El cautivante delirio de Bangkok
Rascacielos, templos y clubes nocturnos en la trepidante capital de Tailandia
En Juventud, el conocido relato de Joseph Conrad, Marlow cuenta cómo, siendo joven, se enroló en un barco que había de llevar carbón a Bangkok. "¡Bangkok! Me estremecí. Había navegado durante seis años, pero sólo había visto Melbourne y Sidney, lugares muy bonitos, encantadores a su modo, ¡pero Bangkok!". El viaje es un desastre, el barco se hunde antes de llegar y la capital de Tailandia no pasa de ser un sueño juvenil, misterioso, romántico e inaprensible.
Creo que Bangkok, caótica y fea, hermosa y subyugadora, es tan especial porque conserva algo de todo eso, algo que apela a nuestra juventud, a nuestro deseo de conocer, de enfrentarnos a lo nuevo y de sentirnos plenos y fuertes. La primera impresión puede ser decepcionante: una extensión enorme y heterogénea de pobres edificios de hormigón, rascacielos desperdigados y variopintos, zonas arboladas, aceras estrechas, un tráfico terrible, pasos elevados aquí y allá, y un calor húmedo e implacable... Pero poco a poco, gracias a sus templos, sus mercados y puestos callejeros de comida, flores, ropa, la amabilidad de la gente, los sabores de su gastronomía, nos conquista. El Río de Reyes, el Chao Phraya, la divide en dos, y la hace definitivamente exótica y oriental.
Puerta de entrada para el sureste asiático, Bangkok se puede visitar empezando por alguno de sus monumentos. El Gran Palacio es un conjunto de edificios (panteón, palacio, biblioteca) de una belleza espectacular e hiriente, lleno de colores, pinturas murales, esculturas y ornamentos. En su recinto está el Wat Phra Keo, el Templo del Buda Esmeralda, que alberga la figura más sagrada del país. Otro famoso es el Wat Po, el Templo del Buda Reclinado, del siglo XVI, aunque reconstruido por Rama I en 1789. El Buda Reclinado, de ladrillo y argamasa cubiertos por pan de oro, impresiona por sus 46 metros de largo. Alguien recogía las limosnas depositadas en los más de cien cuencos alineados a lo largo del Buda, y el rítmico tintineo de las monedas me siguió hasta la salida.
En Wat Po está, además, la escuela de medicina tradicional. ¿Cómo no probar el masaje? Me até el pantalón corto y me tumbé, envuelto en olor a hierbas y bálsamos, viendo las aspas de los ventiladores colgados del techo de madera, sin saber que pronto lo que vería serían estrellas. Una señora entrada en carnes y en años me estiró de aquí, de allá, usando manos y pies, me apretó en el cuello, la espalda, los brazos, los tobillos, haciéndome un daño increíble. Al final te dan un té tan helado como merecido. Duró unos 80 minutos, y salí convencido de que iba a estar dolorido el resto del viaje, pero no fue así. Me dejó como nuevo.
Bangkok tiene los templos budistas más espectaculares de Asia meridional, pero también la vida nocturna más animada de todo el continente. El tuk-tuk -taxi descubierto, muy barato, como casi todo en Bangkok- puede dejarle en la State Tower, cerca del hotel Oriental y del hotel Shangri-La. Allí, en la terraza del piso 64, hay un restaurante, un templete, un chill out y el Sirocco, el pequeño bar cuya barra circular cambia de color, azul, rosa, malva, y cuyas vistas son impresionantes. Abajo, muy abajo, una autopista amarilla serpentea, recorrida por lentas luciérnagas. La ciudad, con sus edificios iluminados, vive, respira, y el río oscuro palpita como una herida.
