Una fantasía memorable
Uno. Hará un par de años, los ingleses votaron sus libros favoritos de todos los tiempos. En el tercer puesto figuraba la trilogía His Dark Materials, de Philip Pullman, la versión hard de Harry Potter, un híbrido salvaje entre Milton y Brian Aldiss que recorre todos los universos posibles y culmina con la muerte del mismísimo Dios Padre. Las fascinantes entregas de la serie -Northern Lights, The Subtle Knife, The Amber Spyglass- han tenido también un gran éxito en España (Luces del Norte, La daga, El catalejo lacado, bajo el título conjunto de La materia oscura), pero, que yo sepa, no han gozado de los favores de la crítica, eterno destino de la novela de aventuras, sobre todo si lleva aparejada la etiqueta "juvenil", hasta que Savater o cualquier otro niño eterno las rescata para colocarlas donde corresponde. El pasado año, Nicholas Hytner, el director del National Theater, decidió asumir un reto tan desmesurado como la propia novela: encargarle a su tocayo Nicholas Wright, el autor de Vincent in Brixton, que condensara las 1.300 páginas de His Dark Materials para llevarla a la escena. El resultado ha sido el espectáculo más costoso de la historia del NT y uno de sus mayores éxitos. Una adaptación modélica y una función de seis horas, dividida en dos jornadas, que ha llenado y sigue llenando el teatro (atención: hasta el 2 de abril) de adolescentes entusiasmados y no pocos adultos, llevándose, de paso, dos premios Olivier, a la escenografía de Giles Cadle y a la iluminación de Paule Constable. La puesta en escena de Nicholas Hytner es un sueño rambaliano, deslumbrador y casi mareante, con cuarenta actores y cien cambios de decorado, espacios que suben, bajan, brotan en espiral de la enorme tripa del teatro y desaparecen en un susurro; cicloramas, combates, un globo aerostático, un ejército de osos, brujas voladoras y, en fin, todas esas maravillas que tanto cuesta ver en un teatro. El NT, por cierto, ha editado un libro apasionante, The Art of Darkness: Staging the Philip Pullman trilogy, en el que Robert Butler sigue paso a paso el descomunal viaje de todos los equipos del teatro sumando fuerzas para levantar la catedral ultrabarroca de Pullman, y que debería ser lectura obligada en todo curso de producción que se precie.
Dos. No seré yo, desde luego, quien les resuma todo lo que sucede en His Dark Materials. Digamos que sus protagonistas son dos niños, Lyra (Elaine Symons) y Will (Michael Edge), en tránsito a la adolescencia, que se encuentran bajo un árbol del Jardín Botánico de Oxford, en el Jordan College, en la juntura de dos universos paralelos. En el Oxford de Lyra, un territorio dickensiano sin coches ni luces eléctricas, reina la Iglesia, una entidad inquisitorial que quiere hacerse con a) un cuchillo que permite pasar de un mundo al otro, en manos de Will, b) un singular artefacto, el Aletiómetro, en manos de Lyra, que permite leer el futuro y el pensamiento y, c) la materia oscura del título, una partícula fundamental indivisible en la que quieren ver la manifestación física del pecado original. En el Oxford de Lyra cada humano tiene su daemon, un animal totémico, posible encarnación del alma según la teoría platónica, que permite a Michael Curry, el creador de los muñecos de El rey León, utilizar una técnica similar: criaturas móviles, iluminadas desde dentro, y manipuladas por ventrílocuos con ropa y máscaras negras, en el más puro estilo Bunraku.
His Dark Materials no es precisamente una aventura seráfica y sonriente. Hay sexo (una escena, delicadísima, entre Lyra y Will, poco antes de separarse para siempre), hay terror, dolor y violencia, y una ambigüedad esencial en todos los personajes, de los que Pullman no duda en mostrar sus aspectos más oscuros, emblematizados en los padres secretos de Lyra: Lord Asriel (David Harewood), mitad ángel caído mitad mad doctor, que busca tender un puente hacia el mundo que se abre "más allá de la Aurora Boreal", y Mrs. Coulter (Lesley Manville), una espía asesina al servicio de la Iglesia, dispuesta, como el satánico Asriel, a llevarse por delante a quien convenga. Lyra viaja al Ártico, tras los pasos de los niños robados por los misteriosos Gobblers, y se encontrará con Will en Cittagazze, "la ciudad de los espectros devoradores de almas". A lo largo de su aventura, perseguidos por sicarios de la Iglesia y moscas-espías, les ayudarán el aventurero Lee Scoresby y su globo aerostático, y Farder Coram, "el que habla con los espíritus", y Iorek, el rey destronado del ejército de los osos, y Serafina Pekkala, la bondadosa reina de las brujas árticas, y los gallivespianos, unos gnomos del tamaño de un puño (otro nuevo acierto de la magia de Michael Curry), y descenderán al Reino de los Muertos (la escena más lograda, terrorífica y conmovedora, de la segunda parte), para asistir, al fin, a la extinción de Dios Padre, un pellejo demente y senil, y a la fundación de la nueva República de los Cielos.
Tres. Hay también una historia, ejemplar y deliciosamente inglesa, en torno al éxito masivo de His Dark Materials. Cuando se publicó la trilogía, el director de la Asociación de Profesores Cristianos, Peter Kaye, se llevó las manos a la cabeza acusando a Pullman, un pacífico profesor de Oxford en la estela de Tolkien, de blasfemo y corruptor de la juventud. Tras el estreno y el éxito del espectáculo, The Catholic Herald echó más leña al fuego, nunca mejor dicho, hablando de herejía y sugiriendo que la trilogía "debería ser enviada a la hoguera". Días más tarde, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, se presentó en el teatro, vio la función, debatió en público con Pullman y declaró luego, en un seminario de Downing Street, que His Dark Materials "debería estudiarse en los colegios, porque las clases de religión han de incluir enseñanzas acerca de sus críticos y debatir las tensiones internas de las creencias". Una buena lección para Rouco y sus hermanos, y una gran lección de teatro espectacular, imaginativo, poderosísimo.
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