Nada de nada en la grisácea Mostra
Ni el turco-italiano Ferzan Ozpetek ni la francesa Claire Dennis convencen en Venecia
No te estimulan o te resultan muy vagos los nombres de los directores que firman la cosecha del día (tampoco los que van a llegar en las siete jornadas que faltan para que acabe el suplicio), pero tienes la esperanza de que la gente que ha seleccionado este material haya tenido sólidas razones para hacerlo.
El primero es el turco afianzado en el cine italiano Ferzan Ozpetek, alguien que logró cierto prestigio critico con su ópera prima Haman, el baño turco. Su última entrega se titula Un día perfecto, y aunque los melómanos asociemos ese nombre con una de las más imborrables canciones que ha escrito Lou Reed, desgraciadamente aquí no hay nada perfecto, pero sí exceso de grandilocuencia, moralina, música estridente intentando torpemente subrayar las emociones, la fastidiosa sensación de que sabes todo lo que va a ocurrir desde el primer plano.
En la china 'Dangkou' es casi imposible comprender de qué va la movida
'35 rones' pertenece al prestigioso género en el que no ocurre nada apasionante
Ozpetek aborda un tema tan asquerosamente ancestral como la violencia de género, intenta retratar el tipo de noticia que sólo puede dejar indiferentes a los animales, la de un hombre separado que acosa a su ex mujer y a sus hijos y el desenlace pavoroso que a veces provocan estos miserables desesperados inmolando a su familia y suicidándose.
Existen películas como la de Icíar Bollaín Te doy mis ojos que han descrito con verosimilitud y complejidad este tipo de situaciones, la atroz tortura física y psicológica que practican algunos tarados con sus desvalidas esposas. Pero en el caso de Un día perfecto, el director no logra que te impliques emocionalmente en la presentida barbarie que va a montar un enloquecido policía que no acepta haber sido abandonado por su eterna víctima.
En Un día perfecto, siendo lamentable, al menos existe la voluntad de desarrollar un argumento, de contar algo entendible, pero en la película china Dangkou (Plastic city) es casi imposible comprender de qué va la movida, aunque se esfuercen tus neuronas. Creo que habla de las batallas por el poder entre las mafias chinas de Brasil, pero aparte de esa sospecha sobre su temática, el resto es abrumadoramente obtuso, sin pies ni cabeza, agotador. Y te preguntas qué pinta aquí el engendro firmado por un tal Yu Lik-wai. Después caes en la cuenta de que cualquier festival que se pretenda intelectual y trascendente tiene que programar forzosamente cine chino, pero deberían de esforzarse un mínimo en su elección oriental para no hacer el ridículo absoluto.
35 rones la dirige Claire Dennis y pertenece al prestigioso género en el que no ocurre nada apasionante, en el que la cámara pretende reflejar la vida cotidiana filmando durante cinco minutos a un señor preparando una tortilla. Con voluntad de realismo, por supuesto. Con la intención de plasmar un ambiente sin adulterarlo, por supuesto. Con honestidad y rigor, por supuesto. Retrata los rituales cotidianos de los vecinos negros y de algún inadaptado blanco en un edificio de un barrio periférico de París. El único elemento dramático que percibo es la excesiva dependencia emocional que tienen un padre y su hija y cómo eso puede quebrarse cuando la chica intenta volar de situación tan asfixiante. No sé si la directora ha pretendido ofrecer un curso de antropología o de sociología mostrando la supervivencia de los inmigrantes negros en Francia, de gente que aparentemente ha conseguido instalarse pero no integrarse. No dudo de sus nobles y humanísticas intenciones, pero eso no evita mis bostezos ante una monotonía feroz, sin el menor atractivo.
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