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América Latina, Europa, España

"América Latina no nos interesa", declaró lacónicamente mi interlocutor, el director de una prestigiosa institución académica de Berlín. "Sí, hemos traducido buenas novelas. Pero, indudablemente, la producción española se vende hoy mejor. Sólo algunos nostálgicos del 68 se acuerdan, muy de tarde en tarde, de Juan Rulfo o del Che Guevara. Pero todo eso está superado. Vivimos en un nuevo orden global desde el 11-S. Llámelo como quiera: Pop, Postmodern o Guerra contra el Mal. Y ya se sabe que América Latina es el patio de atrás de los Estados Unidos. No le queda otro remedio que hibridizarse con el Tío Sam. Olvídese de eso. Es más prometedora la India".

No hay argumentos para contestar la sofisticación de los administradores corporativos de la cultura europea en la era global, incluso o también en lo que toca a América Latina. Por decirlo pronto y mal: en los años sesenta y setenta esa misma ciudad de Berlín bullía de entusiasmo bajo los signos de una solidaridad con América Latina que comenzaba y terminaba con las estrategias antiimperialistas de Castro y los símbolos del Che. En los ochenta, este deseo de conquistar intelectualmente a América con banderas rojas se sublimó en el consumo de novelas magicorrealistas y viajes a playas borrachas de sol. Y en los años noventa la intelligentsia alemana se olvidaba del asunto para entregarse a las seducciones más caprichosas del Postmodern norteamericano. Hoy, las cosas han cambiado bastante. Las mentalidades, tal vez no.

Insisto en Berlín, en Alemania, porque a comienzos del siglo XIX creó la figura única de un intelectual ilustrado ejemplar como científico natural e historiador, y como crítico social solidario con América Latina: Alexander von Humboldt. Insisto porque, a comienzos del siglo XX, dio un antropólogo como Theodor Koch Gründberg, cuyas recopilaciones y traducciones de la literatura oral de las civilizaciones amazónicas sirvieron como punto de partida del héroe épico de América Latina por excelencia: Macunaíma, de Mario de Andrade. Insisto en una lengua alemana de la que uno de los mayores prosistas americanos del siglo XX, João Guimarães Rosa, dicen que decía que la prefería en la traducción de sus novelas a su propio portugués. Pero desde los años sesenta, en efecto, el interés intelectual de Alemania y de las capitales culturales europeas ha decaído a los grados de iliteraridad promocionada por la industria cultural: música pop y ficción comercial.

Pero mi pregunta no acaba en Berlín. Aterriza también en Madrid. Es una pregunta por América Latina y España. De acuerdo con el papel y la letra de su incorporación a la Unión Europea, esta España democrática, la nueva España, debía ser, entre otras muchas cosas, mediadora cultural entre esa Europa, que ella apenas conocía, y una América Latina que había olvidado desde los días fundacionales de la doctrina nacionalcatólica de la Hispanidad. O probablemente desde la pérdida de sus últimas colonias americanas en 1898.

Ya saben ustedes lo que la vieja España franquista de la nueva derecha democrática ha hecho y no ha hecho en términos culturales vis-à-vis con América Latina: desempolvar los arcaicos prejuicios de su sublimada edad imperial. España es América y América es España fungió como un arcaico eslogan administrativo, ya no de Guerra Justa contra Indios, ciertamente, pero sí al menos de título implícito de una propiedad intelectual sui géneris. América Latina es, para la nueva vieja derecha, Nuestra América. No la de Martí, claro está. Más bien la de Cortés. O Nuestra América de la Hispanidad del gran humanista español Ramiro de Maeztu, fundador de la Falange tradicionalista. O la de las corporaciones españolas transatlánticas.

¿Y qué ha hecho la España nueva, la nueva izquierda? Sin lugar a dudas, cosas muy valiosas. Por ejemplo, ha editado y sigue editando libros de América Latina. Casi todo novelas. Deja más beneficio. En algunas universidades, como la catalana, incluso se abren paso aquí y allá voces renovadoras y ademanes críticos. En lo político, que para la vida intelectual española lo significa casi todo, ya no sé qué decir.

Pero como hipótesis de trabajo podemos asumir que los nuevos administradores son más sonrientes, aunque en la práctica las cosas sigan más o menos igual. No es cuestión de mencionar nombres. Pero el juez español que ha trabajado más intensamente en España el arduo tema de los derechos humanos en América Latina tiene más audiencia en San Francisco (EE UU), y en Guadalajara (México), que en Madrid. El grupo de jóvenes historiadores catalanes de América Latina y el Caribe son mejor recibidos en Nueva York. Y la editorial Losada acaba de publicar un brillante ensayo sobre América Latina de un joven autor gallego que ha dedicado una serie de obras polémicas sobre el tema, pero que vive en su exilio de Filadelfia. Y, recientemente, un hispanista de la Universidad de Harvard quería organizar un seminario sobre América Latina de alto potencial polémico en Madrid y, como encontró todas las puertas cerradas, se fue con la música al Tecnológico de Monterrey, México, que, según certeras palabras de Carlos Fuentes, es la universidad de lengua española más avanzada científica y humanísticamente.

Si Europa no y España tampoco, ¿quién dialoga intelectualmente con América Latina? Quedan los Estados Unidos. Como exiliado en este país, sólo puedo hablar elogiosamente de la liberalidad de sus universidades, incluso en esta nueva década oscura de la Guerra contra el Mal. Pero una cosa es la liberalidad de las universidades norteamericanas y otra su latinoamericanismo. Ni hace falta subrayarlo: su deconstruccionismo es originalísimo, la profundidad de su postcolonialismo alquilado de los departamentos de inglés es impresionante, su feminismo es enérgico e innovador, los cultural studies han abierto una visión histórica penetrante...

Lo que comunico sumariamente por si fuera pensable un cambio.

Eduardo Subirats es profesor de filosofía, estética y literatura; actualmente enseña en la Universidad de Nueva York. Autor, entre otros libros, de Viaje al fin del paraíso (Losada).

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