El horror de Liberia
- SUEÑOS
Cuando la conocí, Rula Abu Duhou estudiaba en la Universidad de Belén, en Cisjordania, Psicología y Trabajo Social. Tenía 18 años. Cuando terminara de estudiar, me dijo, tenía previsto quedarse a trabajar en Cisjordania. Se sentía tan comprometida con la independencia palestina, que ya había rechazado una oportunidad para proseguir su educación en Estados Unidos.
Habían matado delante de él a toda su familia, ocho personas. A uno de sus hijos lo partieron por la mitad
En Perú, la policía secreta empezó a utilizar la 'ruleta rusa' como parte de sus torturas
Seis meses después, Rich volvió de Vietnam, pero sin Bud. A Bud le habían matado
"De lo que no hay duda es de que, un día, lograremos nuestra libertad y Palestina renacerá", decía. "Lucharemos por ella hasta que llegue un día en el que sólo quede uno de los dos, o Israel o los palestinos. Nada más. Uno de los dos se quedará con todo. Puede que sea mañana, el año que viene, dentro de 100 años, pero está claro que lo conseguiremos".
"¿Y qué tal que los territorios ocupados se conviertan en Palestina y el resto sea Israel?".
"¡No! ¡Palestina es Palestina! Es una sola cosa, no puede dividirse. La queremos entera. Y la franja de Gaza también, por supuesto".
"¿Y qué me dice de los tres millones de judíos?".
"¿Qué pasa con ellos? ¡Si quieren vivir bajo Gobierno palestino, bienvenidos! ¡Si no están dispuestos, que se vayan!".
T
- TALISMANES
Félix Rodríguez es un ex agente de la CIA, de origen cubano, que interrogó al Che Guevara en Bolivia, en 1967, tras su captura. Fue Rodríguez quien transmitió la orden de matarle. Vive en Miami, donde conserva el último tabaco de pipa del Che, con el que se quedó, como un trofeo que exhibe permanentemente en una burbuja de Perspex fijada en la culata de uno de sus revólveres. También tiene un sujetador femenino, cuidadosamente enmarcado y colgado de la pared de su cuarto de estar. Rodríguez explicaba que el sujetador era de una jefa de la guerrilla salvadoreña, Nidia Díaz, a la que capturó personalmente en El Salvador. Rodríguez me mostró también su álbum personal de fotos de la campaña de Bolivia; estaba lleno de truculentas fotografías de guerrilleros muertos y del propio Che, incluido un primer plano de sus manos amputadas, que le cortaron después de tomarle las huellas dactilares (para probar que había muerto) tras su ejecución y antes de que desapareciera su cadáver. Pero el talismán más extraño, quizá, es su asma, condición que dice padecer desde los momentos después de la ejecución del Che. El Che era asmático crónico; Félix Rodríguez nunca lo había sufrido, pero ahora sí.
- TERAPIA
En mi última noche en Liberia, me visitó un asistente social que proporcionaba terapia a los ex combatientes liberianos. Me habló de un joven que confesaba que su "trabajo" había consistido en rajar los vientres de las mujeres embarazadas en un control de carretera. Sus camaradas y él apostaban sobre el sexo del feto. Ahora, el hombre tenía unas alucinaciones recurrentes en las que veía los rostros de sus víctimas que caminaban hacia él, y les gritaba: "¡No fui sólo yo!". Este caso concreto, reconocía el asistente social, era desesperado, como el de otro hombre -una víctima- al que estaba tratando. Habían matado delante de él a toda su familia, ocho miembros; a uno de sus hijos lo arrojaron al aire y literalmente le partieron por la mitad delante de sus ojos. Al hombre le habían dejado con vida "para que su sufrimiento fuera mayor". Y lo era: el hombre se iba a morir del alcohol y las drogas que consumía.
El asistente social también tenía que someterse a terapia, confesó, después de haber presenciado cómo unos asesinos le arrancaban el corazón a un hombre vivo, lo cocían y se lo comían. Había ocurrido a plena luz del día en Monrovia, hacía sólo dos años, en una gasolinera próxima al cruce de carreteras denominado "El amor eterno conquista África".
- TERRORISMO
Balraj era un antiguo asistente social que se había incorporado a la lucha armada en nombre de la minoría hindú tamil de Sri Lanka y en contra de la mayoría budista sinalesa, que dominaba el Gobierno. Los tamiles querían tener un Estado independiente, Tamil Eealam, en el este y el norte de la isla. La organización guerrillera de Balraj, EROS, era famosa por colocar bombas en lugares públicos. Una de sus bombas más recientes había estallado en la oficina central de telégrafos y había matado a seis civiles. Le pregunté a Balraj cómo justificaba el atentado.
