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Tribuna:¿SE REANUDA LA PROLIFERACIÓN NUCLEAR? | DEBATE
Tribuna
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El círculo del mal

En muchas películas de serie B, los buenos llegan tarde al lugar del crimen. Desafiando a sus enemigos, el inefable Kim Jong Il ha protagonizado un primer ensayo nuclear en el subsuelo de su miserable país, Corea del Norte. El mismo hecho de que el mundo no sepa si se ha tratado realmente de una deflagración ordinaria o atómica, añade un matiz surrealista a la trama. Mohamed El Baradei, director del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), advierte que 40 países disponen de la capacidad tecnológica para desarrollar armamento nuclear en breve. En esta escalada, ¿quién es el siguiente? ¿Japón, Corea del Sur, Taiwán quizá? ¿Egipto o Arabia Saudí? ¿Algún país africano? Más allá: ¿Brasil?

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Muy atrás queda el equilibrio de poder de 1968, cuando los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -EE UU, la Unión Soviética, China, Reino Unido y Francia- firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Este acuerdo respondió a la situación concreta del enfrentamiento bipolar de la guerra fría. Ya entonces el planteamiento en sí era absurdo: congelar ad aeternum el statu quo nuclear para los cinco grandes, en aras de la paz mundial. No tardaron mucho otros países en hacerse con la bomba, entre ellos India (1974), Israel (en algún momento de esa década) y Pakistán (1998), con la ayuda de las mismas potencias que habían sellado ese pacto.

La fragilidad del régimen nuclear actual se debe a tres factores fundamentales. El primero es el dudoso principio sobre el que se asienta. ¿Es razonable, seguro o creíble, que los ocho países citados posean armas nucleares -quizá hasta doscientas, en el caso israelí- mientras sus vecinos carecen de los mismos instrumentos disuasorios? Esta simple pregunta, que tanto escándalo causa a nuestros biempensantes de Occidente, no puede obviarse. Al final, como ocurre en todo conflicto, tenemos que reconocer al otro y abandonar un doble rasero que sólo puede mantenerse por la fuerza. El segundo factor es que nadie cumple lo pactado por falta de voluntad política: los más fuertes exigen no proliferación, y los débiles exigen desarme. El artículo VI del Tratado vincula muy claramente estos dos pilares al establecer el compromiso de entablar negociaciones con el horizonte de un "completo desarme". Por supuesto, los grandes no sólo no lo llevan a cabo - más allá de deshacerse de unos miles de ojivas anticuadas- sino que algunos, como EE UU, investigan en nuevas armas nucleares tácticas. El tercer pilar del TNP es el disfrute de la energía nuclear para usos pacíficos, a partir del enriquecimiento de uranio, un procedimiento sujeto a las verificaciones del OIEA. En este aspecto la lógica del doble rasero se muestra con toda su crudeza. En función de criterios ideológicos y geopolíticos, y de su percepción de las amenazas, Washington acoge como aliados a potencias nucleares que no han firmado el TNP -de nuevo, Israel, Pakistán e India- mientras obstruye el programa nuclear con fines civiles de un signatario de dicho acuerdo, Irán.

En marzo pasado, en plena ofensiva en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra el programa de Teherán, el presidente Bush firmaba un acuerdo de cooperación nuclear con India, que permitirá a ésta no sólo beneficiarse de transferencia tecnológica, sino mantener su arsenal atómico, a cambio de algunas garantías y de un acercamiento estratégico y económico. Esta nueva política socava las bases del TNP, e introduce dos riesgos. Uno es que Rusia y China favorezcan con acuerdos similares a Irán, Pakistán, u otros. El resultado sería un parche con el que se integraría de facto en el club nuclear a países de confianza, ofreciendo diversos incentivos en cada caso. Pero incluir a nuevos socios en el club, además de violar el Tratado, abre la puerta a nuevos villanos en busca de ventajas por la vía de los hechos consumados. El otro riesgo es que los amigos de hoy pueden convertirse en los enemigos de mañana -basta recordar a Sadam Hussein y al Sha de Persia-. ¿Qué garantiza que India u otro país en la región seguirá siendo un aliado dentro de una década? El tercer factor es, en fin, la pervivencia en esta historia de oscuros personajes y entramados fuera de control, provenientes de la guerra fría. Corea del Norte, aislada, en decadencia total, es un caso aparte, una mina abandonada pero activa. Muy poco que ver con Irán, un país al alza que aspira a convertirse en potencia regional de Oriente Medio y que alberga tantas luces como sombras.

El ensayo norcoreano supone un gran fracaso de la diplomacia internacional lastrada por la línea dura de Washington y su doble rasero, y nos confirma dos cosas. Primero, una política nuclear ad hoc no funciona a la larga en ausencia de un planteamiento consensuado y coherente. Segundo, las sanciones económicas -como las puestas en práctica por EE UU para ahogar al régimen norcoreano- tienen, bajo ciertas circunstancias, un efecto negativo multiplicador. Detrás de la nuclearización de Corea del Norte y de Irán está el temor de sus dirigentes a ser derrocados desde el exterior. Con precedentes como los de Afganistán e Irak, ése es el modo de disuasión más efectivo frente a la Estrategia de Seguridad Nacional de Bush.

¿Cómo salir de este círculo del mal? En mayo de 2005, la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación fracasó por los bloqueos estadounidense, egipcio, e iraní. Entonces, una Posición Común presentada por la Unión Europea, la de mayor espíritu constructivo, llegó tarde. Ahora es preciso intentarlo de nuevo.

En primer lugar, Europa y EE UU deben coordinarse mejor respecto a dos actores clave: China y Rusia. China tiene las llaves del conflicto norcoreano y de Asia Oriental; pero las utiliza a su manera, abriendo y cerrando puertas con parsimonia. Rusia es un gran enigma con una llave averiada: un retorno de Ucrania o Bielorrusia al club nuclear sería fatal. Pero el mayor reto estriba en mantener alejado el material sensible y la tecnología de las redes terroristas no estatales. Si Corea del Norte quisiese lanzar un ataque nuclear contra EE UU, ¿lo haría a través de uno de sus misiles Taepodong 2, o a través de Al Qaeda? Sobre Irán, tenemos que ser optimistas; hay historias de conversiones de villanos mucho peores a base de incentivos -así la Libia de Gaddafi- y más si poseen importantes recursos energéticos. En cuanto al mencionado acuerdo con India, aún pendiente de ratificación por el Congreso norteamericano, Europa debería presionar para que Nueva Delhi e Islamabad firmen el Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares.

Corresponde a EE UU liderar en Naciones Unidas un nuevo régimen consensuado, sin dobles raseros, donde impere la legalidad sobre la subjetividad política. Tal vez, un relevo presidencial en 2008 y el destierro de los neocon lo haría posible. Por su lado, la UE debería fijar una política nuclear común de aquí a la próxima Conferencia de Revisión del TNP en 2010. Ojalá que, para entonces, este thriller no haya terminado bruscamente.

Vicente Palacio y Mario Esteban son, respectivamente, subdirector y coordinador de Asia-Pacífico del Observatorio de Política Exterior Española (Opex) de la Fundación Alternativas.

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