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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Bajo el síndrome electoral

El secretario de Organización del PSOE, José Blanco, ha girado esta semana visita pastoral a Valencia con el propósito principal de arengar a la tropa con vistas a las elecciones generales de marzo próximo y cancelar definitivamente las expectativas acerca de un congreso extraordinario que anticipase la sucesión de Ignasi Pla. No habrá congreso. Un aliento muy oportuno en una formación que está recuperando su pulso y centrándose en la tarea crítica que le incumbe como partido de la oposición. Al parecer, los socialistas están decididos a fajarse por el presidente Rodríguez Zapatero y la labor del Gobierno central, tan a menudo puesta a parir sin réplica por la derecha autóctona. Todo será que no hayan perdido la forma después de tan larga atonía como han sufrido.

El aludido optimismo socialista que se percibe tiene su fundamento en la necesidad de recuperar el techo electoral que se tuvo y, sobre todo, de resarcirse de la última derrota estruendosa en las urnas. Pero mucho más se funda en la perspectiva de presentar en marzo y en las tres circunscripciones valencianas unas listas encabezadas por personajes de indudable tirón, como son el ministro de Sanidad, Bernat Soria, que lo haría por Alicante; la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, por Valencia, y Jordi Sevilla, que aspira a todo, incluso a la Generalitat, por Castellón. Una propuesta de lujo que bien puede prolongar la escalada que el PSPV emprendió en las anteriores legislativas de 2004, cuando el PP venció por tan solo cien mil votos, cuatro puntos de nada.

A los populares no se les oculta este panorama, y prueba de ello es que en ningún momento de la legislatura han bajado la intensidad de su acoso a ZP enarbolando las banderas del victimismo y del agravio comparativo que nunca jaleó antes. Esta inquina les aboca a la pintoresca contradicción de convertir el País Valenciano en la perla de la corona por la calidad de vida y progreso que registra en mérito a su gestión y, todo al tiempo, lloriquear por la presunta discriminación económica que, a su entender, nos convierte en ciudadanos de segunda entre todas las autonomías. Un maniqueísmo que a menudo linda con el ridículo y que únicamente se explica por el condicionamiento electoralista.

Es evidente que en adelante, y hasta que concluya este largo e intenso proceso electoral, los dos grandes partidos van a disputar su particular tomatina de cifras en inversiones públicas y necesidades desatendidas. Por fortuna, ya no se habla -o apenas- de esa estupidez que ha sido la deuda histórica. Una gresca ésta que suele sumirnos en la perplejidad por la disparidad de los datos en torno a unas mismas partidas. Al final, sin embargo, lo que decide es la percepción de los ciudadanos independientemente de que la responsabilidad por la insatisfacción haya que endosársela a la Administración central o a la autonómica. Como en el caso de la sanidad pública, donde esta autonomía valenciana aparece en último lugar durante años sucesivos entre todas las comunidades autonómicas, según un estudio de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública divulgado estos días. Si no hay bastantes médicos y enfermeras y en la atención primaria nos ventilan en dos minutos ¿a quien hemos de endosarle el muerto? ¿A ZP o a la Generalitat, que no sitúa nuestra salud entre las principales prioridades?

Por último, en la izquierda fetén y desunida es obvio que las elecciones no preocupan tanto, absorbida como está por el problema apremiante de su pervivencia. Y no nos referimos a la estrictamente económica por el pago o impago de las cuotas de los parlamentarios. Este es un capítulo vital para unas finanzas tan modestas como las de EU, pero ni mucho menos debe confundirse con el meollo del conflicto que es la ruptura y alumbramiento de una nueva formación sin más objetivo que el de reflotar el proyecto soltando el lastre del "comunismo menos evolucionado y ortopédico", en palabras de un renovador. Lo que se gesta es Iniciativa del Poble Valencià que se alumbrará formalmente el mes próximo con la voluntad de constituirse en un tercero en discordia contra el bipartidismo galopante. Ocasión habrá de comentar el suceso.

INGRATITUD

El Consell Valencià de Cultura ha glosado estos días al cardenal Enrique Tarancón en el centenario de su nacimiento. Ilustres personalidades subrayaron los rasgos biográficos del prelado y muy especialmente su empeño en propiciar la adaptación de la Iglesia española a la democracia emergente. Las generaciones de la transición política saben los sufrimientos y riesgos que ello conllevó, y sin duda han de saberlo los altos eclesiásticos y gobernantes valencianos que no concurrieron, ni simbólicamente, al mentado homenaje. Un expresivo gesto de ingratitud y, por desgracia, un testimonio del nacionalcatolicismo que este santo varón de Burriana no pudo extirpar plenamente como pretendió.

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