La voz de África
Ben Okri (Minna, Nigeria, 1959) ha sobrevivido a la guerra de Biafra, a un exilio con enormes privaciones en Londres y, como escritor, a ganar el Premio Booker a los 32 años con El camino hambriento, la primera parte de una trilogía que relata la historia de un niño espíritu, un abiku, que se niega a morir y se mueve, como el propio narrador, entre dos mundos. Del mismo país que el Nobel Wole Soyinka, Okri es junto a los surafricanos J. M. Coetzee y Nadine Gordimer el único africano que ha logrado el galardón más importante de las letras anglosajonas. Tras casi cinco años de silencio, un tiempo muy largo para un narrador extraordinariamente prolífico y que publicó por primera vez a los 21 años, Okri ha regresado con El mago de las estrellas (La otra orilla). Cordial, divertido y de una curiosidad inagotable, el propio Okri mezcla, como ocurre en este libro de casi 500 páginas, la tragedia y el milagro de África en su biografía y en sus palabras.
"El artista ocupa un lugar crucial en esta nueva era porque ofrece un nuevo punto de vista, una nueva forma de interpretación"
"Todo está conectado y tenemos que cambiar la forma en que nos vemos los unos a los otros. En este terreno, la literatura tiene un papel muy importante"
"En Europa hay una gran preocupación por la inmigración. Pero, al final del trayecto, existirá una cultura mucho más rica, habrá diferentes formas de libertad y de felicidad"
Desde hace 15 años vive en uno de los rincones más bellos del norte de Londres, Little Venice, un pequeño barrio en el que confluyen los canales Regents y Grand Union con una antigua tradición literaria. De hecho, le debe su nombre al poeta Robert Browning, que residió allí en el siglo XIX. Llega tarde a la cita, vestido con una chaqueta azul eléctrico y una bufanda corinto, por un problema doméstico: una tremenda humedad que está provocando en casa del vecino. Se nota que el asunto no le hace en el fondo ninguna gracia, entre otras cosas porque no ha conseguido encontrar un fontanero. Sin embargo, no para de hacer bromas sobre el desastre doméstico. Durante un paseo junto a los canales relata que está terminando de leer Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela. Su pasión por el Quijote le ha llevado a interesarse por la literatura en español. Su narrativa ha sido comparada con el realismo mágico de Gabriel García Márquez y El mago de las estrellas es un largo cuento africano que relata la historia de amor en un mundo que se ve roto por la llegada de un viento blanco que arrasa todo a su paso y que se lleva a los hombres al otro lado del mar para convertirlos en esclavos. El paisaje y las leyendas de África ocupan un lugar crucial en la prosa llena de matices y sorpresas del narrador, que fluye entre la tragedia y la vida.
PREGUNTA. ¿Es la inmigración el nuevo viento blanco que azota África?
RESPUESTA. Sí, en cierta manera. Ésa es la ventaja de una metáfora, que es trasladable a nuevas condiciones, que puede responder a muchas cosas. Algunas personas han visto referencias a un nuevo pensamiento colonial, otras a una invasión, otras a una gran sequía. En realidad, describe algo que llega a una cultura y que cambia por completo las cosas, para bien o para mal.
P. ¿Y qué se puede hacer frente al éxodo que padece África y para evitar que miles de personas mueran cada año en el mar?
R. La causa son las grandes desigualdades económicas: son tan serias que la gente está dispuesta a arriesgarse a morir con tal de poder mejorar su nivel de vida. No tenemos que ver la inmigración como un problema del mundo desarrollado ni del subdesarrollado, sino como un asunto global. Tenemos que pensar en la forma en que nuestras políticas hacen a la gente más pobre porque si son más pobres van a venir aquí. Si no mejoramos el nivel de vida en todo el planeta, la tragedia seguirá produciéndose. Todo está conectado y tenemos que cambiar la forma en que nos vemos los unos a los otros y, en este terreno, la literatura tiene un papel muy importante. Detrás de muchas historias negativas hay muchas cosas buenas, hay seres humanos.
