El registro de la vida
Habitamos en un mundo en el que ya no es suficiente vivir experiencias. Ahora resulta imprescindible registrarlas, como si aquéllas no alcanzasen la categoría de real hasta no quedar encajonadas en un soporte técnico imperecedero que nos permita comprobarlas, revivirlas una y otra vez. Además, a la obsesión por estampar cada momento de la existencia, se une la muy humana obstinación por mirar, como un malsano voyeur que no distingue de pudores. Jaume Balagueró y Paco Plaza, inteligentísimos directores de cine de terror, dieron en la diana hace dos años al fundir ambas anomalías en REC, magnífico ejercicio de estilo con estructura de falso documental, que desembocaba en una riada de sangre y vísceras, y que culminaba con una frase sencilla, directa, ejemplificadora, españolísima y absolutamente esclarecedora sobre los tiempos que estamos viviendo: "¡Grábalo, grábalo todo, por tu puta madre!".
REC 2
Dirección: Jaume Balagueró y Paco Plaza.Intérpretes: Óscar Sánchez, Ariel Casas, Manuela Velasco, David Vert.Género: terror. España, 2009. Duración: 85 minutos.
Dos años después se produce un fenómeno tan habitual en el cine de hoy como casi insólito en la industria española: el estreno de una segunda parte con visos de igualar o superar en taquilla a la estupenda primera entrega (un millón y medio de espectadores). En REC 2, Balagueró y Plaza acuden al edificio de viviendas de la jauría de la primera entrega, inmediatamente después de que sus protagonistas sucumbieran a esa especie de virus de la rabia que los incitaba a comerse entre ellos, y viran desde la explicación científica hasta la motivación religiosa. Para continuar con ese escrupuloso mantenimiento del punto de vista, sus creadores centran su nuevo trabajo en el visor del casco de un grupo de geos que acude a la llamada de la seguridad. Se multiplican los puntos de vista, pero se mantiene el efecto narrativo de que el personaje pueda ser percibido como una extensión de la propia mirada del espectador. Desde luego que el efecto sorpresa, esa cercanía que ofrecía esa comunidad de vecinos de andar por casa y que provocaba que su miedo fuera nuestro miedo, se ve empequeñecido por la repetición de esquemas, pero sus creadores han afilado el lápiz de la invención con un par de originales vueltas de tuerca y, sobre todo, con una colección de pequeños grandes momentos, a camino entre el ataque de nervios y el ataque de risa.
Como el protagonista de El fotógrafo del pánico, Plaza y Balagueró están empeñados en filmar el miedo, y a fe que lo consiguen con esa mezcla de sutileza en la imagen, estruendo en el sonido, puntuales explosiones de hemoglobina y puesta en escena entre el videojuego y la pureza cinematográfica. Es posible que el desenlace, esa última explicación, no esté a la altura del resto de la función, pero su sentido del humor y su capacidad para entroncar con su arco de público más entusiasta (el adolescente), ya sea desde el metalenguaje o desde la identificación, permanece a prueba de bombas.
Babelia
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