"El Gobierno utiliza las comunicaciones para difundir propaganda falsa contra la comunidad tamil", respondió Balraj sin inmutarse, "así que, como la sede de las comunicaciones era la oficina central de telégrafos, para nosotros era muy importante mostrar nuestra protesta y destruir lo más posible, y hacer que el Gobierno fuera consciente de la amenaza contra sus comunicaciones. Ésas son las condiciones en las que pusimos la bomba. Y es evidente que ha tenido repercusiones políticas. Pero, aparte de esa explosión, el resto de nuestros blancos están cuidadosamente escogidos para causar el menor daño a la población civil. Si hubiéramos querido matar a civiles, habríamos colocado más bombas en lugares por los que pasan cientos y miles de personas, y habríamos creado un caos inmediato. Sólo atentamos contra objetivos tácticos, y no con el fin de crear objetivos civiles. Sin embargo, en ciertos lugares, en ciertos casos, al escoger los blancos, pensando en el interés general de la causa y la comunidad, debido a las circunstancias, puede ocurrir que, incluso aunque mi madre pase por allí, tenga que sacrificarla. En ese contexto, lo que importa es el incidente, es el lugar, no -incluso aunque tenga que perder a mi madre- la persona".
"¿Se lo ha dicho a su madre?".
Balraj: "No me hace falta decírselo, no necesita que se lo digan. Conoce mi compromiso y... lo ha digerido. Tiene que digerirlo".
- TORTURA
En Perú, a finales de los setenta, poco después de que se estrenara en los cines locales la película El cazador, protagonizada por Robert De Niro y Christopher Walken, la policía secreta empezó a utilizar la ruleta rusa como parte de su repertorio de torturas. Hasta entonces, habían empleado sobre todo la bañera -medio ahogar a la gente en retretes o bañeras- y el avión, colgar a la gente de poleas hasta que los brazos se dislocaban. También les gustaba meter palos de escoba por el recto de una persona, y habían inventado un truco nuevo, golpear repetidamente a los sospechosos en la parte lateral de la cabeza con pesadas guías telefónicas, preferiblemente las Páginas Amarillas, con el estupendo resultado de que les perforaban los tímpanos pero no dejaban señales externas.
U
- ULULAR
En el mundo árabe, las mujeres ululan cuando están contentas o tristes, en las bodas y en los funerales. Es un sonido que hacen con la lengua y la garganta a la vez, y no existe ninguna otra cosa parecida entre los seres humanos. También puede ser un llamamiento a la guerra. Una tarde, en el campo de refugiados palestinos de Breij, en Gaza, estaba en casa de un amigo, Nasser, cuando, de pronto, las mujeres empezaron a ulular para llamar a los jóvenes de Breij a la lucha.
Aquel sonido estremecedor llegaba de todas partes; ponía los pelos de punta. Inmediatamente se oyeron ruidos de agitación, disparos y gritos. Nasser, que había estado relajado hasta entonces, perdió totalmente la calma. Con el ulular llegó una versión telegráfica de lo que estaba ocurriendo: los soldados israelíes habían entrado en el campamento y se había producido un enfrentamiento entre ellos y algunos jóvenes en la mezquita. Nasser gritó: "¡La mezquita! ¡La mezquita! ¡Los judíos matan a nuestra gente!". Salió corriendo de la casa, hacia la zona de violencia, y le seguí. Por el camino, paradas en las puertas y con las cabezas hacia arriba como en un funesto pasillo coral, las mujeres de Breij seguían haciendo aquel terrible sonido, y Nasser corrió todavía más deprisa hacia la refriega.
Cuando llegamos ante la mezquita, descubrimos lo que había pasado, Uno de los jóvenes había intentado apuñalar a un soldado israelí, y le habían disparado; le estaban atendiendo los médicos de la clínica al otro lado de la calle. Fuimos a verle: brotaba sangre incontrolada de su arteria femoral seccionada; iba a morir en cuestión de minutos. Mientras tanto, sus amigos se había subido a la azotea de la mezquita y estaban excitándose en una especie de éxtasis mortal. Rodeados de disparos, nubes de gas lacrimógeno, el muecín de la mezquita que les alentaba y el escalofriante ulular de sus hermanas, esposas y madres, arrojaban piedras, se quitaban las camisas e instaban a los soldados israelíes, que habían formado un perímetro armado en torno a la mezquita, a que les mataran allí mismo. Los jóvenes gritaban "Allahu Akbar" -Dios es grande- y declaraban que estaban dispuestos a morir.
V
- VICTORIA
En las horas posteriores a la caída de la ciudad de Kunduz, el último refugio talibán en el norte de Afganistán, en noviembre de 2001, hubo mucha actividad en el centro de la ciudad. Muchas personas normales, hombres y jóvenes, paseaban sonriendo y haciendo gestos de aprobación.
En la zona del bazar, varias personas observaban los cuerpos de dos combatientes talibanes que yacían muertos ante las tiendas cerradas. Los cuerpos estaban cubiertos con túnicas, y la gente se detenía a levantar el borde y echar un vistazo a los cadáveres. Los hombres tenían el aspecto gris y cerúleo que adquieren enseguida las personas muertas. Había sangre coagulada en charcos junto a ellos. En un charco se alzaba un saquito de plástico de naswar, el picante tabaco de mascar que utilizan casi todos los afganos. Más allá, junto a otra tienda cerrada, un talibán herido estaba tendido de lado, un amasijo polvoriento y lleno de sangre. Miraba de lado a los transeúntes por encima de su brazo estirado. Nadie le ayudaba ni parecía muy interesado por él.
