Años entre paréntesis
Miquel Martí i Pol (Roda de Ter, 1929) es uno de los poetas catalanes de mayor resonancia pública, a cuyo tabernáculo no alcanzan las controversias de la plazuela literaria. Como medio siglo de creación da para muchos cambios, la poesía que al comienzo oscilaba entre la religiosidad y el estertor existencial (Paraules al vent, 1954) dio paso a una escritura atenida al realismo histórico, cuya carga programática es visible en La fàbrica (1959, 1972) y El poble (1966). Una enfermedad irreversible le llevó, a partir de 1970, a un repliegue psíquico desde el que iría conformando una sensibilidad ensimismada y, cuando el poeta sale del silencio, una retórica descarnada y enjuta. En su obra de los años setenta alternan la visión exterior del escritor, convertido en icono de una colectividad, y la confidencial de un hombre solitario a fin de cuentas, empeñado en mantener la dignidad contra los obstáculos y las vejaciones del tiempo. Quadern de vacances, Estimada Marta o Llibre d'absències son hitos de este tramo vital, a cuyo término está Después de todo, el libro que se nos presenta en edición bilingüe, cuyos armoniosos decasílabos catalanes han sido vertidos al castellano por Carles Duarte y Emili Suriñach sin ataduras métricas y con general decoro (aunque no falta algún despiste, como traducir A precari, título original de un poema, por A precario).
DESPUÉS DE TODO
Miquel Martí i Pol Traducción de Carles Duarte y Emili Suriñach DVD. Barcelona, 2002 96 páginas. 9,62 euros
Es ésta una poesía confe-
sional, hecha de la misma sustancia que la existencia de su autor, un hombre triste, lúcido, reconcentrado y nada aspaventero. El nihilismo sereno del libro no excluye axiomas contundentes -vida como paréntesis entre dos nadas- aunque templados por la displicencia de quien lleva mucho tiempo acostumbrándose estoicamente al olvido. Los antiguos ardores colectivos quedan aquí en segundo plano: "Solamente lo íntimo pervive", escribe el autor en un eco distorsionado de "solamente / lo fugitivo permanece y dura" de Quevedo -antes Du Bellay, y antes el palermitano Giano Vitale- refiriéndose al Tíber serpenteando entre las ruinas romanas. Lejos de implicar desdén ante el dolor ajeno, esta actitud es compatible con la inclinación afectiva a los parias y maltratados por la historia. Los poemas avanzan entre meandros reflexivos, sobrios de epítetos y parcos de metáforas. Tanto es así que cabe preguntarse si la popularidad de su autor se deberá a estos desnudos escarceos especulativos o, como creo más probable, al arrastre emocional del antiguo emblema civil difundido por cantautores y con el que se identificó un público fervoroso. Sea como fuere, es muy probable que aquellos aplausos prorrogados hasta hoy no dejen percibir los delgados y hermosos matices de estos versos despojados, apostados sin miedo ni esperanza en el umbral de la muerte.
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