P. ¿Se siente usted conectado con otros autores provenientes de países del antiguo imperio británico que escriben en inglés y que, en gran medida, han contribuido a cambiar el lenguaje?
R. Sí y no, porque algunos se han movido dentro de la tradición, pero otros han buscado nuevos caminos porque consideran que la tradición de la novela tal y como la conocemos no es suficiente para contar algunas historias. No es como Dickens. No se puede escribir sobre África como Jane Austen. Es algo muy diferente, que representa un gran desafío. Es verdad que hemos traído una nueva Historia al Reino Unido, pero también una nueva forma de ver las cosas, que al principio puede parecer muy extraña porque es muy diferente de la experiencia narrativa, pero también de la vital. No se puede hablar de África de una forma europea. Yo ahora soy dos personas: un africano y un europeo. Siento que somos una nueva síntesis literaria, que tratamos de ampliar las fronteras de lo que se considera literatura.
P. ¿Y cree que esta síntesis literaria tiene su traducción en la sociedad? Porque da la impresión de que desde los atentados del 7 de julio de 2005 contra Londres se ha producido un malestar en este terreno.
P. Creo que es anterior, que el 11-S ha aumentado tensiones que ya existían, que se han hecho mucho más visibles. Para mí este despertar es una cosa buena, porque ahora somos conscientes de hasta qué punto esta síntesis es difícil, porque está claro que no es tan fácil como se pensó al principio, que se requiere mucha más comprensión mutua. A medio plazo tiene aspectos trágicos, porque miles de personas están siendo demonizadas, como el joven que fue asesinado en el metro por la policía (Jean-Charles Menezes, tras los atentados fallidos del 21 de julio de 2005). Se ha producido un aumento del miedo, de la demonización del islam, pero creo que es una fase, porque vamos a tener que convivir, aunque está siendo más difícil de lo que pensábamos. Pero, al final del trayecto, será mejor para Europa porque existirá una cultura mucho más rica, con muchas más posibilidades en el arte, pero también en la forma de vida. Habrá diferentes formas de libertad y de felicidad. Soy consciente de que en Europa hay una gran preocupación por la inmigración.
La conversación se ve interrumpida por la llegada de la comida, en un estupendo gastropub de Little Venice, por el que pululan personajes con una pinta en la mano a media tarde que parecen sacados de Últimos tragos, la novela de Graham Swift, y con los que Okri, de nuevo, bromea y charla. Este novelista ha pasado su vida yendo y viniendo entre diferentes mundos. Hijo de un pastor protestante del sur de Nigeria y de una princesa Igbo, del norte, viajó con su familia a Inglaterra a los 18 meses, aunque regresó a su país a los siete años. Entre 1967 y 1970, vivió los horrores de la guerra de Biafra, que marcan El camino hambriento que, en breve, reeditará también La otra orilla (existe una edición, ya agotada, en Espasa Calpe bajo el título de La carretera hambrienta). Sus padres se separaron cuando era un adolescente y se instaló en el Reino Unido a los 19 años para estudiar. Cuando se acabó su beca, comenzaron los problemas y llegó a vivir en la calle como un sin techo. Ahora esos tiempos parecen lejanos, pero Okri conserva la sabiduría de alguien que ha logrado sobrevivir a épocas muy duras.
P. ¿Cree que la situación descrita en una película como Hijos de los hombres, donde los inmigrantes son recluidos en campos de concentración en un futuro no demasiado lejano, puede llegar a producirse?
R. No creo que las cosas vayan a ir tan mal porque otro de los aspectos del 11-S o del 7-J ha sido un despertar frente a lo que representa la libertad, un tema que está constantemente en los debates, en televisión se habla de la tolerancia y de la libertad de expresión, es algo que no había visto en mi vida. Es una época en la que Albert Camus hubiese tenido muchas cosas que decir. En realidad, necesitamos un nuevo Camus para plantear esas cuestiones cruciales, como si la libertad de pensamiento o de expresión necesitan una nueva definición. La libertad de creación se ha convertido en algo más importante que nunca, precisamente por los tiempos en los que nos ha tocado vivir.
