A la juventud más joven
No ha habido en España poeta más identificado con su tragedia política que Antonio Machado. Desde su juventud denunció los males de la patria, provocados por oligarquías egoístas que mantenían en injusticia y pobreza a unos ciudadanos siervos, embrutecidos de miseria, incultura y apatía desesperanzada. Por ser demócrata fervoroso, poeta popular y hombre bueno en el "buen sentido de la palabra bueno", defendió la República frente al golpe militar y fascista de 1936, compartió de corazón el ideal democrático y socialista de las izquierdas, y murió en Colliure cuando acompañaba a los soldados vencidos y a la gente del pueblo, temerosa y hambrienta, a través de una frontera de campos de concentración inhumanos. Está enterrado en tierra catalana de Francia y tan sólo el presidente Maragall ha elevado su voz públicamente para recordarnos que Machado ha de volver con nosotros. Los herederos del franquismo no le perdonan su testimonio acusador y los demócratas, en el pasado, tal vez temieron no estar a la altura del homenaje, no retórico, sino práctico, que impondría circunstancia reparadora tan exigente.
Los lectores más jóvenes quizá no sepan que, en 1914, Machado dedicó a la nueva generación española, protagonista de la frustrada república de 1931 y de la resistencia primera al fascismo internacional, un bello poema titulado A una España joven. Habla de unos jóvenes como él, finiseculares, que encontraron un país decrépito y desmoralizado y soñaron en regenerarlo; pero, incapaces de unirse en la tarea, yendo cada uno a lo suyo, el país siguió irredento cuando Machado escribe su poema a la "juventud más joven", a la que exhorta a realizar lo que no pudo o no quiso llevar a cabo la generación anterior. El poema comienza definiendo la política española de fines del siglo XIX: "Fue un tiempo de infamia y de mentira...". El poeta se queja, después, del egoísmo insolidario de unos jóvenes que parecían idealistas: "El hoy es malo, pero el mañana es... mío". La triste conclusión es que "es hoy aquel mañana de ayer". Proseguía el tiempo infame y mendaz de una falsa democracia, de una política corrupta, de una población encanallada, de una España "pobre y escuálida, y beoda del vino malo que es la sangre de su herida".
También para mi generación, hija de la Guerra Civil, el franquismo perpetuó durante 40 años ese tiempo ominoso, reproducido en los cuatro últimos por sus herederos directos. La herida de la guerra no se ha cerrado y los hijos y nietos de quienes la abrieron pretenden olvidarla mientras erosionan con su actitud la democracia reconquistada. Nos han dejado una España pobre de valores no materialistas, escuálida de proyectos regeneradores y beoda de telebasura y publicidad consumista. Si los nuevos gobernantes no cuentan con el rearme moral de una ciudadanía joven que les impulse y obligue, de nada valdrá (sólo como coartada) haberle pedido a voz en grito al presidente Zapatero "¡no nos falles!", pues antes que él habrán fallado los jóvenes. Y no habrá tal rearme si éste carece de fundamento espiritual, si a la juventud le falta una fuerza ética superior a la que le rodea e influye, tan frágil y acomodaticia. Pero a esta juventud le toca hacer lo que no pudo la nuestra, los adolescentes quiméricos de hace medio siglo, y a ellos quisiera dedicarles mis próximos escritos en esta página, a partir de ahora mensuales, para que aprendan de nuestros avatares, superen nuestras carencias históricas y recojan nuestras banderas. Tan sólo hace dos años mi pesimismo era grande, pero la reacción juvenil contra los desmanes nacionales e internacionales del capitalismo imperialista y del neofascismo español me hace concebir la esperanza de que nadie les ha arrebatado aún la sensibilidad moral y una pureza de corazón intacta, pese al asfixiante gas entontecedor y corruptor con el que somos fumigados todos diariamente. Poco podemos influir los que escribimos si la juventud no lee, como denuncian las encuestas. Sin embargo, hay muchos lectores jóvenes, no sólo por edad, sino por espíritu (que a eso se refería Antonio Machado cuando hablaba de una juventud más joven), posibles integrantes de los combativos movimientos sociales de nuestra hora. Por experiencia sé que no basta incorporarse a un colectivo batallador e idealista para mejorar la vida social y política. Es preciso ser muy libre y generoso, y hacer las cosas no para imponer unas ideas, sino pensando en el bien material y moral de las personas, incluidas las que se oponen a una sociedad más justa y humana. Por eso he hablado antes de una fuerza ética superior.
Una fuerza ética será superior a la simple moralidad convencional si asume una mínima actitud de sacrificio, renuncia y servicio desinteresado a las personas. Implica un espíritu de fraternidad universal que se traduce en actos y que va más allá de una ideología o de un partido. No se reduce a una filantropía caritativa, sino que concibe la política como la forma más alta de amor al ser humano. Para profundizar en esto me permito recomendar la lectura de alguna de las obras de Alfonso Comín (distribuidas por la fundación que lleva su nombre) y los libros de María Zambrano, nuestra primera filósofa, exiliada por roja largo tiempo, Persona y democracia y Hacia un saber sobre el alma. Contra la política desalmada y antipersona que acabamos de padecer son buenos antídotos, algo comprobable al menos en un fervoroso lector suyo: Rodríguez Zapatero. Como animante inicio de mis futuros envíos a la juventud más joven, quisiera transcribir, por último, el que Machado, al final de su poema, dedica a los que de mayores lucharon hasta la muerte, la cárcel o el exilio por una España más justa y más humana:
"Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre la voluntad te llega, irás a tu aventura despierta y transparente a la divina lumbre, como el diamante clara, como el diamante pura".
J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona.
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