Balnearios en Estonia
DECIR QUE se va a visitar Estonia en invierno puede ser para la gente que te rodea un indicio de no estar bien. A Tallin, su capital, llegamos mi novia y yo desde Estocolmo tras 10 horas de barco.
La primera impresión fue la de estar inmersos todavía en el telón de acero, si no fuera por el disfraz inmobiliario del centro financiero, que rompe la línea de la ciudad histórica. Ya que los estonios abandonaron la mano de Rusia en 1991, la población conjuga lo estonio y lo ruso. Así, se hablan dos lenguas, hay dos tradiciones..., y para un latino es difícil percibir dónde empieza una y dónde acaba la otra.
Como casi siempre ocurre, en las grandes ciudades extranjeras se puede encontrar desde la tortilla española hasta los tacos mexicanos. Estábamos perdiendo tiempo para adentrarnos en la realidad estonia. Dicho y hecho. Nos dirigimos a la estación central de autobuses de Tallin, no más grande que la de cualquier ciudad de provincias, y apostamos por Haapsalu, al oeste, junto al mar Báltico.
Pasamos horas en el autocar, donde anocheció mientras pasaban por nuestros ojos bosques inmensos, iglesias, casas de madera de cuento, coches a lo 124 de Seat...
Quizá sería excesivo decir que éramos los únicos turistas en la ciudad de Haapsalu. Pero casi. Y es que, desde el siglo XIX, el lugar se distingue por sus balnearios y su tradición del barro como medio curativo. En cualquier caso, dada la cercanía, seguro que más de un escandinavo andaba por los locales en busca de relajación para sus articulaciones.
Nunca me había sentido tan diferente como en los días en los que anduve por estas tierras. Eso hizo que, durante el viaje, el aluvión de situaciones nuevas supusiera un estimulante aprendizaje.
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