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Se alquila ciudad, razón aquí

Señores responsables de turismo, lo hemos entendido. Se trata de emigrar cuanto antes. Entendemos que su proyecto de ciudad necesita más y más espacio para el turismo. Más espacio físico, económico y cultural. Los aburridos ciudadanos autóctonos que cometemos la torpeza de distinguir una paella de un pastiche precocinado y que tenemos la fea costumbre de levantarnos temprano, debemos dejar paso a los nuevos barceloneses.

Nos resistíamos, creíamos que era posible un equilibrio entre ser una ciudad visitada y una ciudad real. Creímos que una parte del interés de Barcelona era su cultura. Más allá del modernismo, creímos que podríamos ofrecer alguna particularidad interesante. No creíamos que para hacer más popular la obra de Picasso, Miró y Tàpies deberíamos hacer toallas de playa con sus mejores cuadros. La combinación de una ciudad arquitectónicamente interesante, una historia rica en matices y una activa vida cultural parecían buenos argumentos. De hecho, hemos constatado la creciente incorporación, no ya de paso sino para quedarse a vivir, de población extranjera del ámbito creativo, artistas visuales, arquitectos, centros de diseño, etcétera.

Pero no es ése el modelo rentable, al menos no a corto plazo. Debemos dejar nuestras casas, alquilarlas por días a turistas y alejarnos lo suficiente para al fin ser también turistas en nuestra propia ciudad. Si ponemos suficiente distancia, es posible que nos resulte tolerable la reducción de la ciudad a postales, de Ciutat Vella a una zona de pubs ingleses y de nuestros locales de ocio a destino para británicas despedidas de solteras.

Se hace difícil distinguir la economía tardofranquista basada en la construcción y el turismo de sol y playa, y el modelo actual, edificado sobre los mismos pilares. El Ayuntamiento acaba de aprobar una propuesta para construir un barco hotel que se amarrará en el puerto del Fórum. El lujo parece justificar este nuevo hotel, ya que será de cinco estrellas. Se dice que para potenciar el denominado turismo de calidad. ¿Marbella es un buen modelo, entonces?

Alguien debería decirlo: el turismo de calidad no existe. Un señor muy educado, con mucho dinero, que se interese por la cultura, no beba más de la cuenta, no compre souvenirs grotescos, no se incruste en la arena de la playa durante horas y no repita los tópicos delante de los edificios de Gaudí, es una quimera. Por tanto, no es el turista el problema, la cuestión es la oferta. Es en ella en la que podemos influir y en ella donde están las soluciones.

Dicen fuentes de la alcaldía que el turismo da trabajo a 65.000 personas en la ciudad (algunos de una precariedad pasmosa) y con euforia afirman que ya superamos los 4,5 millones de visitantes al año. Récord que también recuerda a aquellos fastos franquistas del "turista un millón". Lo que no se dice es la cantidad de población autóctona que ha abandonado la ciudad en los últimos años. Pero no nos preocupemos, pronto todos seremos empleados turísticos. Puede que incluso consigamos ser más felices, ya se sabe que los trabajadores de los centros de turismo siempre tienen una sonrisa en los labios.

En este momento, tenemos en la capital catalana 11 millones de pernoctaciones por año, eso genera una media de 30.136 turistas por día. Esa masa de población flotante supera cualquier bolsa de población extranjera en la ciudad, tan sólo equiparable con la ecuatoriana, que es la más numerosa. Tener circulando por la ciudad a esa cantidad de personas origina un sinfín de efectos sobre la trama urbana. No parece que eso se analice con seriedad. El informe sobre Cataluña de Greenpeace de este mismo año apunta: "La oferta de alojamientos es tres veces superior al uso real que se hace de ella". Eso provoca una bajada de precios y un turismo de "todo incluido". Ese turismo es la pesadilla de la consejera Tura. La solución es sencilla: eliminando a los no turistas nadie estará molesto. Hacen bien los representantes de ERC con responsabilidades en turismo en olvidarse de la identidad nacional y ofrecer el país a los mayoristas turísticos como un simpático chiringuito de costa. Unos años más de este turismo y nuestra identidad cabrá en un sello de correos para enviar postales. ¿De qué nos sirven los derechos históricos si los untamos con allioli y los vendemos a porciones? Progresismo, nacionalismo y turismo en la misma cartera: quizá demasiado peso.

Josep Maria Muntaner (EL PAÍS del 17-7-05) afirma que "una de las mayores dificultades radica en que el turismo, como el capitalismo, no tiene ética". A pesar de compartir con afecto el resto del artículo, esa afirmación se nos presenta inocente. El turismo sí tiene ética, será perversa, maniqueísta y salvaje, pero no deja de ser una ética. La misma que reduce las diferencias locales al folclor, la misma que reduce la historia a tópicos, la misma que tematiza los barrios históricos.

El paseo de Gràcia es un sinfín de marcas multinacionales. La pasión de las franquicias ha hecho disparar el precio del metro cuadrado y nuestros diseñadores deben mudarse a otros barrios por no poder pagar semejantes alquileres, con lo que la visualización de nuestro potencial creativo desaparece. Que lo típico en La Rambla sean los turistas bebiendo sangría no es un anécdota, es una limpieza étnica en toda regla. Que un café en el centro cueste mucho más que en otras zonas es un magnífico incentivo para exiliarse.

Esa ética es la que niega la oferta al sufrido turismo interior, ese gran olvidado. Un turismo propio nos cohesionaría como país, nos ayudaría a entender nuestra historia y nos haría partícipes de preservar el territorio para el futuro y, probablemente, reduciría la necesidad de la segunda residencia. Pero ese tipo de turista exige de la ciudad algo más que visitar el Barça o emborracharse en la plaza Reial, y sería deseable que el camarero que le sirva hable algo más que el alemán.

Olvidémonos de fabricar y crear, dediquémonos a lo que se nos da mejor: construir apartamentos y servir jarras de cerveza. Seamos honestos y reconozcamos la realidad: "Hola, me llamo Barcelona y soy adicta al dinero fácil del turismo".

Claret Serrahima y Òscar Guayabero son diseñadores.

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