La quinta del 77
En ese frenesí de conciertos que vivimos en el julio español, suele ocurrir que carteles muy apetitosos pasen desapercibidos. Por ejemplo, el sábado coincidían en Málaga dos héroes de 1977: Elvis Costello, proteico cabecilla de la new wave británica, y aquel veterano del CBGB llamado Willy de Ville, unidos por el festival Terral, la iniciativa veraniega del Teatro Cervantes. El periódico local prefería recomendar la actuación de Andy y Lucas pero, ah, no hagamos sangre.
Elvis y Willy son ejemplos -positivo y, me temo, negativo- de cómo desarrollar una carrera. Elvis no para nunca y ha decidido permitirse defender discos que, para otros artistas, serían comercialmente mortales: coqueteos jazzísticos, música para un ballet, canciones con un cuarteto de cuerda, material para Anne Sofie Von Otter. Además, cuida personalmente de reeditar regularmente su discografía más pop, en espléndidas versiones ampliadas. No pasan muchos meses sin que haya una novedad de Costello en las tiendas.
Costello cuida personalmente de reeditar su discografía más pop
Por el contrario, Willy no tiene perrito que le ladre (vamos, que carece de grabadora). Y nadie se responsabiliza de potenciar su legado, disperso por diferentes compañías. Así que el mercado del neoyorquino está actualmente restringido a algunos países europeos: en EEUU, su nombre ha desaparecido de las enciclopedias de rock, como si nunca hubiera existido. Willy se lo ha buscado, diría un malvado. En Málaga, mostraba su lado autodestructivo: había perdido la maleta donde llevaba sus "medicinas" y echaba pestes de la ciudad, del festival y de la vida en general. Con un corte de pelo mohicano y melena azabache, parecía un pirata en horas bajas. Así que hizo sus formidables temas en versiones descentradas, entre divagaciones y malos modos. Ni siquiera parecía ser consciente de la pareja de groupies de primera fila que le miraban con ojos ansiosos. Alegaba luego ser diabético pero bebía Coca Cola, en pueril protesta contra el mundo.
Los que le sufrieron no sabían si intentar controlarle o acelerar su vocación suicida. Por de pronto, sus caprichos alargaron el final de su concierto y consiguieron enfurecer a la estrella de la noche, Elvis Costello. ¿Han visto alguna vez a Costello enfadado? Manos en los bolsillos y dientes apretados, no dice nada pero sobre su cabeza se intuyen rayos y truenos. El retraso no parecía afectar a su socio, el gran Allen Toussaint, que intentaba calmarle. Como los instrumentistas de Nueva Orleáns que les respaldaban, la actitud de Toussaint -69 años bien llevados- recordaba aquello del "en peores garitas haremos guardia": estaban en la playa del Peñón del Cuervo y soplaba una brisa suave desde el Mediterráneo.
Contra lo previsible, el show de Costello y Toussaint resultó ser profesional e intenso; hasta la mala leche del británico añadió filo a sus temas básicos, a las joyas de Allen, a un Slippin' and slidin final. No recortaron repertorio y triunfaron ante un público internacional, muy Costa del Sol. Y uno lamentaba lo mal que se lo hace Willy de Ville. Méritos no le faltan: Mucho antes de que Elvis grabara con Burt Bacharach, él colaboraba con otro compositor histórico, Doc Pomus. Y también se le adelantó, casi veinte años, en trabajar con músicos de Nueva Orleáns (de hecho, Willy hasta se instaló a vivir en aquella ciudad). De Ville se aproximó a la chanson cuando Costello todavía no sabía quién era Edith Piaf. Pero eso no basta: unos saben venderse, otros prefieren hundirse sin gloria.
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