El no debate europeo
Europa atraviesa una grave crisis económica que viene a sumarse a la parálisis institucional provocada por el rechazo de la Constitución Europea. El ciclo que se inauguró con la adopción del tratado de Maastricht (1992), centrado en la adaptación a la mundialización liberal y la puesta en marcha del euro, se ha vuelto a cerrar: los criterios de convergencia no se han respetado en ninguna parte y es probable que el proyecto europeo no recobre de inmediato la legitimidad necesaria para imponer políticas tan rigurosas a los nuevos Estados miembros.
Por otra parte, los riesgos de explosión social causada por la crisis mundial son serios. En estas condiciones, las elecciones europeas hubieran podido ser la oportunidad soñada para abrir por fin el debate sobre las cuestiones fundamentales que afectan al futuro de Europa. ¿Hay una salida europea a la crisis? ¿Se pueden elaborar políticas públicas comunes? ¿Cómo se puede concebir un interés general europeo que no rebaje los logros sociales de los países socialmente más avanzados? ¿Qué papel debe jugar Europa en el mundo en un momento de profunda reorganización geopolítica? Y otras tantas preguntas más...
Las elecciones dan la oportunidad de hablar de cuestiones fundamentales sobre el futuro de Europa
Ahora bien, el debate electoral ha sido en casi todas partes lamentable. Es verdad que se ha hablado mucho sobre Europa, pero raras veces se ha tratado el tema de Europa, es decir, de esa entidad que existe más allá de las naciones y que, por sus mismos efectos, condiciona el futuro de cada país. Los partidos políticos no han aportado ninguna idea novedosa en el curso de esta campaña.
La derecha se ha contentado con una postura ventrílocua que consiste en defender el liberalismo, pero sin atreverse a pronunciar su nombre; la izquierda se ha empeñado en rezar por el futuro, sin definir en ningún momento lo que podría ser una política alternativa a la de la Comisión de Bruselas. En cambio, los partidos políticos han demostrado ser unos maestros en el arte de restringir el debate europeo a los retos locales. No han utilizado estas elecciones para forjar el futuro de Europa, sino para preparar las siguientes elecciones en sus respectivos países.
Los intelectuales, por su parte, nunca han estado tan callados. Sospechan que el proyecto europeo ha sido alcanzado en pleno vuelo, ya que el "federalismo", la "confederación" o el "patriotismo constitucional", las viejas ideas a las que se aferraban, han sido aniquiladas por la realidad de la mundialización.
Pero son pocos los que se atreven a poner en duda los dogmas sagrados del liberalismo europeo, a plantearse la pregunta sobre la protección del mercado europeo y, menos aún, a pensar en lo que podría ser un interés general europeo. Hay tantos temas tabú... En realidad, mientras los actores políticos disimulan su falta de visión sobre Europa replegándose en los temas locales, los intelectuales se limitan en la mayoría de los casos a proclamar los artículos de fe europeos concebidos 30 años atrás.
¿Sobre qué base votará entonces la ciudadanía? Es verdad que la división nacional entre izquierda y derecha sigue movilizando, pero nunca ha funcionado de manera conflictiva a nivel europeo. Eso es lo que explica que el Partido Popular Europeo y el Partido Socialista Europeo se pongan de acuerdo, sobre todo, en ser lo más ambiguos posible respecto al futuro de Europa.
En este sentido, en materia económica, los partidos socialistas hegemónicos se han limitado únicamente a defender una postura liberal. No es que se hayan negado a hacer oposición a la derecha. Al contrario, en el Parlamento Europeo lo hacen todo para dar un contenido social a las directivas liberales: se oponen a los hábitos más salvajes del fundamentalismo económico (por ejemplo, la semana de 65 horas), se rebelan contra toda tentativa de poner en duda los logros en materia de derechos humanos... Pero al no haber elaborado un modelo económico alternativo están condenados en el fondo a suavizar los efectos del sistema, pero sin atacarlo nunca de raíz.
Sin embargo, todo parece transcurrir como si la realidad los sobrepasara. Por supuesto, no es gracias a su acción que la inhibición mundial ha sido vencida, sino a causa de sus propias contradicciones internas. Si se hubiera aprovechado la crisis, estas elecciones podrían haber contribuido a abrir estos grandes debates de fondo. Esto no ha sucedido. Pero queda todavía un medio para recordar esto a las élites: votar. Ésta es la mejor manera de demostrar que la ciudadanía se interesa por el futuro de Europa.
Traducción de M. Sampons.
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