Más allá del problema nacional
Hace algo más de cuarenta años, el exiliado republicano Eduardo Nicol definió la filosofía de su añorada Escuela de Barcelona con una frase que algunos todavía recuerdan: "Poco genio pero autenticidad". Parece que también Ferrater Mora, otro padre fundador del moderno pensamiento catalán, decía que la filosofía catalana "ofrece poco pero da todo lo que ofrece" y no está nada claro si lo escribió con autoironía o con admiración. Y algo habrá de modesto, y a la vez de profundamente realista, en el pensamiento catalán cuando los dos éxitos de librería de 2004 en el campo del ensayo llevan títulos como: Filosofia d'estar per casa, de Xavier Rubert de Ventós (Ara Llibres), y Pensem-hi un minut, de Josep Maria Terricabras (Pòrtic). El realismo poético y detallista de ambos autores implica una mirada profundamente cálida, muy lejana al pedernal y a la bronca que, pese al puente aéreo y al retraso del AVE -o tal vez por ello-, Cataluña ve desde lejos.
Mientras surgen como setas los libros de nacionalismo español, Cataluña está abandonando de un tiempo a esta parte la que fue su "especialidad" ensayística por muchos años: el análisis del problema nacional. En un reciente y significativo libro, Filosofia i política ara (La Busca), que agrupa a bastante de lo mejor de las generaciones ya clásicas del pensamiento catalán (E. Trías, M. Cruz, J. M. Bermudo, G. Mayos) y a algunos de los más prometedores jóvenes (Àngel Puyol, Joan Vergés, David Murillo, Anna Quintanas, Marina Garcés...
), ni siquiera aparece la palabra "Cataluña". Sencillamente, se da por supuesta. Y algo parecido se podría decir de Filòsofs davant la guerra (Prohom Edicions), dedicado obviamente a Irak, o del texto colectivo El mal (La Busca) del Liceu Maragall que reúne el Ateneu Barcelonès. Tres libros, uno ya lejano de Trías: La Catalunya-ciutat (L'Avenç, 1984), y otros dos más recientes de X. Rubert de Ventós: De la identitat a la independència (Empúries, 1999), y de Josep Maria Terricabras: Raons i tòpics (La Campana, 2000), perfectamente distintos pero igualmente distantes de toda visceralidad, dieron prácticamente por agotado el filón conceptual del problema. Trías, Rubert de Ventós y Terricabras son hoy maîtres à penser indiscutidos pero, en su diferencia radical de estilo, de temática, de intereses y de acento, comparten una civilidad que en Cataluña arraiga desde antiguo.
Claro que queda todavía mu
cha casquería con pretensión de historia de las ideas, pero su éxito es descriptible. Libros como En tierra de fariseos (Espasa, 2000), de Oriol Malló, ex Terra Lliure reconvertido al españolismo, acabaron en librerías de saldo
... Nadie olvida que el catalán es la lengua sin Estado propio más importante de Europa, con una tradición de estudios literarios que se hunde en el siglo XIX, hoy representada por el patriarca Martí de Riquer; y ciertamente la tradición historiográfica catalana tiene muy poco que ver con las otras tradiciones peninsulares. En todo caso, las 1.222 páginas del Diccionari d'historiografia catalana editado por Antoni Simon Tarrés (Enciclopèdia Catalana) o las 886 de la última Història de Catalunya dirigida por Albert Balcells (La Esfera) dejan poco lugar a la duda sobre una identidad que se centra en la cultura.
El pensamiento catalán de los últimos años proviene de una universidad sólida -la de los José María Valverde, Francesc Gomà o Manuel Sacristán, por citar sólo tres nombres-, de una tradición clásica y mediterránea muy asumida -no en vano todavía se reedita a Eugeni D'Ors, cuyas Obres completes publica Quaderns Crema- y del movimiento de renovación intelectual que significaron durante la transición los miembros de Col·legi de Filosofia (X. Rubert, E. Trías, A. Vicens, J. Ramoneda, M. Morey, A. Marí, J. Llovet, G. Vilar, entre otros). En la misma generación están Victoria Camps y Margarita Boladeras, ambas en el campo de la ética aplicada, y Josep Maria Terricabras, tal vez el más sólido wittgensteiniano peninsular. La Cátedra Ferrater Mora, que éste dirige en la Universitat de Girona, en la que durante este curso profesarán Agnes Heller y Seyla Benhabib, sería un lujo para cualquier cultura. Sociólogos como Salvador Giner o antropólogos como Manuel Delgado han dado también origen a una tradición intelectual muy sólida cuya huella es perceptible no sólo en Cataluña sino en toda España y en Latinoamérica.
El panorama se completa con pensadores de la multiculturalidad (Bilbeny), estetas (Argullol), filósofos católicos más o menos progresistas (Torralba, Lozano, Castiñeira) y, lo último y más novedoso, una sólida pléyade de estudiosos de la cibercultura, en la onda de Manuel Castells, como Alfons Cornella, Fernández Hermana o Joan Mayans. Son menos conocidos pero muy significativos Pau Contreras, Me llamo Kohfam (Gedisa), o David Casacuberta, Creación colectiva, también en Gedisa, vinculados al Institut de Tecnoètica que dirige Josep Maria Esquirol. En conjunto, el pensamiento catalán pasa hoy por un momento de creatividad y diversidad como no se conocía desde esos años republicanos que en México añoraron García-Bacca, Eduardo Nicol o Ramon Xirau, nuestra raíz profunda.
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