Noche canalla
Después de algo tan elevado, la noche puede continuarse de forma más canalla. El barrio de Patpong es famoso por la mezcla de puestos callejeros y bares de alterne. En un bar, 40 chicas bailan lánguidamente en un estrado agarradas a un poste mientras alrededor, en la barra, los clientes beben y miran de refilón, si no quieren que se sienten a su lado. Antes iban en top less, ahora van en ropa interior, medias incluidas, y hay para todos los gustos: algunas parecen sacadas de un anuncio de Dove, y otras, de Women's Secret. Si uno se deprime (y uno se deprime, a poco que piense e imagine), puede ir al Radio City, con música en vivo y público variopinto. A la puerta del servicio había un tipo muy serio, brazos cruzados y correcta camisa blanca. Entré, me puse frente al urinario, y cuando ya no podía volverme sin causar un pequeño estropicio, noté que alguien se situaba a mi espalda, me colocaba una toalla húmeda en el cuello y me presionaba hombros y cuello. Me estiró los dedos, clac-clac, me dio suaves karatazos en la espalda. Para terminar me agarró del cuello y me lo hizo crujir dos veces, primero hacia la izquierda, luego hacia la derecha. Pocas veces he pasado tanto miedo (sí, lo admito, he visto películas de Steven Seagal). Le di una buena propina: seguía vivo. Cosas así hacen de Bangkok una ciudad irrepetible, delirante y divertida.
En Patpong, por la noche, hay cientos de puestos, y no se equivocará quien deduzca que todo Bangkok es una especie de mercado. Si vas a Londres y te pierden la maleta, es una faena. Si te lo hace la Thai (a mí no me ocurrió), casi te habrán hecho un favor. Colecciones de mariposas, bolsos, cinturones, bonitos pantalones y camisas tais, joyas, cámaras, relojes, i-Pods, ropa de marca falsa y auténtica, una rana de madera a la que le pasas un palo por la espalda y croa como una de verdad... ¡qué no habrá en Bangkok! Yendo de un mercado a otro, del de los mochileros, en Khao San, a un centro comercial en Siam Square, quizá pase por el barrio chino, lleno de letreros verticales, rojos y amarillos, o por el mercado de las flores, fiesta de las orquídeas, y verá puestos de comida y de frutas, rambutanes rojos y peludos, mangostanes, mangos, piñas; verá más templos, rascacielos, puentes, y en ese ir y venir por Bangkok volverá al Chao Phraya, con su promesa de aventuras, su tráfico, sus muelles y sus paradas de ferry, en las que hacen cola cientos de trabajadores.
La belleza es difícil de fingir, y no hay que vender Bangkok como una ciudad bonita. Es mucho más: tolerante, divertida, sorprendente, amable, y tiene, además, partes hermosas. Me fui de Tailandia pensando que es un país para perderse, pues, se busque lo que se busque, se puede encontrar.
Martín Casariego (Madrid, 1962) es autor de la novela Nieve al sol (Espasa)
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Prefijo telefónico: 00 66.- Bangkok tiene alrededor de ocho millones de habitantes.Cómo llegar- Thai Airways (917 82 05 20; www.thaiairways.es) vuela directo de Madrid a Bangkok (lunes, jueves, sábados y domingos) desde 599 euros, tasas y gastos incluidos.- La mayorista Catai (www.catai.es; en agencias) propone un viaje de 11 días a Bangkok y alrededores a partir de 999 euros por persona.Dormir- Shangri-La (223 677 77; www.shangri-la.com). Soi Wat Suan Plu, 89. New Road, distrito de Bangrak. La doble, desde 133 euros.Comer- Seafood market & Restaurant (266 112 52; www.seafood.co.th). Sukhumvit Soi, 84. Distrito de Klongtoey. Popular cocedero de mariscos. Decoración muy kitsch y divertida. Su lema es: "Si nada, lo tenemos". Se hace la compra con un carrito y allí mismo la preparan. A partir de 10 euros.- Supatra River House (241 103 05). Soi Wat Rakhang, 266. Al borde del río, comida tradicional. Unos 20 euros.Información- Embajada de Tailandia en Madrid (915 63 29 03).- Turismo de Tailandia (902 998 577; www.turismotailandes.com).
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