Por qué no quiero que Alonso gane el Mundial
Hace un mes, mis amigos John y Marta volvían a casa bordeando la muralla romana de Lugo cuando por detrás suya un coche a toda velocidad tomaba la curva perdiendo el control, subiéndose a la acera y llevándose la vida de John. El conductor, cuya tasa de alcohol en sangre era cuatro veces la permitida, fue llevado a comisaría junto a mi amiga y con una actitud agresiva gritaba "qué pasa, se me fue el coche". Evidentemente, no creía que fuese responsable directo de la muerte de John, se sentía acosado y se creía con derecho a despotricar.
Bien, escuchando este tipo de cosas es cuando el debate sobre conceder los derechos del hombre a los monos cobra sentido. ¿Cómo alguien sin el mínimo ápice de arrepentimiento, juicio o sentido de la responsabilidad puede estar detrás del volante de un coche? Hay una corriente política que considera que para tener derechos hay que tener también obligaciones.
Nuestro enérgico y valiente conductor, propietario de un coche tuneado, se siente amparado por la falta de conciencia y civismo que impera en nuestro país cuando se trata de conducir. Quién no ha cogido el coche tras tomarse un par de copas o quién no le ha reído la gracia al amigo que lo cuenta al día siguiente. Esa fiebre por la velocidad y los coches tiene su máxima expresión en el tuning, con legiones de adeptos con pinta de paleto de feria en todas las ciudades.
Nuestro país está orgulloso de que cada vez se vendan más coches, se hagan más carreteras, y toda esa cultura del motor, la velocidad, el alquitrán, el asfalto y los humos del tubo de escape fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias. Sí, estoy hablando de Alonso. No quiero que gane Alonso el Mundial por lo que representaría para un país que ya es profundamente inmaduro e irresponsable al volante. John, no te olvidamos.
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