P. Como superviviente de los horrores de la guerra de Biafra, ¿cree usted que los seres humanos aprenden o que siguen repitiendo los mismos errores?
R. Aprendemos muy despacio y, a veces, aprendemos la lección equivocada. Nuestra capacidad para entender depende en el fondo de nuestra propia conciencia. El gran problema del siglo XX ha sido el pensamiento nacionalista y tenemos que aprender a pensar de forma global, transnacional. Tenemos que acostumbrarnos a ser conscientes de que lo que ocurre en Barcelona afecta a gente en Venecia, de que lo que ocurre en Lagos afecta a gente en Londres. Cuando Camus escribía, sus palabras no tenían repercusión en el Congo. Pero ahora alguien puede escribir en Sudán y sus palabras viajan por todas partes. El mundo es más pequeño. Por eso digo que el artista ocupa un lugar crucial en esta nueva era, porque ofrece un nuevo punto de vista, una nueva forma de interpretación.
P. Su libro es una larga metáfora sobre África pero también es un cuento sobre acontecimientos terribles.
R. Es un cuento para espíritus fuertes. ¿Cómo se puede contar una historia tan terrible como la esclavitud? Nadie lo leería si se hiciese con realismo, es demasiado deprimente. Yo no lo leería. Es lo más difícil que tenemos que hacer como escritores: mostrar la grandeza y la riqueza del ser humano, no importa cuánto sufra la gente, cuán duras sean sus condiciones de vida, la riqueza de la humanidad se mantiene. He estado con personas que vivían en condiciones terribles y no he encontrado una sola que no transmitiera al tocarla, al hablarla, esa vibración de la riqueza y la profundidad humanas. Para mí es esencial devolver esa riqueza a las historias, reactivar la humanidad que reside en nosotros. Que el lector pueda bañarse en las historias como en un río, que sea un largo viaje en el espíritu de alguien.
P. Supongo que le han dicho que hay muchas conexiones entre su literatura y el realismo mágico de Gabriel García Márquez, que siempre decía que reflejaba la realidad tal y como él la veía.
R. Cada descripción de la gente no refleja la realidad de la gente, sino la percepción. Porque hay una gran diferencia entre ambas. Mire el ejemplo de Don Quijote: ¿qué es real en Don Quijote? Están los paisajes de España, pero desde el punto de vista de Don Quijote se convierten en gente. ¿Qué es real? ¿El lugar sin la conciencia o la conciencia que transforma la realidad? África es la conciencia transformando un lugar, por eso no se puede utilizar a Jane Austen para describirla. Yo puedo entrar en una selva con Graham Greene y él verá árboles, lianas, animales, y yo veré árboles, lianas, animales, pero también presencias de los ancestros, espíritus de los bosques... Porque son cosas que están en mi percepción. Parecerán las descripciones de dos lugares diferentes. Un paisaje cambia a causa de la gente que vive en él, por eso el trabajo más difícil para un escritor es encontrar la forma adecuada, la relación de la gente con un lugar. Que la gente compare mis libros con los de García Márquez se debe a que tenemos esa percepción similar que no es occidental. El realismo mágico es un lugar transformado por la conciencia. Don Quijote es realismo mágico. En realidad, es una especie de Génesis. Es la conciencia que construye el paisaje por primera vez.
P. ¿Y cree usted que Occidente es consciente del enorme daño que ha infligido a África, del cataclismo que representó la esclavitud?
R. No, no lo sabemos. Porque no se enseña en las escuelas. Es demasiado terrible. Resulta muy difícil enseñar a los niños que fuimos a África, secuestramos a la gente, les llevamos al otro lado del mar y les obligamos a trabajar como si fuesen animales. Los niños dirán: ¿por qué se hizo eso? Por eso insisto en que tenemos que volver sobre el pasado y encontrar una forma de perdonarnos, pero antes necesitamos contar lo que ocurrió.
El mago de las estrellas. Ben Okri. La otra orilla. Barcelona, 2007. 494 páginas, 23 euros.
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