Juliana de Holanda, una reina poco convencional
Con sus modales afables y su talante abierto, la ex reina Juliana de Holanda, que falleció el sábado a los 94 años de una pulmonía, será recordada como una soberana que apoyó a su país con métodos poco convencionales. Una vez llegó a decir que el protocolo era "su enemigo natural", porque le impedía acercarse a su pueblo.
En más de una ocasión se la vio haciendo compras en el supermercado o bien paseando en bicicleta bajo la lluvia. Su campechanía era tal, que los Gobiernos de derecha que se sucedieron bajo su reinado temían sus "arranques izquierdosos". Habló de paz en Estados Unidos en plena guerra fría y de ayuda al desarrollo en 1952, cuando dicho concepto era casi inédito. Para los de izquierda, una reina tan natural resultaba imposible de batir, y atenuaron sus llamadas a la república.
Su esposo, el príncipe Bernardo, así como sus hijas, la actual reina Beatriz y las princesas Irene y Margarita, la acompañaron en sus últimos momentos. La princesa Cristina, la pequeña, llegó a primeras horas del sábado desde Estados Unidos, donde reside.
Juliana Louise Emma Marie Wilhemina de Orange Nas-sau, hija única de la reina Guillermina y del príncipe Wladimir, duque de Meclemburgo, vino al mundo en 1909 y tuvo una infancia solitaria. Cuando ella nació, la casa de Orange estaba casi resignada a no tener heredero directo.
Educada en el calvinismo más estricto, sus firmes creencias religiosas la llevaron a interesarse luego por otros credos. Todavía se recuerda en Holanda el revuelo organizado durante la boda con una joven católica de su nieto, el príncipe Mauricio, primogénito de su hija Margarita. La ceremonia era protestante, pero Juliana pasó a comulgar causando consternación en el seno de su propia Iglesia.
Su madre, la antigua reina Guillermina, buscó durante años un pretendiente adecuado, pero la joven conoció por su cuenta al príncipe germano Bernardo Lipe-Biesterfeld en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936, en Garmisch Partenkirchen (Alemania).
La pareja se exilió, junto con el resto de la familia real, durante la Segunda Guerra Mundial. Primero fueron a Inglaterra y después a Canadá. En 1945 regresaron a Holanda y en 1948 Juliana ciñó la corona. Después de tres décadas en el trono y a los 71 años, abdicó a favor de Beatriz en 1980.
Al hacer recuento de su reinado, Juliana, que pasó a ostentar el título de princesa, recordó los momentos más amargos de su vida. Eran tres: el exilio, el nacimiento casi ciega de Cristina, la menor, que la curandera Greet Hofman pretendía poder curar y a punto estuvo de forzar el divorcio de Juliana, y el escándalo de la empresa Lockeed. Su esposo Bernardo habría aceptado una comisión millonaria de dicha compañía a cambio de informar favorablemente al Parlamento holandés sobre la compra de aviones.
Juliana amenazó con abdicar si se procesaba a su marido. Al final Bernardo sólo perdió sus funciones de embajador comercial de su país de adopción.
En su alocución a la nación tras el fallecimiento, Jan Peter Balkenende, primer ministro democristiano holandés, calificó a Juliana de "una madre para todos".
Su nieto Willem Alexander, el futuro rey, parece hoy más inclinado por el modelo de monarquía de Juliana que por el de su madre Beatriz, mucho más rígido. Juliana de Holanda será enterrada junto a sus antepasados el próximo 30 de marzo en la Iglesia Nueva de Delft.-
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