"Con rusos o georgianos, seguiremos aquí"
Los habitantes de las aldeas de Osetia del Sur salen de sus escondites tras los saqueos de las milicias aliadas de Moscú
El Ejército ruso permitió ayer por primera vez la entrada de un convoy con ayuda en seis de los nueve pueblos de Osetia del Sur habitados por georgianos. Centenares mayores, los únicos que se quedaron, iban apareciendo conforme sentían que los motores que se acercaban no procedían de los bandidos que estos días saquean sus viviendas. En el pueblo de Tkviavi se respira el miedo. "No sé quien ha quemado mi casa. Llegaron por la noche y la incendiaron. Hace cinco días que dormimos en el huerto", dice llorando Lamara Tjiladze, de 56 años. Lamara y su marido tienen también un cobertizo para el ganado pero lo han ocupado los soldados rusos. A ellos no les queda más que el cielo y la tierra.
"Sin permiso de los rusos, los vándalos no podrían llegar", dice un hombre
En Tkviavi hay más de 1.000 casas y han muerto 20 personas, todas a manos de supuestos bandidos osetios. Según Guivi Chijladze, de 53 años, las bandas de rebeldes llegan con listas de los objetivos a atacar, como la casa del alcalde y la de su hijo, que han sido saqueadas e incendiadas. "Buscan coches, pero también quieren televisores y otras cosas de valor", afirma. "Es la primera vez que salimos. Llevamos 13 días escondidos. Temiendo que llegue la noche y vuelvan las bandas. Vienen en dos o tres coches. Casi todos van vestidos de civil. Te amenazan con granadas y nunca sabes si saldrás vivo o muerto", añade mientras se seca las lágrimas.
"Aquí, en Karbi, lanzaron ocho bombas y mataron a nueve personas. Somos muy viejos para cavar tumbas. No tenemos fuerza para enterrar bien a los muertos", dice Georgi Kvimradzi, de 73 años.
Agua cortada
Karbi es un pueblo de 300 casas en el corazón de la región rebelde de Osetia del Sur. El agua les llega del norte y está cortada desde que empezó el conflicto hace 13 días. "A veces la abren un rato pero estamos pasando mucha sed", añade sentado en un pequeño cobertizo. También les cortaron la electricidad y el gas. Su mujer, sus hijos y sus tres nietos están en Tbilisi y -"como no hay pan", lamenta- estos días se alimenta de frutas, verduras y de las compotas y conservas que hace cada año su mujer.
Pese a las bombas, los mayores de Karbi se sienten afortunados. "Aquí no han venido los bandidos. Saben que somos pobres y no se han molestado", señala Mary Saridze, de 68 años. Ella, al igual que Georgi y los demás que se han acercado a recoger cigarrillos, harina, agua, zumos y galletas, asegura que nadie la sacará de sus tierras. "Queremos paz. Preferimos estar bajo el Gobierno georgiano, pero con Georgia o con Rusia seguiremos aquí".
El reparto de la ayuda humanitaria desata una bronca entre los vecinos. Los más listos se han hecho con su saco de harina de 20 kilos, mientras que otros apenas han cogido cigarrillos y galletas. Las enfermeras que acompañan el convoy reparten tranquilizantes entre todos ellos. Nada más verlas, con su uniforme verde, los lugareños abren los grifos de sus penas y ellas les dan un cartoncito de pastillas como si fuera la solución. Nadie tiene quejas de los soldados rusos, aunque Okro Piridze comenta que las tropas saben lo que ocurre y no hacen nada. "Sin el permiso de los rusos, [los vándalos] no podrían llegar hasta aquí". A su casa fueron un par de veces pero no se llevaron nada ni le hicieron daño. "Soy minusválido y me dejaron en paz".
Las tropas rusas han iniciado la retirada por la carretera que entre Karaleti y Tkviavi se desvía hacia la Tjinvali, capital de Osetia del Sur y sede del Gobierno rebelde desde que finalizó la guerra contra Georgia, en 1992.
El mando militar ruso indicó ayer que tardarán dos días más de lo previsto en retirarse de los cuatro núcleos urbanos ocupados en Georgia, debido a que quieren destruir todo el arsenal del Ejército georgiano que ha caído en sus manos.
Gori, la principal ciudad ocupada, comenzaba a recuperar la normalidad. Miles de personas han vuelto e incluso funcionaba un pequeño mercado al aire libre. Sólo permanecía cerrado a la prensa internacional el barrio en el que se encontraba el cuartel de infantería, que ha sido totalmente destruido y capturado. La plaza central, dominada por la estatua de Josif Stalin, natural de esta ciudad, y el museo del dictador, no ha sufrido apenas daños por las dos bombas que explosionaron cerca y mataron a seis personas. Varios tanques y camiones militares cargados de soldados siguen estacionados en la plaza.
Según el Gobierno georgiano, 215 de sus ciudadanos han muerto y otros 1.496 han resultado heridos por los bombardeos y el avance de las tropas rusas sobre este pequeño país del Cáucaso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.