Valencia amanece vaticana
El despliegue para acoger al Pontífice es uno de los más espectaculares que se han visto en los viajes papales
Las instituciones valencianas parecen decididas a batir todos los récords en lo que a despliegue material y estético de acogida a un Papa se refiere. Los colores de la bandera vaticana tiñen absolutamente el paisaje de la ciudad. Balcones, farolas, vitrinas de comercios, hasta las vallas de protección que acotan el recorrido que seguirá el Pontífice lucen los colores de la Santa Sede. Las principales calles están decoradas con maceteros de flores frescas amarillas y blancas. Es como si el espíritu fallero de lujo y derroche se hubiera apoderado de organizadores y poderes públicos. Ahora falta saber cual será la respuesta de la ciudad. Ya anoche, más de 200.000 personas, según la policía local, asistieron al Rosario de las Familias que se celebró en la playa.
El altar mayor instalado en el jardín del Turia tiene cortinas de aire acondicionado
Benedicto XVI conoce a fondo la situación no del todo boyante del catolicismo en España, pero aun así será difícil que no se sienta abrumado por el espectáculo de poderío y belleza que podrá contemplar desde el papamóvil. Tanto en el centro histórico como en la zona del antiguo cauce del Turia donde se levanta el altar mayor desde el que el pontífice celebrará los dos actos de masas de su visita se aprecia una similar abundancia de medios. Para Valencia, se trata de una ocasión única de promoción turística que la ciudad piensa explotar a fondo. Sólo había que ver, ayer, la satisfacción con que los comerciantes del centro contemplaban los grupos de peregrinos que empiezan a llenar las calles. Tanto el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, como la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, son conscientes de la importancia de esta visita.
De ahí el despliegue del que no se conocen cifras aunque la oposición socialista está segura de que se han superado los 30 millones de euros. Un despliegue que no deja a nadie indiferente en una ciudad dividida entre los que critican los fastos y los que consideran que la visita de Benedicto XVI es un regalo para la ciudad. "Yo soy de la opinión de que el que quiera ver al Papa que vaya a Roma", decía ayer una mujer joven, indignada por los cortes de tráfico.
En la plaza de la Virgen, a un paso del palacio Arzobispal y de la Generalitat valenciana, varias decenas de peregrinos contemplaban la instalación de un gigantesco tapiz de flores, sobre la fachada de la basílica de la Virgen de los Desamparados, donde el Papa se detendrá a rezar por las víctimas del accidente del metro. Muchos balcones de los edificios oficiales de la plaza de Manises, lucían reposteros de terciopelo granate. "Es una maravilla. Una maravilla que venga el Papa". La señora Vicente, de Liria, no cabía en sí de alegría pensando en la llegada del papa Ratzinger. "Yo al otro le fui a ver a Roma, eh. Le toqué y todo. Antes de que le dieran los tiros", explica excitada ante tanto lujo. Lástima que el calor de julio la obligará a quedarse en casa mañana domingo. "Con este sol no puedo".
A Ratzinger le espera ciertamente la prueba del calor, aunque el altar mayor donde presidirá los dos actos de masas está dotado de cortinas de aire acondicionado. Los peregrinos, en cambio, -y se espera que acudan más de un millón de personas- tendrán que enfrentarse como puedan a temperaturas que hicieron ya estragos ayer entre los primeros llegados a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. En el estanque que separa los dos gigantes arquitectónicos diseñados por Santiago Calatrava, varios chavales con mochilas de peregrino se tomaban un respiro remojando los pies.
En cambio, Anne Solozabal, recién llegada de Vizcaya, afrontaba el sol sin demasiados temores, quizás por la experiencia de otros encuentros masivos. Sentada junto a su mochila frente al Palau de les Arts, repasaba de memoria todas las citas a las que había asistido como voluntaria. "Colonia, Roma, Madrid, y siempre es así. Siempre pasamos muchísimo calor". Unos metros más lejos, cuadrillas de trabajadores daban los últimos toques al entramado inmenso desde el que el Papa se dirigirá a los españoles y al mundo esta misma tarde cuando clausure el V Encuentro de las Familias. Un altar de 2.500 metros cuadrados, coronado por una cruz de 35 metros de altura tan conceptual que carece de brazos.
A Valencia han llegado también miles de seminaristas de todo el mundo que tendrán la oportunidad de encontrarse con el Papa. Por las calles de la ciudad se veía a algunos de ellos, luciendo una camiseta negra con grandes letras en blanco. En ellas se leía: "Hazte cura". Un poco más abajo, continuaba la frase, "y que sea lo que Dios quiera". Un destello de humor del que no está sobrada la Iglesia.
Pero las críticas a los fastos de esta visita no proceden sólo de colectivos claramente opuestos como Jo No T'Espere (Yo No Te Espero). Muchos sacerdotes obedientes al Papa y a la jerarquía española temen que el encuentro de Valencia tome un sesgo demasiado comercial. Eso piensa un religioso que prefiere no dar su nombre y está asignado a una parroquia de la zona del puerto de Valencia. "El Papa no viene a hacer milagros. No se puede creer que su visita va a cambiar las cosas de un plumazo", sostiene.
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