De ciudadanos a súbditos
Nunca, en el largo curso de la historia, despertó nación alguna tan gloriosamente después de tan torpe y pesado sueño como España en 1808", escribió en sus años mozos Menéndez Pelayo, tras maldecir el siglo ilustrado como tiempo de miseria y rebajamiento y enaltecer el espíritu religioso de la guerra contra el francés. Hoy, dos siglos después de aquel despertar, una avalancha de libros sobre 1808 nos aguarda. Para hacerle frente, nada mejor que viajar a los orígenes: Emilio La Parra, autor de una excelente biografía de Manuel Godoy, se ha encargado con Elisabel Larriba de poner de nuevo en circulación sus Memorias (Universidad de Alicante, 2008, 1.985 páginas), que don Marcelino encontraba "muy curiosas, amenas y dignas de leerse, aunque escritas en perverso castellano, como el que se hablaba a principios de siglo". Díjolo don Marcelino, punto redondo.
En mucha estima tenía también el santanderino la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, escrita por el conde de Toreno, de la que acaba de aparecer una nueva edición, a cargo de Richard Hocquellet, en Urgoiti Editores. De la ilustrada mano de Juan Francisco Fuentes, pulcramente editado, llega España 1808-1814. La nación en armas, catálogo de la exposición del mismo título que ofrece, además, varios textos de los mejores especialistas en la guerra y en la revolución que fue su compañera. Y, por volver a los clásicos, segunda edición de Los afrancesados (Alianza, 2008, 328 páginas), un libro antiguo, dice su autor, Miguel Artola, que servirá de antídoto para quienes reducen todo a una guerra nacional contra el invasor, tratando a los ilustrados del tiempo de Carlos III, luego integrados en el partido de los afrancesados, con la anacrónica imagen de la anti-patria o anti-España, tan funcional para mejor justificar las políticas de exterminio.
Se discute si la nación española se inventó o si despertó de un largo sueño en aquellos años de guerra y revolución. Lo que no tiene discusión es que el componente revolucionario que el conde de Toreno percibió en ella algo tuvo que ver con la creación del ciudadano, ese "hombre nuevo" al que se refería Artola en sus Orígenes de la España contemporánea y que Manuel Pérez Ledesma recoge en la introducción a una obra colectiva fundamental para seguir los avatares de aquella creación: De súbditos a ciudadanos. Una historia de la ciudadanía en España (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, 735 páginas). Resultado de un animado y fecundo debate, esta obra, en la que participan una veintena de autores, es la más completa aproximación a la muy asendereada historia de esa ciudadanía por la que tanta sangre se ha derramado para mantener a raya a su secular enemiga, la eterna nación católica.
Es claro que la consolidación del ciudadano como hombre nuevo sufrió, en la historia de España como en la de Europa, una quiebra profunda con la llegada de regímenes totalitarios, convertidos en religiones políticas. Como recuerda Patrice D'Almeida en su introducción a El pecado de los dioses. La alta sociedad y el nazismo (Taurus, 2008, 463 páginas), la ingente bibliografía acumulada sobre la Alemania nazi, la II Guerra Mundial y la Shoah, puede presentar todavía importantes lagunas, entre otras, el estudio de la vida mundana, la descripción densa de la pequeña historia de la alta sociedad. D'Almeida se ha aplicado a llenar la laguna y sale más que airoso de la prueba al dar muy detallada cuenta del rápido proceso de creación de una alta sociedad nazi y de su acogida por los más refinados y cultos círculos mundanos alemanes mientras entre todos procedían a la simultánea destrucción de la alta sociedad judía durante los primeros años del Tercer Reich.
No fue sólo la destrucción de la alta sociedad judía, sino la empresa de exterminio de la raza judía. Peter Novick -en Judíos, ¿vergüenza o victimismo? El Holocausto en la vida americana, Marcial Pons Historia, 2007, 398 páginas- ofrece una ejemplar historia de los distintos significados que la matanza de judíos por los nazis ha experimentado hasta codificarse como Holocausto y como Shoah. Novick se confiesa perplejo ante el lugar que la memoria del Holocausto ocupa durante la década de 1990 en la sociedad americana. Por qué aquí y por qué ahora, se pregunta. Y sin caer en la trampa de la "recuperación de la memoria" ni tumbar en el diván a un supuesto sujeto colectivo -trauma, represión del recuerdo, retorno de lo reprimido- identifica el declive, en Estados Unidos, del ethos integracionista (centrado en lo que los americanos tienen en común) y su sustitución por un ethos particularista (que acentúa lo que los diferencia y divide) como motivo principal del auge de la memoria del Holocausto al servicio de la construcción de una identidad judía diferenciada.
En fin, al evocar la quiebra del ciudadano y la regresión al súbdito, es inevitable tropezar con Franco, que vuelve de la mano de su más reconocido biógrafo, Paul Preston. Muy buena su idea de reeditar esa indagación detectivesca de textos mendaces que fue El mito de la cruzada de Franco (DeBolsillo, 2008, 698 páginas), de Herbert R. Southworth, que pudimos leer en la versión francesa publicada por Ruedo Ibérico en 1964. Preston incorpora a la nueva edición dos piezas más, una dedicada a Cierva, otra a Bolloten, de este incansable debelador de mitos y leyendas, oficio al que el mismo Preston ha hecho notables aportaciones, como se puede comprobar en su última vuelta de tuerca: El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco (Ediciones B, 2008, 371 páginas). Si, además de visitar a Franco, el lector siente apetito por saber qué pensaban y decían -no ciertamente acerca de la ciudadanía- los hombres del régimen, encontrará en La anatomía del franquismo. De la supervivencia a la agonía, de Carme Molinero y Pere Ysàs (Crítica, 2008, 320 páginas), abundantes citas de las actas del Consejo Nacional del Movimiento, un guisazo sólo digerible por estómagos recios.
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