Apareció un grupo de soldados que llevaba a cinco jóvenes cautivos talibanes de piel oscura, con los brazos atados a la espalda con los turbantes. Estaban sucios y parecían aterrados. Allí cerca, otros soldados colgaban carteles del difunto héroe muyahidín Ahmed Shah Massud en una cabina de cemento, en medio de una glorieta. Un anciano levantó un cartel de Massud y gritó: "¡Abajo el mulá ciego Omar, viva Massud!".
- VIDA
Una noche, mientras cenaba en casa de Hisham, un devoto musulmán palestino de casi treinta años, mi anfitrión me explicó que, para él, la vida y la muerte eran indiferenciables. "Si es necesario, estamos preparados para morir", dijo. "Los musulmanes amamos la muerte igual que otros aman la vida".
- VIETNAM
Rich y Bud eran amigos, soldados en Vietnam. Bud era estadounidense y Rich era australiano. Vinieron a Taiwán a pasar tres días de lo que el Ejército estadounidense llamaba "R & R" -recuperación y descanso- junto con otros muchos soldados que luchaban en aquella guerra. Debía de ser alrededor de 1966; yo tenía unos nueve años, y mi familia vivía en Taiwán desde 1962.
Conocimos a Rich y Bud en la pista de patinaje sobre hielo que acaba de inaugurarse en Taipei, la capital de Taiwán. Mi madre les invitó a nuestra casa de Grass Mountain, a las afueras de la ciudad, y aceptaron. Recuerdo que estuvieron con nosotros un par de noches, y pareció gustarles mucho el mero hecho de estar allí, comer con nosotros y estar con nuestra familia. Durante aquellos dos días, fui el héroe del vecindario, tuve a todos mis amigos admirados de que dos soldados de verdad estuvieran durmiendo en mi casa. Llevé a Rich y Bud de paseo hasta mi lugar secreto en el bosque cercano a casa, que era una cueva llena de murciélagos. Por el camino me contaron historias de guerra, y yo me sentí feliz.
Cuando Rich y Bud se fueron, mis padres les invitaron a volver a nuestra casa en su próximo permiso, seis meses después. Dijeron que lo haría. Rich, el australiano, prometió traerme la boina de un vietcong muerto. Estaba apasionado ante la perspectiva, y no dejé de presumir ante mis amigos.
Seis meses después, Rich volvió, pero sin Bud. A Bud le habían matado. Rich me contó que había resultado gravemente herido en combate, pero que no había muerto inmediatamente. Contó que había intentado ayudarle y le había llevado a la espalda a través de la jungla durante horas, pero que Bud había muerto de sus heridas. Lo sentí mucho, tanto por Bud como por Rich, que parecía muy triste, pero no dejaba de pensar en la boina que me había prometido Rich. Nunca la mencionó, y nunca le pregunté. No parecía apropiado. Pero, en privado, sentí una gran desilusión.
- VUELAHUEVOS
Era una bomba de fabricación casera que hacían los guerrilleros salvadoreños utilizando restos de guerra en sus talleres móviles de "armamento popular". Uno de aquellos talleres en las montañas de Chalatenango, que visité en 1990, estaba bajo la dirección de un hombre llamado Alberto, un miembro de la organización separatista vasca ETA. Los que fabricaban las bombas eran o voluntarios muy jóvenes o compas gravemente heridos, que habían perdido alguna extremidad y no servían para mucho más. El "vuelahuevos" estaba diseñado, como sugiere su nombre, para explotar a la altura de la entrepierna y dejar a un hombre sin genitales.
Y
- YAKARTA
En 1968, cuando tenía 11 años, mi familia fue a vivir a Indonesia. Vivíamos en una gran casa que habían construido los colonos holandeses en la capital, Yakarta. Habían pasado sólo tres años del golpe militar de Suharto y las subsiguientes matanzas anticomunistas y sectarias, en las que murieron aproximadamente 300.000 personas.
Nadie me contó esas cosas, ni siquiera mi padre, pero me enteré de ellas por un joven indonesio de edad universitaria que trabajaba para él. No recuerdo su nombre, pero, en nuestras primeras semanas de estancia en el país, antes de que empezara el colegio, solía venir a casa, seguramente porque mi padre le había pedido que me entretuviera y me paseara por la ciudad en el asiento posterior de su motocicleta.
Un día, me llevó a un gran edificio al que se entraba por unos magníficos escalones de piedra, y detuvo la moto. Indicó la calle y dijo que los soldados habían matado allí a cientos de estudiantes. Recuerdo que habló con detalle del día en el que había ocurrido, como si él también hubiera estado presente pero hubiera logrado sobrevivir. Me habló de varios lugares y varias cosas así, en un tono que me hizo comprender que tenía que ser nuestro secreto.
Estaba tan agradecido por su amistad y los paseos en su moto, que nunca dije a nadie las historias que me había contado ni los lugares que habíamos visitado, ni siquiera a mi padre.
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