Lenguas clásicas y LOE
Es bien sabido que la nueva LOE o Ley Orgánica de Educación es una prolongación de la LOGSE, en sus contenidos y su filosofía. Cierto que incluye algunos retoques que se han ido imponiendo por la experiencia y que, en algunos puntos, la mejoran. Pero continúa, para limitarme a los temas de enseñanza, la reducción del espacio de las grandes materias humanísticas, así como la proliferación de materias de nuevas humanidades y tecnologías, también de optativas. Tienden a sustituirlas. Y el debate apenas ha sacado a luz nada de esto: sólo sobre el papel de la Religión y de la Educación para la Ciudadanía se ha polemizado.
Pero querría aprovechar este momento en que las autonomías están estudiando, sólo ahora para la ESO, la aplicación de la ley y del decreto de 29 de diciembre pasado (que poco añade), para decir que quizá aquí haya una oportunidad para algunas mejoras. Para limitarme a las Clásicas, que son las que han sufrido más en las sucesivas reformas, podría, en las autonomías, mejorarse algo su situación dentro del margen que permiten la ley y el decreto. En la ESO se podría definir exactamente el papel de la Cultura Clásica y el Latín, ahora sumergidos en un piélago de optativas. Y, cuando llegue el momento, habría que intentar lo mismo en el Bachillerato, donde Griego y Latín no son ni mencionados, se supone que tendrán que vivir dentro de la jungla de las optativas.
Nos queda esperar que un día alguien cree un Bachillerato de cinco o seis o siete años, como aquel que yo estudié
Después de todo, son materias que están en el centro de nuestras lenguas (no sólo de la española) y de nuestras Literaturas y Culturas. Y que, a diferencia de otras, disponen de una infraestructura de personal docente y materiales didácticos que en otros casos faltan. Es suicida desaprovechar toda esta base. Las autonomías o algunas de ellas podrían, en este caso, enmendar la plana al Estado central.
Esta no es sino una entrada en materia en un tema que me es caro y que creo que es absolutamente importante. Pero no es otra cosa que la punta del iceberg de ciertas tendencias desfavorables a las Humanidades en general, no ya desde la LOGSE, sino incluso desde antes. Habría que concienciar a todos de esto.
Quizá la decisión de mi vida de la que estoy más orgulloso sea la que tomé cuando, en 1984, ¡hace 22 años!, me decidí a decir lo que pensaba de las reformas educativas, y lo hice en EL PAÍS el 11 de Diciembre de ese año en un artículo titulado La reforma del BUP, una amenaza para la cultura.
Aquel era un momento álgido, pero la cosa venía de lejos, yo diría que de las reformas del ministro Rubio en 1956 y las del ministro Villar desde 1969, que cristalizaron, estas últimas, en la Ley General de Educación (y en medidas paralelas para la universidad). Y mis campañas venían también de lejos.
Otra cosa querría subrayar y es que yo empecé por la defensa de las lenguas clásicas, era lo mío más cercano, pero desde pronto me interesé por la enseñanza en general en sus diversos niveles. Los he vivido y he estado y estoy en situación de informarme. He sido jefe de Estudios de un instituto de Bachillerato, he estado en infinitas reuniones universitarias y ministeriales. Ahora ya casi no hay ambiente receptivo, por parte de las autoridades educativas, para seguir insistiendo.
En fin, el profesorado en general está en contra del sentido que han tomado las reformas (no de reformas a veces necesarias). De poner como ideal la facilidad, la subordinación de lo que es esencial en nuestra cultura a lo marginal y el rebajamiento del papel de los maestros.
Está en contra porque está convencido sobre todo de esto: el conocimiento es esencial en la enseñanza. Le repugna que se descarte a favor de prédicas diversas. Claro que casi todos callan, no tienen altavoces. Igual los buenos alumnos, que son los que pagan dentro de un ambiente que apenas permite valorar el esfuerzo de alumnos y profesores. Entre otras cosas, por la llegada de alumnos de niveles ínfimos.
