'Realpolitik' española
Hay pocas cosas tan improductivas para la diplomacia como el ruido. Los ministros estrella acostumbran a ser demasiado aparatosos y sus éxitos de relumbrón suelen acarrear demasiados damnificados a largo plazo. Como la indignación no es una política -como ha dicho alguna vez Javier Solana-, la mayor parte de la tarea diplomática es picar piedra discretamente estrechando manos y aguantando impertinencias a cambio de mantener la tranquilidad y proteger algunos negocios. La utilidad del trabajo discreto ha tenido sus frutos en la liberación de la cooperante catalana Alicia Gámez. Su llegada a Barcelona tras 100 días de secuestro es un éxito parcial porque dos de sus compañeros todavía están en cautividad, pero es un éxito al fin y al cabo.
Es el trabajo callado de Moratinos, que, conocedor de las cloacas internacionales, flota sin aspavientos pero con éxito
La diplomacia española ha trabajado discretamente y ha movido los hilos de los sátrapas necesarios para obtener la libertad de sus ciudadanos. La oposición, a regañadientes, también ha puesto de su parte manteniendo el silencio que no practicó en ocasiones anteriores. El Partido Popular ha rectificado el espectáculo de exigencias que aireó durante la negociación con los piratas que secuestraron el pesquero Alakrana y las amenazas las posponen ahora hasta la resolución de la crisis. En el proceso también ha participado, aunque sólo sea contagiándose del silencio de Montilla, el aparato exterior del Gobierno catalán.
Políticamente, no ha sido Miguel Ángel Moratinos quien ha capitalizado el éxito. La notícia la insinuó el presidente Zapatero y la confirmó su vicepresidenta en apuros. Inmersa en el huracán de la rumorología madrileña, Fernández de la Vega no ha dejado pasar la ocasión de apuntarse un tanto cuando su nombre aparece entre los posibles cesantes en una próxima remodelación de gobierno. De la Vega, que no sólo coordina un Gobierno disperso, sino que actúa de portavoz en medio de las cacofonías, se ha apuntado políticamente el éxito de la liberación de la cooperante. El dulce le llega en un momento en que el propio presidente ha reconocido la incompetencia de su política de comunicación fichando, sin el concurso de la vicepresidenta, a un periodista bregado y de izquierdas como nuevo responsable.
El protocolo establecido en el aeropuerto permitió también su porción de reconocimiento a los representantes políticos catalanes.
El éxito callado es de un ministro gris, pero tenaz. Tras el desastre para la política exterior española que significaron los cabezazos de Piqué ante Bush, la sumisión de De Palacio a la política americana y la fe del converso de Aznar, Miguel Ángel Moratinos flota sin aspavientos pero con éxito.
Conocedor de las cloacas internacionales, la diplomacia española ha mantenido las negociaciones imprescindibles con Líbia, Mauritania, Malí y algún otro Estado fallido o nunca establecido que obliga a negociar con capitostes mafiosos que hacen de la arbitrariedad y el latrocinio su comportamiento. La vicepresidenta ha dicho lo que tenía que decir y según ellos no se ha pagado un rescate, que algunas fuentes sitúan alrededor de los cinco millones de euros.
Además de ayudar para el establecimiento de la Unión por el Mediterráneo en Barcelona, sin excentricidades y sin alegrías, Moratinos ha salvado, de momento, los muebles en la enésima crisis con Venezuela. Tras la embestida del canciller venezolano contra un juez y un ex presidente, Moratinos desautorizó a Zapatero y evitó un nuevo enfrentamiento con altos decibelios a lo Chaves. Tras Francia y Argentina, en Venezuela vive la mayor colonia de españoles del mundo e importantes empresas españolas tienen multimillonarios intereses económicos. Evitar una nueva ruptura, si no es imprescindible, debía ser la prioridad antes de ponerse flamenco como quería el PP y hubiera apetecido al propio líder bolivariano. Con tiento y paciencia se superó también la crisis de Marruecos por el caso Haidar y con Cuba pasa algo parecido. Paños calientes, que no pueden entusiasmar a nadie, pero que son pura realpolitik de un país mediano.
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