Amigos y vecinos
Si hay algo que de verdad da unidad a un libro de cuentos o narraciones, eso es el estilo de su autor, el flujo narrativo que subyace y se repite en cada historia, como una columna vertebral cuanto más invisible mejor. Y, sin embargo, los narradores siguen buscando elementos formales o de contenido que unifiquen los relatos y les acerquen a la novela. Desde Sherwood Anderson -desde Las mil y una noches, dirá alguien- se ha repetido cientos de veces la estrategia de los cuentos como vasos comunicantes y David Schickler es tan sólo el penúltimo intento, aunque en su caso la apuesta resulta original. El elemento que agrupa los 11 relatos de Besos en Manhattan es el bloque de apartamentos donde viven algunos de sus protagonistas, el Preemption, un viejo edificio con pedigrí y ricos propietarios en el alto Manhattan. Más allá de la coincidencia en el escenario, los protagonistas de algunos relatos aparecen luego como simples extras en otros, en segundo plano y sin frase, y este recurso favorece a una de las virtudes del libro: dibujar la gran ciudad como un microcosmos que reúne múltiples estados de ánimo, la mayoría ocupados en la soledad y la búsqueda del amor como remedio y redención personal.
BESOS EN MANHATTAN
David Schickler
Traducción de Cecilia Ceriani
Anagrama. Barcelona, 2005
294 páginas. 17 euros
La prosa de David Schickler
es ágil, con unos diálogos bien cortados, aunque a veces el autor se deja llevar por un cierto glamour superficial más propio de una serie como Sexo en Nueva York. El repertorio de situaciones para mostrarnos esa soledad de los habitantes de Manhattan es muy diverso y en algún caso, cuando toma caminos fantásticos, desluce el conjunto. En El fumador, la mejor narración del libro, un profesor es invitado a casa de su alumna aventajada, en el Preemption, y los padres le piden que se case con ella. En El deber, un alto ejecutivo seduce a las mujeres con grandes cantidades de dinero y lujo y las lleva a su casa para someterlas a un perverso ritual de dominación; sólo así es capaz de olvidar lo absurda que es la vida. Esta historia, por otra parte, crea un punto de inflexión en el libro y a partir de ahí cada cuento permite avanzar en una trama conjunta, de forma que uno llega a las últimas páginas como si de hecho estuviera leyendo una novela. La desolación inicial de los solitarios en Manhattan se va transformando poco a poco en una historia un tanto delirante, con personajes demoniacos y curas con pistola. El amor correspondido se convierte entonces en moneda de cambio y sinónimo de poder: algo que sucede en todas partes, en Manhattan como aquí.
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