Una gran exposición en París explora la profunda relación de Napoleón con el mar
Pinturas, cartas, armas, maquetas y restos arqueológicos se exhiben en el Museo de la Marina
¿Napoleón y el mar? Diríanse términos antitéticos. Pero el vencedor de Austerlitz y Jenna, el gran conquistador terrestre, tuvo una profunda relación con el mundo marítimo. Ha sido el jefe de Estado francés que más ha navegado en la historia, conocía el nombre de hasta la más pequeña de sus fragatas, tenía siempre una maqueta de barco en su despacho y legó a la Marina de su país un aparato administrativo modernizado, estupendos arsenales y un renovado cuerpo de oficiales. Ahora, una gran exposición en París (Napoléon et la mer, un rêve d'empire, Museo Nacional de la Marina, hasta el 23 de agosto) explora y desvela esta faceta olvidada pero apasionante de la epopeya napoleónica.
En una vitrina se muestran dos bolas de metralla halladas en la rada de Aboukir
Se exhibe el modelo de la fragata 'La Muiron' que Napoleón tenía en su despacho
Las terribles derrotas de Aboukir y Trafalgar, ambas de manos de esa Némesis de los sueños marinos de Napoleón que fue Nelson, han pesado como una losa sobre la imagen marítima del emperador y abonado la tesis de un supuesto desinterés de éste hacia el mar, enraizado en el desconocimiento y hasta en el miedo. Pero Bonaparte, se recalca en la exposición, siempre mostró un enorme interés, incluso personal -viajó en una veintena de barcos-, por el mar y la marina, como lo prueban su apoyo a las expediciones científicas, el gigantesco programa de construcción naval, de puertos y arsenales que acometió, y la plasmación del tema en la propaganda imperial (son numerosos los cuadros en que aparece pasando revista a la flota).
La exposición, riquísima en material -destacan los préstamos del enemigo, el National Maritime Museum de Greenwich (Londres), incluido el celebérrimo retrato de Abbott de Lord Nelson-, se compone de cuadros (muchos de gran valor artístico y no sólo histórico), dibujos, caricaturas de la época, mapas, cartas, maquetas y planos de barcos, armas, uniformes, banderas, elementos de navíos y objetos recuperados del fondo del mar.
Un montaje cuidadísimo, la inclusión de audiovisuales y dioramas, como el de una porción de puente de navío con un cañón de 36 libras -que el otro día manipulaban un puñado de escolares con la pericia de artilleros de Master and commander-, hacen que visitar la exhibición sea toda una experiencia.
El recorrido se inicia de manera emotiva con un viaje muy especial: el de los 155 días del retorno en 1840 de las cenizas de Napoleón a Francia a bordo de la fragata La Belle Poule. Grandes águilas imperiales doradas del sarcófago del emperador y la impresionante máscara mortuoria de Napoleón obra de Joffet ilustran esa tenebrosa singladura póstuma. Seguidamente, surge en todo su brillo juvenil y apasionado el Primer Cónsul Bonaparte. Una pantalla muestra imágenes del Napoleón de Abel Gance en las que el personaje pronuncia su entregado discurso en la Asamblea Nacional sobre un fondo de, precisamente, olas embravecidas. Se evoca la gran y luminosa aventura del viaje a Egipto (un retrato a lápiz muestra L'Orient, de 118 cañones, el más bello barco de la escuadra francesa, a cuyo bordo iba Bonaparte), con la osada travesía y el desembarco en plena noche. Entre las piezas que se exhiben figura la maqueta de la fragata de 44 cañones La Muiron, que Napoleón tenía en su despacho de La Malmaison. Otra sección muestra su interés por el desarrollo naval y su correspondencia con Fulton, que le ofreció el Nautilus.
Trafalgar y el largo viaje a Santa Elena -origen de toda una iconografía- cuentan con espacios propios. En el ámbito dedicado a la larga guerra contra Inglaterra pueden verse cosas tan sensacionales como un hacha de abordaje de honor concedida a un heroico oficial; el águila del estandarte de L'Atlas, arrebatado por soldados españoles en el puerto de Vigo en 1808, la bandera de batalla de los marinos de la Guardia Imperial, el sable de un gran almirante de Francia o una carronada.
Entre los objetos arqueológicos figura una tabaquera recuperada en 1978 del pecio del navío de 74 cañones Golymim con la sentida inscripción "Merde pour les goddams" (los ingleses).
El impresionante cuadro L'explosion de L'Orient, en el que un relámpago parece devorar el navío -alcanzado en la Santabárbara, desapareció literalmente en un fogonazo que hizo que el combate de las flotas se detuviera durante 15 minutos-, marca el recorrido. En una vitrina se exhiben dos bolas de metralla halladas en la rada de Aboukir.
La armada napoleónica, se nos recuerda, tiene también sus momentos de gloria. El lienzo Le combat du Grand Port inmortaliza la victoria de cuatro fragatas francesas sobre otras tantas inglesas junto a isla Mauricio.
A la salida de la exposición (extraordinario catálogo en Seuil) no está de más recordar las palabras que un acerbo enemigo de Napoleón como era el novelista Patrick O'Brian hace decir a su célebre personaje el capitán Jack Aubrey (Almirante en tierra, 2002): "Los franceses siempre han construido barcos mejores, y aunque Napoleón sea un villano farfullante, ha creado una nueva raza de oficiales de la Armada francesa cuya capacidad no deberíamos subestimar. El almirantazgo no los subestima".
Babelia
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