Con la mirada en el Etna
Excursión al volcán siciliano y los pueblos que rodean su base
Le llaman "el volcán bueno", pero no lo es tanto: la erupción de 1669 arrasó y cambió el perfil de Sicilia, y antes su boca se había tragado al filósofo griego Empédocles, y a algún que otro insensato después. Pero lo cierto es que muchas de sus erupciones se producen en febrero, el mes de la patrona local Sant'Agata, y ella se encarga, al parecer, de que la lava no produzca desgracias mayores. En 1886, por ejemplo, el río de magma se detuvo al tocar el manto de la santa; Giovanni Verga, patriarca de las letras sicilianas, lo cuenta en su relato
La angustia de una aldea.
Cada tres años, más o menos, lanza algún gruñido este coloso, el mayor volcán activo de Europa. Es un gigante por sus atributos físicos (3.340 metros de altura, y más de un centenar de conos secundarios), pero lo es sobre todo por su fuerza mítica y literaria: Vulcano, Polifemo o los Cíclopes habitaron sus cavernas, y Homero, Píndaro, Platón o Virgilio le dedicaron párrafos inmortales. Para los románticos, como Goethe, subir al Etna era algo así como una ascensión iniciática, tocar finalmente la cima de la civilización antigua.
Tras alcanzar los 3.340 metros de su cumbre, la ruta italiana sigue por poblaciones como Randazzo y Linguaglossa, milagrosamente salvadas de la furia del mayor volcán activo de Europa.
Ahora lo de escalar la cumbre está más controlado: desde 1987 el Etna y su contorno son parque natural. Pero se puede llegar hasta las fauces mismas del monstruo. Desde Nicolosi se accede en coche hasta el refugio Sapienza, y desde allí se puede tomar un funicular que asciende hasta una cota de 2.500 metros; vehículos todoterreno acercan hasta los 2.920, y a partir de ahí hay que seguir acompañados por guías que muestran arabescos petrificados, fumarolas y escorias, llagas de azufre, incluso coladas hirvientes, como arroyos de fuego que se deslizan peligrosamente bajo los pies mismos de los intrusos. Ese paisaje del averno es, en invierno, una vulgar pista de esquí.
Aparte de los deportistas, hay quienes ascienden por amor a las rarezas endémicas del volcán, rocas, plantas o bichejos, o simplemente por la belleza de las genistas y valerianas -explosión gualda y malva en primavera- o los bosques fragosos de castaños, hayas y coníferas. Pero lo que más asombra es la antigua sabiduría con que han sabido los súbditos del volcán domeñar su carnadura. Olivos, almendros o naranjos (y limoneros, más resistentes) colonizan las faldas más ariscas, mientras que las viñas se ocupan de las lomas suaves, más meridionales; el vino etna, con denominación de orígen, es bastante apreciado. Un cultivo especial es el pistacho: lo introdujeron los árabes al comprobar que estos árboles rechonchos crecían sobre la lava sin mayores cuidados; sigue siendo ahora una de las riquezas más rentables.
El cinturón de pueblos
Tanto o más que los cultivos asombra la sabia disposición de los pueblos; encaramados en tesos estratégicos, forman un cinturón en torno al volcán, protectores altivos de los hombres y también del agua de los valles, la secreta condición de la riqueza. Un tren llamado de la Circumetnea tarda, desde Catania, más de tres horas en completar un anillo de un centenar de kilómetros. El mismo recorrido se puede hacer por carretera; tras Nicolosi, la primera población que sale al paso es Adrano. Encaramada a una cresta prehistórica, fue refugio de los sículos que huían desde la costa cuando los griegos descubrieron la isla (alguien dijo que Sicilia fue la América de la Antigüedad). Adranon sostenía un santuario del dios Adranos (equivalente a Hefaistos, o Vulcano), que el conde Roger transformó en castillo normando, y que aloja hoy un buen museo arqueológico, una pinacoteca y alguna otra cosa.
Bronte, más adelante, se formó por voluntad de Carlos V, que fusionó un grupo de pedanías. Para los italianos, Bronte tiene una carga sentimental, por un episodio sangriento de tiempos de Garibaldi. Para el turista, Bronte es la capital del pistacho, con un puñado de iglesias del XVI atrapadas en sus cuestas y cortiles o callejones humildes, redimidos con nombres pomposos como cortile Bocaccio, o Donizzetti, o Garibaldi.
La estrella del recorrido es, sin duda, Randazzo. Pese a estar a sólo 15 kilómetros del cráter, su posición estratégica la salvó de todas las erupciones, por lo que ha conservado su osamenta medieval. Esa misma posición privilegiada, dominando desde un zócalo los valles de los dos ríos del Etna, Simeto y Alcántara (que buscan el mar por contornos contrapuestos), convirtió a Randazzo en centro importante de mercado. Durante las luchas de las llamadas Vísperas Sicilianas fue cuartel de Pedro de Aragón; luego, por su altura y clima sano, Federico II la convirtió en residencia de verano de los reyes aragoneses.
Tres comunidades convivían en Randazzo, y cada una tenía su lengua, barrio y catedral; los latinos residían en torno a Santa María; los griegos, en torno a San Nicolás; y los normandos (es decir, los norteños, podían ser piamonteses), junto a San Martín. Tres templos de estilo gótico-catalán (o por lo menos así lo llaman), unidos por una calle mayor orillada de palacios y callejones, en cuyo fondo asoma siempre el ojo humeante del Etna. Del palacio real, donde se hospedaron Blanca de Navarra o Carlos V, quedan apenas jirones de muro, comidos por la urgencia de los días o la maleza.
Para cerrar el anillo habría que llegar a Castiglione y Linguaglossa (lingua grossa, de lava, siempre detenida de forma milagrosa en los arrabales del pueblo), que tiene un buen puñado de iglesias barrocas. Cerca de allí se esconden las gargantas o Gole de l'Alcántara: el río ha cavado tajos muy profundos en coladas prehistóricas, creando un báratro singular de cascadas, pozas y caprichos de agua, que se pueden disfrutar debidamente enfundados en unos trajes de goma. A un paso quedan los jardines de piedra de Naxos, impregnados del lamento de Ariadna, la belleza irreal de Taormina; los farallones de Acirreale que Polifemo arrojó a Odiseo y sus compinches cuando huían como conejos... La sombra del volcán es un dominio donde ciertos estros son más reales y acerados que la luz del mediodía.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos
Prefijo telefónico: 0039.
Cómo ir
- Alitalia (902 100 323) conecta Catania, vía Roma o Milán, con precios desde 230 euros más tasas.
- En Catania se puede tomar el tren de la Circumetnea (095 730 62 55), que recorre las poblaciones del cinturón del Etna, en la estación central (Piazza Giovanni XXIII).
Dormir
- Hotel Scrivano (095 92 14 33). Piazza Loreto. Randazzo. La doble, 78 euros.
- Case Perrota (095 96 89 28). En Sant'Alfio, es una antigua explotación agrícola convertida en centro de turismo rural. Otras dos aziende
agrícole, a las afueras de Randazzo, son L'Antica Vigna (095 92 40 03) y Vallebruna (095 92 40 03).
Comer
- Arturo (095 92 10 68). Via Umberto, 73. Randazzo. Comida casera. Unos 20.
- Aristón (095 92 25 70). Via Michele Amari. Randazzo. Entre 15 y 20.
- Case Perrotta (095 96 89 28). En Sant'Alfio. Muy recomendable el menú degustación; unos 18 euros.
- También hay restaurantes muy agradables en las Gole de l'Alcántara.
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