Cortés, menos grave, undécimo herido
Otro torero en el hule. Otra vez, la sangre derramada. Otra vez, el pitón astifino y certero de un toro codicioso que, en un imperceptible descuido del torero, lo apuñala en el muslo y rompe los sueños de quien viene a Madrid para ganar una temporada y no una noche en una clínica.
Ayer le tocó el turno a Salvador Cortés, que hace el número 11 de los toreros que han pasado por la enfermería en esta feria. Pero no fue el único. Su subalterno Juan José Domínguez fue volteado por el mismo toro al salir de un par de banderillas, y sufrió una leve contusión con erosión en la pierna derecha, pendiente de estudio radiológico.
Pero pudo haber más: Encabo también estuvo a punto de un repique cuando le echó mano su primero en el segundo par de banderillas. Lo derribó y sólo la pericia del torero, que dio varias vueltas sobre sí mismo, impidió que los pitones hicieran carne. Y otro más: el picador del último toro salió despedido del caballo y se dio un costalazo en la arena del que se acordará en los próximos días.
CEBADA / ENCABO, CRUZ, CORTÉS
Tres toros de Cebada Gago y tres de Guardiola Fantoni -cuarto, quinto y sexto-, bien presentados, mansurrones y muy descastados, especialmente los tres últimos. El tercero, encastado y dificultoso.
Luis M. Encabo: media en los costillares (silencio); pinchazo, estocada baja -aviso- y un descabello (silencio); media baja, siete descabellos -aviso- y nueve descabellos (pitos).
Fernando Cruz: media -aviso-
y tres descabellos (silencio); dos pinchazos, dos descabellos y el toro se echa (silencio); bajonazo (silencio).
Salvador Cortés: fue cogido por
el tercero. Sufre una herida en el muslo izquierdo de 20 centímetros que causa destrozos en el músculo cuádriceps femoral. Pronóstico: menos grave.
Plaza de Las Ventas. 28 de mayo. Vigésimo segunda corrida de feria. Casi lleno.
De todos modos, el de peor suerte ha sido el sevillano Salvador Cortés, que vino a San Isidro para arreglar lo que no pudo en Sevilla, y toda su recompensa ha sido una cornada. Ese tercer toro fue el único que, de verdad, se dejó torear. Salió suelto de los caballos, sorprendió al banderillero Domínguez, y llegó al tercio final con casta y fiereza, con la cara alta y no buenas intenciones.
Requería, sin duda, una muleta poderosa. A fe que lo intentó Cortés y trató de estar a la altura de la codicia de su oponente. Sólo destacó una tanda con la mano derecha, en la que llevó al toro toreado y embebido en el engaño. Pero hubo poco más; quizá, porque al torero le faltó dar el paso necesario para dominar al toro; le faltó la confianza para aguantar tandas más largas, y le faltó cruzarse para que brillara su toreo. Se dejó enganchar mucho la muleta, y, cuando la faena caía por la pendiente de la sosería, el toro vio un resquicio al intentar Cortés cambiarse de mano el engaño, y le hizo presa en el muslo izquierdo. El torero se resistía a ser conducido a la enfermería, pero la sangre brotaba abundantemente y no le quedó más remedio que dejar inconclusa su labor. Su padre, el que fuera gran subalterno Luis Mariscal, estaba en el tendido 9, se quedó blanco; preso de los nervios, hizo una llamada telefónica, y voló hacia la enfermería.
El resto de la corrida fue una historia infumable e inaguantable a causa de la mala clase de unos toros muy descastados, imposibles para el toreo. Para empezar, a Cebada Gago sólo pudo lidiar tres toros; y los tres remiendos de Guardiola fueron una pura escoria.
¿Y los toreros? Encabo es la eterna promesa con un pie permanente en la decepción. Precavido y muy despegado ante el primer buey, al que mató de manera vergonzosa, y voluntarioso sin más ante el soso cuarto.
Fernando Cruz no tuvo toros. Su primero, de embestida descompuesta y deslucida; el quinto estaba tan parado que no tuvo un pase, y el que mató en sexto lugar sólo se dedicó a enganchar la muleta. Tampoco él fue el torero de agallas y pundonor de antaño.
Babelia
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