Adivina quién viene
El presidente chino, Hu Jintao, que ayer cenó con los Reyes en La Zarzuela, culmina con su visita a España su primer viaje oficial a Europa, a la que ha llegado con la cartera repleta de pedidos para un país necesitado de petróleo y materias primas, y también de capitales. Políticamente, su presencia en Londres y Berlín, y ahora en Madrid, refleja el valor que Pekín le da a Europa como elemento de su visión multipolar del mundo. Claro que también pide el levantamiento del embargo europeo de la venta de armas impuesto tras la represión de Tiananmen en 1989, a la que EE UU se resiste, pero por el que empujan Francia y Alemania.
España ascenderá a la categoría de "socio estratégico de Pekín", aunque nuestra presencia económica en China es inferior a la de otros países de la UE. Pero España tiene el valor añadido de sus vínculos con América Latina, potencial proveedor de algunas de las materias primas que necesita el coloso asiático. Y China es a su vez un mercado apetitoso para las aseguradoras británicas, los trenes alemanes de alta velocidad o las centrales nucleares que va a abrir por decenas en los próximos años. El viaje ha dejado nuevos contratos en el continente.
La transformación de esta China de 1.300 millones de habitantes es el mayor experimento de cambio socio-económico de la historia. Fascinados por lo que Hu considera un "ascenso pacífico" a potencia global y por las posibilidades económicas que se abren, los europeos no deben, sin embargo, ignorar las graves violaciones de los derechos humanos y de la libertad de expresión y de información en China.
Por vez primera desde la instauración de la República Popular en 1949, el régimen comunista ha publicado un Libro Blanco sobre "la construcción de la democracia política" en el que invoca el papel esencial del Partido Comunista para realizar la "dictadura democrática del pueblo", oxímoron de nuevo cuño. Y en el que afirma que la construcción de la democracia política seguirá "la ley objetiva del progreso paso a paso y de una manera ordenada". La doctrina es confusa, pero la realidad va más deprisa que la teoría, y aislar a China no sólo es imposible, sino contraproducente.
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