Los héroes vuelven a pescar gambas
Los tripulantes del 'Francisco y Catalina' vuelven a faenar satisfechos de haber rescatado
Por delante de la patera en la que 51 inmigrantes estaban a punto de morir pasaron aquel 14 de julio por lo menos dos barcos: uno maltés y otro español. Uno decidió subir a aquellas personas a la embarcación y salvarles la vida. El otro, pasó de largo. "Cuando divisamos la patera empezamos a llamar a un montón de barcos para pedir ayuda, pero nadie nos aclaraba nada. Incluso pasó a nuestro lado uno maltés que después de explicarle la situación dijo que tenía que trabajar, se hizo el sueco y siguió hasta el puerto. Nadie quería el paquete", recuerda José Durá, patrón del Francisco y Catalina, de 39 años.
Durá estuvo seis horas intentando que alguien le dijera lo que tenía que hacer. Finalmente, decidió hacer lo que creía que debía: rescatar a aquellas personas de una muerte segura. "No sabían dónde estaban, apenas tenían agua", recuerda Manuel Pérez Ballón, de 51 años. Lo sometieron a votación y decidieron subirles al barco. "Antes, cuando veía imágenes de pateras en Canarias pensaba: 'que los devuelvan a su país', pero cuando les vi de frente, cuando miré sus caras y vi a aquellas mujeres, aquella niña y aquellos hombres valientes, me cambió el chip. Nos han complicado un poco la vida, pero no nos arrepentimos. Lo volveríamos a hacer", afirma Durá.
La incertidumbre se prolonga siete días y medio, el tiempo que dura el pulso diplomático, y la convivencia se va engrasando. Los tripulantes hablan gallego y valenciano y los inmigrantes, francés e inglés, pero poco a poco se van contando lo esencial de sus vidas: "Huyo de mi país porque hay guerra", decía un inmigrante; "Llevo desde los 15 años en el mar", respondía Durá. La relación entre el Francisco y Catalina y los 51 inmigrantes no fue sólo de comida y alojamiento. Quedó claro a la hora de la despedida. "Lloraban, nos abrazaban, se iban felices", recuerda Durá.
Inmediatamente, recuperaron su barco y sus vidas. La prioridad de la tripulación era organizarlo todo (comprar provisiones, revisar la embarcación) en pocas horas para volver a lo suyo -pescar gambas-, enseguida. Cuanto antes volvieran al mar, antes regresarían a casa. "De los 12 meses que tiene el año pasamos menos de dos en casa. Así es la vida del marinero", explica Álvaro Domínguez Soneida, el contramaestre. Tiene 24 años y lleva en el mar desde los 16. Nació en Muxía (A Coruña) pero se ha instalado en Santa Pola (Alicante) con su novia Mensi. Ella lleva "regular" lo de que su chico esté tanto tiempo fuera. Álvaro pasó la noche del viernes, la del fin de la odisea, solo en el barco porque las autoridades maltesas exigieron que una persona se quedara en el Francisco y Catalina. "No hemos hecho muchos amigos aquí. Al principio me dio rabia, pero luego me di cuenta de que tenía el barco para mi solo. Me puse una película y me eché la siesta. A las tres de la mañana volvieron los demás de juerga montando escándalo", cuenta.
Cuando no están pescando, los marineros pasan las horas muertas viendo películas -cada uno tiene su propio reproductor de DVD-, charlando o durmiendo. El cine al aire libre y en versión original, sirvió de entretenimiento para los inmigrantes cada noche en el barco. "Les poníamos películas en inglés para que no se aburrieran. La primera fue La Sirenita, para la niña", recuerda el marinero Jesús Meniña, de 33 años. "Era el juguete del barco", añade. La pequeña de dos años que fue rescatada con su madre de aquella patera no quería comer al principio. Los tripulantes lo intentaron con todo: arroz, pasta, helado, colacao y galletas y hasta gominolas.
Jaime Valero López, el cocinero de 51 años y natural de Santa Pola dirigía ayer la compra de provisiones -más gominolas incluidas- en un supermercado maltés. Sacó la lista de un bolsillo y comenzó el espectáculo. "Necesitamos doce cajas de seis botellas de agua de dos litros", ordena. Jaime busca, examina, escoge, descarta. Los carros se llenan y las estanterías del establecimiento se vacían en minutos: 24 docenas de huevos, 112 rollos de papel higiénico, una montaña de cervezas, otra de tomates... Con todo eso vivirán hasta finales de agosto, que es la fecha en la que han previsto su regreso a casa. "Queremos llegar a las fiestas de Santa Pola", anuncia Bautista Molina, el segundo patrón, de 41 años.
Quizá ésta sea la última vez que José Pascual, 21 años, salga a por gambas. Tiene una especie de dilema familiar. Empezó en esto cuando su tío, José Durá, compró el Francisco y Catalina (nombre del anterior dueño y su mujer) hace un año. Antes trabajaba en la obra con su padre que tiene una empresa de construcción. "Decidí embarcar para vivir la experiencia y para sentar un poco la cabeza porque tenía mucha juerga. Me he divertido mucho y para mí ha sido un cambio radical. Pero en realidad, este viaje es para pagar el tuneado que le hice al coche. Me dejé una pasta en los bajos. Creo que volveré a la obra con mi padre", explica.
Los 10 marineros que tropezaron en el océano de Malta con una patera que se convirtió en un símbolo han llegado a la profesión por distintos caminos. Pascual lo hizo por probar, José Durá y Bautista Molina lo han hecho toda su vida por vocación y Álvaro Domínguez, Ramón Marcote, Manuel Pérez, Antonio Baeza... porque sus padres ya eran pescadores y a veces las profesiones también se heredan.
EL CAPITÁN.
José Durá López, de 39 años. Es el patrón del barco y lleva en el mar desde los 15 años. "No nos arrepentimos de nada; lo volveríamos a hacer".
EL TRANQUILO.
Álvaro Domínguez Soneida, de 24 años. Contramaestre. Es callado y nunca se pone nervioso. Se ocupa del mantenimiento del barco.
EL JOVEN.
José Pascual, de 21 años. Marinero. Sobrino del patrón. Se embarcó hace un año para pagar el 'tuneado' que le ha hecho a su coche.
EL SEGUNDO JEFE.
Bautista Molina, de 41 años. Casado, con una niña de 13 años. Segundo patrón. "Quiero llegar a tiempo para las fiestas del pueblo", dice.
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