La Real Sociedad toca fondo
El Zaragoza aprovecha la superioridad numérica y su estilo para ganar con comodidad
La Real se ha quedado sin argumentos y a las puertas del desconcierto. Lleva siete meses sin conocer la victoria en Anoeta (desde que ganó al Racing la temporada pasada) y la imagen de equipo sólido, experto y difícil de superar es ya un cristal roto: 14 goles en seis partidos no son para presumir de espíritu defensivo; un punto de 18 no es para presumir de equipo sólido, y cinco goles en seis partidos no son para alardear de conciencia ofensiva. Es decir, la Real, colista de Primera División, ya no sabe muy bien qué es, a qué juega y cómo juega. Se antojan reuniones múltiples en Anoeta para redefinir un equipo con pocos perfiles atractivos.
Bien es verdad que el partido tuvo demasiados accidentes ajenos al juego. En realidad el partido tuvo cuatro minutos decisivos. Lo anterior y lo posterior casi sobró. En el 28, Xabi Prieto transformó un penalti dudosísimo sobre Kovacevic. En el 30, Diego Rivas fue expulsado de forma rigurosa por doble amonestación y, en el 32, Diego Milito convirtió en gol otro riguroso penalti, esta vez cometido sobre él mismo por obra y gracia de Gerardo. Conclusión: empate a penaltis dudosos, pero la Real se quedó con un hombre menos demasiado pronto.
Para el Zaragoza, la ventaja era ostensible. El equipo de Víctor Fernández está construido a base de jugones. El balón es lo que manda, como no podía ser de otra forma cuando se encuentran en el campo futbolistas como Aimar, D'Alessandro o Celades. La apuesta es clara y en superioridad numérica puede resultar abrumadora. Sobre todo cuando se cuenta con un delantero de la versatilidad de Diego Milito, capaz de girarse en el área pequeña, de caer a las bandas, de bajar a recibir y de cabecear a poco que el defensa se despiste.
A la Real el partido le duró 30 minutos, cuando se disputó como si fuera un lunes por la mañana, en pleno atasco, lleno de centrocampistas únicamente preocupados por no perder el balón, viniera de donde viniera. En eso no anduvieron demasiado finos futbolistas exquisitos como Aranburu, en la Real, o Celades, en el Zaragoza. Lo perdían con facilidad. Pero no pasaba nada, porque casi nadie se arrimaba a los porteros, salvo en un remate a la media vuelta de Diego Milito o una contra perfecta entre D'Alessandro, Aimar y Sergio García. La Real, como acostumbra, era un rival, no un peligro.
Y la sucesión de decisiones arriesgadas del árbitro le quitaron el poco aire le quedaba. La Real con once es poca cosa, con diez casi nada, sin Rivas, casi nada. Y entonces surgió el Zaragoza. Surgió Aimar en compañía de un incansable D?Alessandro y la máquina comenzó a funcionar. Diogo, en un gesto de delicadez, culminó una jugada a balón parado llena de balones aéreos. Y ahí se acabó el partido real que había iniciado el propio colegiado con un sudoku futbolístico casi irresoluble.
Probablemente, el partido estaba encaminado hacia el lado del equipo de Víctor Fernández. Era una cuestión de jerarquía que tarde o temprano debería imponerse y que los acontecimientos arbitrales precipitaron. Al Zaragoza le gusta jugar al fútbol y la Real está concebida para sobrevivir. Más aún, cuando fruto de la expulsión, Bakero se vio obligado a prescindir del inoperante Kovacevic para dar entrada al no menos inoperante Garitano. Lo que pasa es que Garitano juega más atrás. Ni así. Llegó el tercer gol del Zaragoza para mayor gloria de Milito y pudieron llegar más, como un magnífico taconazo de Aimar a Milito que merecía un premio mayor que el balón fuera. Ya la Real no existía y el Zaragoza, quizás, parecía más de lo que era. La crisis de la Real se asemeja a las ya vividas. Y quizás las decisiones sean idénticas a las ya adoptadas. Todo ocurrirá en breve porque el equipo ni gana, ni juega.
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