Otoño
En la vida política, el otoño comienza el 1 de septiembre, adelantándose tres semanas al calendario solar. Lo cual siempre resulta deprimente, y más en años como éste, cuando no ha habido verdadero descanso estival, pues agosto ha sido un mes plagado de turbulencias y anormalidades que nos han amargado el veraneo. Es verdad que, a pesar del calor agobiante, casi no ha habido incendios forestales, en contra de lo que venía siendo habitual. Y tampoco ha habido tantos muertos en las carreteras como cabía esperar, en lo que constituye quizás el principal efecto benéfico de la crisis económica (pues aún hay otros, como la caída del precio de la vivienda). Pero a pesar de estas venturas y de otros fastos previamente anunciados, como los Juegos de Pekín y la Expo de Zaragoza, el verano se ha hundido por culpa de las malas noticias, entre las que destaca por trágica la catástrofe de Barajas.
En política, el otoño comienza el 1 de septiembre, lo que resulta siempre deprimente
Aparte de este fortuito accidente, la guerra del Cáucaso ha sido la emergencia veraniega más ominosa de todas, pues sus posibles consecuencias futuras resultan incalculables. Pero de momento ya se ha roto el equilibrio unipolar bajo hegemonía estadounidense establecido hace veinte años tras el fin de la guerra fría. La causa de la guerra fue la agresión decidida por Georgia contra una provincia secesionista, desmintiendo así su presunta calidad democrática que le permitía ser candidata al ingreso en la OTAN, pues las democracias auténticas no hacen la guerra sin causa justa. Pero ese crimen fue también un error, pues dio a Rusia el pretexto que buscaba para tomarse la revancha contra EE UU, aplicando contra un aliado suyo su mismo militarismo unilateral.
Así se propaga como un incendio la estrategia neocon del presidente Bush, cuyo peor precedente fue la agresión a Irak pero que ya se ha contagiado al antiguo enemigo ruso, hoy aspirante a la re-construcción de su imperio. Y ahora el planeta depende de la arbitrariedad de Putin, que carece de soft power para hacerse amigos pero a cambio rebosa de hard power, esgrimiéndolo a discreción contra propios y extraños.
La política doméstica no ha permanecido más tranquila que la foránea durante este verano preotoñal, que ha impedido al sector turístico hacer su agosto. En efecto, el fantasma de la crisis sigue abrasándolo todo, y entre sus efectos indirectos destaca el fracaso de la nueva financiación prevista por el Estatut, que tenía que haberse acordado para el 9 de agosto. De ahí el conflicto que se abrió entre el Gobierno socialista y el tripartito liderado por sus correligionarios del PSC, que no dudó en formar con sus adversarios de CiU un frente catalán que a punto estuvo de obligar a Zapatero a rendir cuentas ante el Congreso, anticipando lo que podría llegar a pasar en la futura votación de los Presupuestos.
Es verdad que a mediados de agosto se produjo una buena noticia que salvó el gabinete extraordinario que había convocado Zapatero para enfrentarse a la crisis. Me refiero al crecimiento del PIB durante el segundo trimestre, que fue relativamente positivo y desde luego mejor al del resto de Europa, cuyas cuatro primeras economías ya están entrando en recesión. Lo cual podría ser explicado, al igual que ha pasado en EE UU, como un efecto de las rentas keynesianas inyectadas por el Gobierno en la demanda agregada (cheque natal, rebaja fiscal, etcétera). Pero ese dispendio también tuvo su coste, pues a finales de agosto se ha sabido que las cuentas públicas han entrado ya en déficit (1% del PIB). Un déficit que se agravará en otoño e invierno, cuando empiecen a aplicarse las nuevas inyecciones keynesianas anunciadas por el Gobierno a mediados de agosto, cuyo coste anual se cifró en dos puntos del PIB.
De modo que nos espera un otoño político mucho más sombrío que el de años anteriores, pues la probable entrada en recesión de la economía española que auguran todos los observadores externos hará muy difícil sacar adelante la doble negociación que tiene planteada el Gobierno durante los dos próximos meses: la nueva financiación autonómica y los presupuestos de 2009.
Cuando la tarta crece, el juego político es de suma positiva pues todas las partes pueden ganar algo. Pero cuando la tarta se reduce, como será nuestro caso, la partida se convierte en un juego de suma negativa donde todas las partes salen perdiendo, y en tales condiciones el acuerdo se hace casi imposible por optimistas que sean los jugadores. Es verdad que contamos al timón con un piloto experimentado, y no me refiero al funámbulo Zapatero sino al maestro Solbes, que ya sacó al país de su anterior recesión hace 15 años. Pero entre tanto el Estado ha perdido casi todos sus poderes, cedidos tanto a Bruselas (política monetaria) como a las comunidades autónomas. Habrá que ver, por tanto, qué es lo que ahora puede hacer Solbes.
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