En los pliegues de la vida
La obra de Manuel Rico (Madrid, 1952) se ha parado a definir una tarea que quiere dejar huella clara de la memoria. Todos sus libros nos llevan a definir ese quehacer como una serie de imágenes y modos de expresión que constituyen la realidad de una poesía consistente "en el intento de amalgamar palabra reveladora y conciencia crítica, insumisión frente al mundo e investigación en el lenguaje, emoción sentimental y emoción estética, memoria y deseo". La memoria como núcleo de la identidad es fundamental para la comprensión de la obra de Rico, tanto en sus textos poéticos como en los narrativos. 'Donde mueren los trenes de la noche', poema que abre De viejas estaciones invernales, vale por toda una declaración de principios: "Nunca brilló lo efímero / sin reinventar la voz / y ensayar el milagro, esa materia / inmune al temporal y al oleaje", pues sólo la verdad de "la palabra / salva de los desastres, es la cueva / que ampara nuestros sueños".
Su escritura poética muestra una enorme capacidad para investigar sus orígenes, su memoria y su voluntad de ser, su deseo, que se manifiestan en un tono marcadamente elegiaco, ejemplo de dos de los elementos esenciales de su obra: la coherencia del universo relatado, y la capacidad discursiva y dialogística de su tramitación lingüística. La voz poética es, por tanto, realidad y conciencia, emoción y sentimiento, en tensión dialéctica con la crítica y la raíz de las cosas, de ahí que esta poesía pueda ser definida como una experiencia moral y civil. La memoria crítica entendida como un recurso vitalista, la voluntad de un deseo por cumplir, "en el espejo donde entrelazan los años / su larga urdimbre de experiencias y olvido". Memoria y deseo son dimensiones de una conciencia escindida, entre lo interior y lo exterior, entre lo personal y lo colectivo, que mira hacia las caras distintas del tiempo.
Todo está aquí y ahora, y su deseo de futuro es posible porque se tiene memoria. Un deseo sin memoria no sería más que un sueño, como en 'Adiós en blanco y negro a Bette Davis', que "fue la cara escondida de los sueños; y una memoria sin deseo no más que un vacío cementerio, la limadura frágil de los sueños quebrados". El sentido de totalidad se alcanza sin prescindir de ninguna de las dimensiones de la conciencia, y por tanto, de la vida: una educación sentimental, el amor, el paisaje y la ciudad, la reflexión sobre la escritura, el tiempo pasado y el presente más inmediato. En todo poeta que ofrece una alternativa a la realidad funciona un deseo de cambio, ofreciendo una alternativa de palabras que representan esa voluntad de transformación: "como azúcar deshecho al fondo de la lengua". La imagen de los trenes y de las viejas estaciones alcanza frecuentemente la apertura de símbolo de este libro hondo y maduro, reflexivo, emocionalmente intimista, y decididamente crítico. Un símbolo que atraviesa también Por la sierra del agua, un viaje por la sierra norte de Madrid y el valle del Lozoya, un libro de una pieza en sí mismo pero cuyo origen -abundando en la coherencia del universo de su autor- podría rastrearse en Trenes en la niebla (Espasa), la novela que Rico publicó hace dos años. La memoria como una alternativa a lo real, pues "Al fin y al cabo, tú / perdido entre los pliegues de la vida". Un tú que vale por un todos.
Manuel Rico. De viejas estaciones invernales. Igitur. Tarragona, 2006. 104 páginas. 10 euros. Por la sierra del agua. Gadir. Madrid, 2006. 305 páginas. 18 euros.
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