"La poesía se cuela por los huecos de las ventanas"
Contesta al teléfono y cuenta que no ha parado de recibir llamadas en las últimas cuatro horas. Se le oye risueño y alegre, mientras otros periodistas lo esperan en Chillán, 400 kilómetros al sur de Santiago, donde reside, aunque hoy partirá a su natal Lebu, puerto minero cuyo nombre en lengua mapuche significa "torrente hondo". Con el Premio Cervantes, dice, se siente "ennoblecido. Cervantes ennoblece al mundo. Él lo hizo siempre en su vida difícil". Y añade: "Quiero dedicar el premio a mi padre, un minero del carbón que murió a los 40 años, y a mi segunda mujer".
Pregunta. ¿Por qué en un país tan pequeño como Chile ha brillado tanto la poesía?
Respuesta. Esto data de antes, de la época del descubrimiento de Chile, cuando llegó al país con penas muy grandes de amor un español que había acompañado a Felipe II como paje, Alonso de Ercilla. Es el creador del mito de Chile, del coraje y la imaginación. Desde entonces, los poetas han proseguido en la ruta que marcó.
P. Usted también tuvo coraje después del golpe de Pinochet, en 1973.
R. Tuve que aguantar mucho. Imagínese: yo era jefe de la misión diplomática en La Habana. Me quitaron todos los documentos, quedé como una especie de apátrida. Tuve que irme al único país que me recibía, Alemania oriental, a Rostock, a un puerto del Báltico donde los comunistas eran nazis...
P. Pero usted es un hombre de izquierdas.
R. Lo soy y lo seré siempre. Soy allendero, no comunista. También anduve por ahí con los trotskistas.
P. ¿De cuándo data su amor por España?
R. Cuando tenía como 20 años y era un muchacho estalló la Guerra Civil. Yo cursaba la enseñanza media y estaba en clase. Alguien abrió la ventana y dijo: ¡Estalló la grande! Seguí la guerra minuto a minuto, la muerte de Lorca, la resistencia de Madrid, la llegada de 3.000 refugiados españoles al país. España es nuestra madre. Cuando estudiaba Derecho y no había terminado la guerra, me presenté ante el embajador de España con un grupo de amigos y le dijimos que nos alistara para ir a defender la República. El embajador tomó nota de nuestros nombres. Estuve siempre vinculado.
P. ¿A qué atribuye la buena acogida que su poesía tiene entre los jóvenes?
R. Mi diálogo con los jóvenes siempre funciona. Me escuchan y aprecian. También me pasa lo mismo en España. Siempre. Es porque la poesía está viva. Es curioso que los jóvenes son siempre los mejores receptores de ese ejercicio absurdo llamado poesía.
P. ¿A pesar del predominio del mercado y la globalización?
R. La tecnología y las latas no pueden con la vida. La poesía se cuela por los huecos de las puertas, de las ventanas, a pesar de los cerrojos que quieran ponerle: la poesía es subversiva. Esto lo decía también Breton.
P. ¿Con qué palabra sintetizaría su ánimo?
R. Divertido. Estoy divertido. Le voy a contar una anécdota. Cuando moría mi madre, a los 60 años, viuda de un minero del carbón, los ocho hijos estábamos rodeándola en la cama. Así se acostumbraba. Yo estaba cerca de la ventana y me pareció que me había hecho un pequeño guiño, para mí. Y entonces, con el soplo de su voz, nos miró y dijo: "Qué divertido es todo esto".
P. ¿No le tocará esto la vanidad?
R. Hoy, con 85 años, estoy bien curado de todo aquello, aunque la verdad es que nunca apetecí demasiado las pequeñas ventajas de la fama: es muy fácil pasar de figura a figurón.
P. ¿Como le pasó a Neruda?
R. Pablo tenía 115 libros. ¡Son muchos! Hay que tratar de verlo adhiriéndose y disintiendo a la vez.
P. ¿Cómo le viene la poesía?
R. Como un relámpago, silábicamente, soy más un poeta de la sílaba que de la palabra. Esa idea tan heideggeriana de que la palabra es el ser, los dioses, la moral, está bonita, pero es poco y es mucho. La palabra te la dan, no la mereces, yo creo en el aire que va de la respiración a la asfixia, soy un animal fónico, lo que no significa que no quiera tratos con la conceptualidad. La lozanía de la oralidad es lo que me importa, recoger en el aire la palabra que zumba, que da la luz y la chispa.
P. ¿Para jugar con ellas?
R. Eso también. Hay que apostar por todo. Pero en el fondo, para eso que llaman la posteridad bastan cinco o seis poemas.
Babelia
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