La voz de América
CONSIDERADO EL MÁS grande poeta vivo de su país, John Ashbery (Rochester, Nueva York, 1927), representa lo mejor de una América que, en los enrarecidos tiempos que corren, resulta fácil perder de vista: la América democrática, fundada sobre una fe inquebrantable en las libertades cívicas e individuales. No en vano, su verbo formidable hunde directamente sus raíces en el legado de Walt Whitman, el cantor de las multitudes que supo dar cabida en su poesía a la totalidad de lo real. Ashbery era un perfecto desconocido cuando en 1956 cayó en manos de W. H. Auden el manuscrito de Unos árboles. Inmediatamente, decidió publicarlo. "¿Es posible escribir poesía hoy?", se pregunta el poeta inglés en el prólogo. Recordando que sólo es merecedor del título de poeta quien sepa regresar a las regiones de lo sagrado, le da la bienvenida al nuevo autor, precisando: "De Rimbaud a Ashbery la imaginación sigue aferrada a los valores de lo mágico". Enigmático, multidimensional, abierto a los caprichos del azar, el hacer poético de Ashbery se nutre de dos fuentes. Por una parte, la tradición anglosajona, en un arco que va de Wordsworth a Auden, y entronca con el legado del romanticismo norteamericano, incorporando esta vez desde Whitman hasta Wallace Stevens. Por otra, la propuesta de la vanguardia, tanto artística (Pollock, Rothko) como musical (Carter, Cage). A modo de puente, una vía que integra el legado de Francia, del simbolismo al surrealismo. Con el revolucionario Autorretrato en un espejo convexo (1975), lo que puso patas arriba el apacible y recluido reino de la poesía. Además de acaparar la triple corona de los premios más importantes de su país: el Nacional, el de la Crítica y el Pulitzer, Ashbery logró despertar el interés del gran público. A propósito de este libro, Paul Auster escribió: "Pocos poetas poseen hoy día su misteriosa habilidad para socavar nuestras certidumbres, para articular tan plenamente las zonas más ambiguas de nuestra conciencia".
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