El trampolín de las municipales
Todavía no hay fecha para las elecciones catalanas de 2003, pero los candidatos saben que, en realidad, se empezará a votar el próximo 25 de mayo: pese a su dinámica propia -condicionada por la gestión de los alcaldes-, los partidos afrontarán las elecciones municipales como una primera vuelta de las autonómicas, que se celebrarán tras el verano. Aunque no compitan directamente, el resultado de las municipales -y sobre todo el de Barcelona y su área metropolitana- marcará las cartas de los aspirantes a la Generalitat.
Las municipales serán a la vez las últimas de Jordi Pujol como presidente y las primeras del crucial ciclo electoral que en teoría debe redefinir el mapa político catalán. Pujol seguirá siendo presidente, pero las elecciones del 25 de mayo serán en la práctica la primera cita del pospujolismo.
La continuidad de Clos en Barcelona está garantizada holgadamente, pero las perspectivas del PSC no son tan halagüeñas como hace cuatro años
Recuperar las decenas de miles de votantes perdidos es el principal objetivo de CiU y PP, para apuntalar luego las campañas de Artur Mas y Josep Piqué
Aunque con algunas oscilaciones, la política catalana se ha caracterizado por una gran estabilidad en todos los comicios, incluidos los municipales, que desde 1979 van repitiendo el mismo patrón: victoria clara del Partit dels Socialistes (PSC) en número de votos, dominio socialista a menudo aplastante en la mayoría de las grandes ciudades -salvo Tarragona-, control nacionalista de los pequeños municipios y fracasos sucesivos del Partido Popular (PP) en sus intentos de tejer una red de poder municipal.
En 1999, el PSC aventajó a CiU en casi 11 puntos, lo que le permite gobernar sobre casi las tres cuartas partes de la población. En cambio, 608 de los 946 alcaldes catalanes militan en CiU. Del PP, nadie diría que es el partido que gobierna en España: dispone sólo de una docena de alcaldías, y apenas 11.000 catalanes tienen como alcalde a una persona con carné del PP.
Los resultados de 1999 fueron un gran impulso para las expectativas de Pasqual Maragall ante las autonómicas, que también se celebraron casi pegadas a las municipales. Todos los partidos afrontan las elecciones de 2003 con la lección aprendida: la victoria o la derrota en las municipales -al menos, si se afrontan como una primera vuelta de las autonómicas- no se mide por el número de concejales. La clave está en los resultados de Barcelona, gobernada por la izquierda plural desde 1979, y su área metropolitana, donde reside la mayoría de la población.
En los últimos comicios, CiU se desplomó en Barcelona -logró sólo 10 concejales, la mitad que el PSC, que se quedó a uno de la mayoría absoluta- y cedió mucho terreno en todo el área metropolitana. Sólo en la circunscripción de Barcelona perdió la confianza de 180.000 personas, que se refugiaron mayoritariamente en la abstención. Al PP le sucedió algo similar: perdió casi 80.000 votos en la circunscripción. Recuperar estos votantes es la principal prioridad de CiU y el PP para apuntalar la posterior campaña de Artur Mas y Josep Piqué.
El escepticismo de CiU
Nadie en CiU cuenta con ganar la alcaldía de Barcelona, pero sí al menos con empezar a rectificar el errático rumbo de la formación en la capital catalana, donde están en caída libre desde 1987, cuando lograron 17 concejales. Desde entonces, en cada elección han perdido algún concejal. Como en las dos últimas elecciones, CiU ha apostado como candidato por el presidente de su grupo parlamentario del Congreso, ahora dirigido por Xavier Trias, una jugada que nunca le ha dado réditos: Miquel Roca y Joaquim Molins no acabaron nunca de ahuyentar la imagen de que regresaban a Barcelona para jubilarse.
A pesar de que la continuidad del socialista Joan Clos parece garantizada holgadamente en todas las encuestas, las perspectivas del PSC no son tan halagüeñas como hace cuatro años, y menos aún si los comicios se conciben como unas primarias. En 1999, los socialistas pulverizaron todos sus récords gracias a unas condiciones excepcionales, que no se repetirán: sus rivales en la izquierda, Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) y Esquerra Republicana (ERC), acudieron en una situación de extrema debilidad como consecuencia de sendas escisiones sufridas. Ahora, ambas formaciones tienen una clara tendencia al alza: ICV ha reconstruido su colaboración con Izquierda Unida (IU) y los independentistas suben en todas las encuestas, aunque a costa básicamente de CiU.
Para el PSC, el gran éxito de 1999 se ha convertido ahora en su gran desafío para 2003: los resultados les fueron tan favorables que mejorarlos se antoja harto difícil. Y mejorarlos es la condición necesaria para tratar de demostrar que la bola de nieve en favor del cambio es imparable.
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