Fulgor e invención
Aun cuando viene resultando ya habitual que cada muestra de Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) nos depare la sorpresa de una enésima y espectacular vuelta de tuerca en las claves de edificación de su imaginario, esta nueva cita en la que el artista gaditano presenta obras realizadas en los dos últimos años puede dar de entrada la impresión de ser el resultado de uno de los quiebros más audaz, insólito y hasta extravagante, de toda su trayectoria. Y digo en apariencia porque, pese a todo considero que, aun en su singular rareza, ese giro es a la postre consecuente con relación a uno de los ejes de interés que han orientado la evolución de su pintura.
En todo caso, el cambio más ostensible que aflora en la presente etapa viene dado ante todo por el tratamiento tan singular otorgado a la figura, que la aleja radicalmente de toda mimesis tradicional o de cualquier resonancia naturalista, desarrollando en torno a su génesis un desbordante proceso de reinvención anatómica. Proceso donde el artista emplea, de forma extremadamente libre y personal, mecanismos que encuentran ecos analógicos tanto en la tradición manierista, en línea con la geometrización de la figura en Bracelli o Cambiaso, el frenesí metamórfico del grutesco o el artificio de la doble imagen en la acumulación arcimboldesca como también en la reelaboración del cuerpo por las vanguardias del XX, ya sea en el maniquí metafísico, las fisonomías mecanizadas de dadaístas y constructivistas, o la disgregación surrealista.
GUILLERMO PÉREZ VILLALTA
Galería Soledad Lorenzo
Orfila, 4. Madrid
Hasta el 12 de noviembre
Pese a su extrañeza, esa proyección de la figura más allá de su representación convencional viene a anular finalmente su dimensión narrativa en favor de una puesta en relieve mucho más explícita y radical de su condición esencialmente simbólica. Y es por ello que entiendo que se trata a la postre de un paso del todo coherente, en la medida en que viene así a hacer confluir esa nueva formulación de sus personajes con la dinámica impuesta por otro registro distintivo de su obra reciente. Me refiero, claro está, al exuberante protagonismo y tan complejo desarrollo que ha alcanzado en el último Pérez Villalta la vertiente ornamental, en la que el artista reivindica una apropiación estratégica del decisivo potencial de codificación simbólica que el mundo oriental confiere al ornamento y que distinguió por igual al gótico en Occidente. Pues bien, en ese mismo sentido entiendo que la invención de la figura adopta en estas telas últimas una articulación y pauta de comportamiento en gran medida equivalentes a las de la modulación ornamental, con la que comparte, por añadidura, no pocas coincidencias de orden morfológico. Y el resultado son esos deslumbrantes cuadros jeroglíficos donde todo, personajes y escenario, objetos y componentes del paisaje, espacios y ritmos ornamentales, las cadencias de la luz y del color, todo se diría articulación natural de un mismo y único lenguaje.
Con dos cuadros de motivo
aislado, la batalla y el soberbio descendimiento, que actúan respectivamente a modo de obertura y desenlace o culminación, la muestra va desgranando distintos ciclos temáticos -juicios mitológicos, metamorfosis, temas bíblicos, escenas orientalistas y paisajes imaginarios-. En términos generales, Peréz Villata emplea aquí formatos algo más contenidos que en ocasiones anteriores, si bien, incluso en los de menor dimensión, como en la fascinante secuencia de emblemas de la sala inferior, acechan impactos de muy alto vuelo.
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