica de Berlín abrió el miércoles un ciclo de cámara que ha recibido una excelente acogida por parte del público. Ultimándose aún las obras de remodelación del Palau, y todavía en vísperas del concierto inaugural en la sala grande -que tendrá lugar mañana-, los oyentes estrenaron alegremente la temporada en la pequeña sala Rodrigo, sin fastos ni "glamour" alguno. Una sala donde podrá escucharse también al Tokio String Quartet (con el clarinetista de Godella Joan Enric Lluna), a Hansjörg Schellenberger, y a Pinchas Zukerman, entre otros nombres ilustres del panorama interpretativo.
En esta apertura del ciclo, los músicos berlineses dibujaron un Bartók genuino, con inteligencia para evidenciar los planos sonoros y la gran riqueza contrapuntística que subyace en el discurso bartokiano. Exhibieron también un fraseo meditado, expresivo e intenso, pero que evitaba, al mismo tiempo, cualquier tipo de exageración. El segundo movimiento del Divertimento para orquesta, sobre todo, resultó inquietante y ensimismado, con una lúcida graduación de las tensiones. Especialmente atractivo resultó, al principio, el mantenimiento de una línea musical sin fracturas que, luego, se encargarían de romper sucesivamente las violas, los segundos violines y el concertino. El tenso silencio que se crea cuando los intérpretes seducen de verdad al público fue roto aquí (como en casi todos los conciertos) por un teléfono móvil no desconectado. El último movimiento de la obra se hizo sin manierismos, plasmándose toda la rusticidad y la energía con que fue trazado por el compositor.
Orquesta de Cámara de la Filarmónica de Berlín
Ciclo de Cámara y Solistas internacionales. Obras de Bartók, Elgar y Chaikovski. Palau de la Música. Valencia, 20 de Noviembre de 2002.
Resultó así un puente excelente para las Danzas populares rumanas, la primera de las cuales estamos acostumbrados a escucharla, quizás, con un punto más de fuerza. En cualquier caso, se consiguió en ellas toda la belleza del folklore sin pagar el peaje de lo tópico, lo chusco o lo rancio. Y conviene recordar que sólo los grandes intérpretes consiguen subrayar convenientemente ese gran logro de Bartók.
Tras esas dos maravillas, la Serenata para cuerdas de Elgar resultó, a pesar de todos sus encantos, intrascendente. Luego vino la homónima de Chaikovski (el op. 48), donde los berlineses tuvieron grandes momentos: la Elegie fue uno de ellos, especialmente cuando hicieron que la melodía sonase cantabile a la vez que distante, eludiendo así todo riesgo de cursilería. Pero también hubo otros donde se mostraron como intérpretes más rutinarios, donde la intencionalidad expresiva bajó de graduación, donde se hizo el fraseo con menos mimo, y -sobre todo- donde la sonoridad no tuvo el lustre que se espera de miembros de la Filarmónica de Berlín. Los movimientos extremos de este Chaikovski destaparon el lado peor de los berlineses. Rematado, después, con un bis mozartiano de sonido algo ácido. Lástima. Porque a veces esperamos, ingenuamente, que esta clase de músicos nunca toquen como haciendo bolos.
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