Hace veinte años
De vez en cuando tengo la costumbre de dar una vuelta sobre los temas de Justicia. No me refiero al día a día pues, normalmente, me ocupo en estos menesteres. Me refiero a Justicia como servicio público al ciudadano; como forma de aplicar las leyes en un Estado social, democrático y de derecho. Un Estado, en suma, en el que los jueces están sometidos al principio de legalidad. Y la verdad es que en más de una ocasión me alcanza un cierto desaliento. Rara es la vez que no tropiezo con una realidad que creías alejada del sistema democrático. Con una realidad que se compadece mal con este sistema. Algunos jueces, más que administrar justicia y aplicar las leyes del Estado, se trasforman en una especie de arcángeles y llevan sus propias creencias, las más de las veces religiosas o políticas, a las resoluciones que dictan.
Recuerdo, y de este recuerdo hace ya algunos años, tantos como los que está en vigor la Ley de divorcio, que el juez de un pueblo de Córdoba se negó en sentencia a aplicar esta Ley. Decía que: "Lo que Dios había unido, el hombre no lo podía resolver". Corría entonces el año 1981, estaban vigilantes los Tejeros de turno y poco más que un expediente, que no se si acabó en sanción por falta administrativa, cayó sobre este juez. Eran tiempos, dado el peso episcopal sobre el Estado, tolerantes con esta particular inobservancia de las leyes.
También recuerdo, y de esto hace ya veinte años, que allá por el año 1987, esto es, superados los tiempos tejerinos, que otro juez, en esta ocasión ejercía en Chiclana (Cádiz), corría por sus playas en chándal y hete allí que, como quien no hace cosa, dos chicas tomaban el sol, una como llegó al mundo y otra en top less. Aquel juez, empapado de sudor y de Escrivá de Balaguer, quedó alelado, olvidó la ley de esta tierra y confundió escándalo público con su pecado de haber contemplado el fruto prohibido. Aquellas dos personas fueron detenidas; durante tres días quedaron ingresadas en prisión y sometidas -no sé si para la salvación terrenal del juez- a un juicio de faltas; lógicamente fueron absueltas. La desnudez total y parcial en las playas había dejado de ser delito en España. Recuerdo, además, que aquel juez fue el hazmerreír de la inmensa mayoría de los compañeros; también que no se alzó una voz; nadie dijo que aquella detención y no la de la de los agentes del caso Bono, como se ha visto, pudiera haber sido ilegal.
Pues, bien, quería pensar que, pasados veinte años, aquel juez habría dejado la judicatura y andaría por los caminos de monseñor; pues no. Ahora está en Murcia y sigue en lo suyo, buscando el cielo. En esta ocasión le ha tocado a un matrimonio de homosexuales. No concede una adopción a esta pareja. Parece como si no supiera que, desde el año 2005, la ley, equipara matrimonios heterosexuales y homosexuales. No autoriza, y así lleva más de un año, que una de las personas de este matrimonio legal pueda adoptar a la hija de su pareja. En fin que da un poco de miedo pensar cómo habrán trascurrido estos veinte años; qué resoluciones se habrán podido dictar; si lo ha hecho en nombre de la sociedad o de San Gabriel y, sobre todo, da que pensar en los sistemas de control con los que cuenta la Justicia para evitar a algunos jueces que dictan sentencias con el Codex Iuris Canonici.
Son situaciones con las que, en estos días que empleo en observar el día a día de la Administración de Justicia, me tropiezo. A veces, también pienso que a la Administración de Justicia le hace falta un sistema de control que expulse de su ámbito a quienes buscan el cielo a costa de no aplicar las leyes de la Tierra, y hacen de los juzgados su particular iglesia.
A veces, mamá, da miedo. Sé que en democracia cada uno puede pensar lo que quiera y expresarlo; pero también sé que, si las opiniones personales y las particulares convicciones religiosas, sustituyen a la ley, la impunidad asolaría el Estado y a nuestra querida democracia.
Entre Chiclana y Murcia han trascurrido veinte años. Da la impresión de que, en algunos casos, el tiempo no ha pasado y aquellas risas sobre este juez, y algunas más, siguen retumbando en las paredes de la Audiencia.
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