Poética y metáforas de la escultura
En 1978 la crítica norteamericana Rosalind Krauss escribía "se ha utilizado el término 'escultura' para referirse a cosas bastante sorprendentes..." y describía, a continuación, algunas de esas obras que, según sus propias palabras, expandieron el campo de la escultura hacia la arquitectura, el paisaje, las construcciones o la mera señalización de lugares. Aquellas obras sorprendentes a las que se refería eran denominadas 'escultura' por un abuso en las convenciones categoriales, según el cual toda obra de arte que no fuera claramente pintura debería ser tratada y enjuiciada en la categoría escultura. Se trataba de trabajos realizados con el espacio, la materia, la luz, el movimiento, la acción, el territorio, el cuerpo o la imagen, que abarcaban tanto lo real como lo virtual, lo permanente como lo efímero.
'El reino del silencio' ofrece la posibilidad de contemplar y comparar unas obras que no será fácil que vuelvan a presentarse juntas
Aquellas experiencias se desarrollaron y cobraron auge cuando en España se están viviendo los últimos momentos de la dictadura. Tal vez por eso tardaron en reproducirse entre nosotros, pero a mediados de los años ochenta podemos encontrar que, con inusitado interés, aquel tipo de escultura, que se ha expandido a ámbitos que no tienen ya nada que ver con la disciplina clásica de la estatuaria, se va abriendo un campo entre el público español y empieza a ser considerada también fuera de nuestras fronteras. Podríamos aventurar que con la expansión de la escultura y su aceptación generalizada la actividad artística se normaliza en España. Pero ¿qué queda de aquel entusiasmo?, ¿qué están haciendo ahora aquellos artistas españoles que no son pintores o que, además de pintar, hacen otro tipo de obra?
La muestra El reino del silencio. Escultura española actual, entre el objeto y su ausencia, 2000-2010, comisariada por Francisco Calvo Serraller, pretende dar respuesta a estas preguntas y, además, ofrecer la posibilidad de contemplar y comparar unas obras que, por su variedad y heterogeneidad, no será fácil que vuelvan a presentarse juntas. La muestra, que se inaugurará la semana que viene, presentará obra de 14 artistas de distintas generaciones que trabajan con presupuestos teóricos y técnicas muy diferentes, de manera que, a pesar de lo reducido del número de artistas seleccionados, el conjunto de la exposición pretende ofrecer una imagen certera del tipo de actividades que se han llevado a cabo en los últimos diez años.
Ciertamente, la expansión del campo de la escultura ha supuesto una de las posibilidades más enriquecedoras de la experimentación artística durante el siglo XX y no parece que haya agotado estas posibilidades en los ya casi diez años transcurridos del nuevo siglo. Al superar el escultor la idea de trabajar con una masa sólida y opaca que ocupa un lugar concreto en el espacio se abren todo tipo de posibilidades, como negar la forma definida por los contornos, renunciando al acto tópico de la formalización y aceptando la aleatoriedad y la incertidumbre; desde abarcar la cuarta dimensión, incorporando el tiempo y el movimiento, hasta recurrir a la inmaterialidad y virtualidad, prescindiendo de las cualidades propias de la masa y del carácter objetual. Sin embargo, todos los experimentos ensayados y los hallazgos conseguidos no han invalidado los caminos que podríamos llamar más tradicionales ni, tampoco, aquellos que son claramente herederos de las vanguardias. En consecuencia, quienes sigan pretendiendo encasillar la actividad artística en estilos, corrientes o tendencias se encontrarán con una dificultad insuperable ya que el panorama que ofrece hoy el arte es heterogéneo, disperso e irreductible.