Es amargo recordar cómo la universidad toleró en silencio que desmontaran el bachillerato y dañaran a sus antiguos alumnos y a los intereses culturales en general.
Teníamos grandes esperanzas cuando se avizoraba el fin del franquismo, en la época de las revoluciones universitarias. Muchísimos profesores estábamos por el cambio.
Pero a ninguno se nos podía ocurrir que se fueran a recortar los estudios de Bachillerato, que las Facultades de Letras y Ciencias fueran a quedar reducidas a tres o cuatro años, que se fuera a hablar (esto ahora) de encomendar la formación de los profesores de Bachillerato a las Facultades de Educación. Y, sobre todo, que el ideal del conocimiento fuera a ser sustituido o casi sustituido por otros ideales. ¿Cómo se va a sustituir a los profesores por predicadores? No entraron para eso.
Y, luego, no todo es lúdico. La cultura, he dicho otras veces, no es un caramelo con una colocación a continuación, es esfuerzo y enriquecimiento nada fáciles. Atrae, eso sí, si se sabe enseñar.
Pues bien, había un punto en que todos estábamos de acuerdo: la difusión de la enseñanza. Y esta se ha logrado, ciertamente. Pero se ha perdido una ocasión magnífica: la difusión ha ido acompañada de un rebajamiento.
La alta cultura en parte sigue existiendo, por el esfuerzo de los profesores que habían sido nombrados para enseñar a alumnos receptivos -sigue habiéndolos también. Pero la ola de la mediocridad es imparable. Y los horarios de las disciplinas centrales y básicas han descendido. ¿Cómo no, si se han admitido materias (sociológicas, económicas, etcétera) que eran de universidad, si se ha fundido con el Bachillerato la Formación Profesional y se han añadido infinitas optativas y encima esa nueva maría, la Educación para la Ciudadanía?
Lo que se quiere es que todos los alumnos sigan adelante, para suspender hay que ser, casi, un héroe. Para ser profesor, lo mismo. Y la disciplina se ha hundido, ahora hablan, como una reacción histérica, de penas de prisión, a poco meterán a la policía en las aulas. Y los padres con dinero se llevan a sus hijos a la enseñanza privada, donde al menos hay una disciplina.
Es la LOGSE la que ha logrado todo esto. No la falta de presupuesto, escribía yo aquí mismo hace ahora dos años comentando el ínfimo nivel que a los alumnos españoles atribuía el famoso informe de la OCDE.
En fin, algo queda de las Humanidades. Algo quedará de las lenguas clásicas en algunos sitios, quizá algunas autonomías, como he dicho, puedan ayudarlas. Y es que hay profesorado, que tendrá que intentar sobrenadar en el piélago vasto de las opcionales. ¡Crear un profesorado competente para esto, mientras se introducen materias sin profesorado! ¡Que el Estado haga el gran esfuerzo a favor de las Humanidades y luego las triture él mismo!
Nos queda esperar que quizá algún día venga alguien, hay que esperarlo, que cree un Bachillerato de cinco o seis o siete años, como aquel que yo estudié (¡de la República española!) en que acabábamos sabiendo Latín, Historia, Geografía, Física y Química, Ciencias Naturales, Lenguas y Literatura, Matemáticas ... y Dibujo y Gimnasia.
Pero vuelvo al presente y contemplo a los profesores de Bachillerato jubilándose en masa, a otros burnt out, que dicen. Otros continúan, yo diría que heroicamente.
Es terrible, pero la cultura del país está bajando y, si no hay un cambio, la cosa irá a peor. No es un consuelo el decir que este mal no es solo español, también es europeo. La enseñanza media ha bajado en Francia, por ejemplo. En Italia va algo mejor. En Alemania los Gimnasios se vacían y las universidades, en sus especialidades más tradicionales y teóricas, están siendo prácticamente desmontadas.
Es un cambio general de clima educativo, en Europa y en todo Occidente, el que habría que propugnar frente a este otro cambio que he descrito.
Francisco Rodríguez Adrados es miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia.
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