Aquí radica uno de los retos de esta exposición: ¿cómo contar, con un número razonable de artistas y de obras, las fluctuaciones que ha experimentado esa entropía creativa? Para ello, el comisario no ha tenido miedo de empezar su selección con una serie de piezas de Antonio López García (1936), un artista más que veterano que representa la permanencia de las prácticas tradicionales durante la travesía de expansión de la escultura. Podríamos continuar, como contraposición, con la obra de dos artistas que en los años setenta introdujeron en España las prácticas conceptuales, Juan Navarro Baldeweg (1939) y Eva Lootz (1940), ambos, representados con obras recientes de factura muy diferente, pero en las que se mantiene el hálito de la experimentación con formas, significados y paradojas visuales. A esta generación de pioneros se pueden sumar los grandes nombres de Cristina Iglesias (1956), Jaume Plensa (1955) y Susana Solano (1946), quienes a mediados de los años ochenta generaron lenguajes plásticos muy personales y, con ellos, consiguieron situarse en la escena internacional. En esta exposición se podrán ver las celosías de Cristina Iglesias, que encierran espacios y generan laberintos, una de las grandes cabezas de Plensa, que revitalizan la figura humana con nuevas metáforas del cuerpo, y un par de construcciones en hierro y acero de Susana Solano.
Algunos pintores hacen obras que no son estrictamente pinturas, por lo que podríamos considerar que son, en la lógica de Rosalind Krauss, esculturas. Esto sucede con las piezas en mármol, bronce o plomo de Antonio López, con las cerámicas de Miquel Barceló (1957) o con los objetos dorados de Elena del Rivero (1949). La pintura de Barceló, exuberante de materialidad, ha encontrado en la cerámica la manera de cobrar volumen superando la planitud del lienzo tradicional. Precisamente, ese bastidor sobre el que tensa el lienzo es utilizado como objeto físico y como soporte material por Elena del Rivero quien se sirve de él dorándolo con pan de oro.
Frente a los deslizamientos de lo pictórico, la obra de Francisco Leiro (1957) se afianzó no sólo como potentes y pesados volúmenes sino como figuras definidas por formas contundentes de potente expresionismo. Y frente a esas figuras antropomórficas y zoomórficas se puede situar el mundo de las formas geométricas, que vendrán representadas en esta exposición por Pello Irazu (1963) y Blanca Muñoz (1963). La obra de Pello Irazu, heredera del constructivismo, cruza líneas rectas y formas prismáticas a las que incorpora colores saturados, mientras que Blanca Muñoz juega con las curvas, que delimitan volúmenes sin encerrarlos y que sugieren movimiento y liviandad.
Frente a la obra de aquellos artistas que han reducido los elementos de su lenguaje, caracterizándolo en un tipo de formas o de materiales determinados, los artistas más jóvenes parecen enfrentarse a la complejidad y renunciar al reconocimiento de una autoría basada en la repetición de rasgos característicos. Así, Javier López (1968) no sólo se sirve de los materiales más diversos en cada una de sus obras sino que acepta enfrentarse a formas de objetos o elementos reconocibles, como la reproducción de unos esqueletos que, además, gozan de movimiento y sonido.
También posee movimiento el brazo mecánico de Sergio Prego (1969) formado por dos lámparas fluorescentes, movido por un motor y con un sistema de circuito cerrado de televisión. El espacio, recorrido por los tubos fluorescentes y definido por la luz que lo ilumina, el movimiento del brazo y la virtualidad de la imagen conducen a generar un mundo complejo que se sitúa muy alejado de la talla y el modelado que caracterizan la escultura tradicional. Una actitud muy diferente anima el trabajo de la artista más joven de esta selección, Naia del Castillo (1975), quien muestra un mundo femenino de inquietantes labores del hogar que se muestran en su doble condición de objetos (vestidos, baberos, botines...) y de imágenes fotográficas donde se muestra su uso.
Con independencia del valor intrínseco que posee cada una de estas obras, la exposición insinúa el potencial que anima este tipo de prácticas artísticas así como la capacidad que aún posee lo que llamamos escultura para generar nuevas investigaciones en campos tan diferentes como la fenomenología del espacio, la poética de lo virtual, la presencia de la materialidad o las metáforas construidas con objetos. Todas estas posibilidades no sólo configuran un campo expandido sino un auténtico reino en el que, calladamente, con constante perseverancia, se van haciendo nuevas aportaciones. Tal vez el título de la exposición: El reino del silencio quiera hacer referencia a la serenidad con la que en España se está realizando esa labor.
El reino del silencio. Escultura española actual, entre el objeto y su ausencia, 2000-2010. Museo Esteban Vicente. Plazuela de las Bellas Artes. Segovia. Del 29 de septiembre al 21 de febrero de 2010. www.museoestebanvicente.es/
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