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Columna
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30 años de Parlamento

El siglo XX no fue el que marcó el fin de las ideologías, pero sí el que señaló el fin de los experimentos políticos totalitarios. No por poco conocido, es conveniente recordar que uno de los dos peores que sufrieron la humanidad, el totalitarismo nazi, comenzó propiamente tras la quema del Parlamento alemán el 27 de febrero de 1933. Un incendio del que se acusó y por el que se condenó a un comunista holandés (rehabilitado en 1988 por el gobierno democrático de la República Federal), y que sirvió, primero, para la aprobación del "Decreto del Incendio del Reichstag" que permitió a un Hitler que apenas llevaba cuatro semanas como canciller (pese a haber obtenido solo una tercera parte de los votos) ilegalizar al partido comunista, comenzar la persecución y detención de sus opositores políticos, y ganar las elecciones de primeros de marzo de ese mismo año con el 44% de los votos; y, segundo, y con el nuevo Parlamento ya constituido, para la aprobación de la famosa "ley habilitante" (con el apoyo del filonazi partido nacional popular alemán y de los católicos centristas, intimidados por la presencia en la cámara de las fuerzas de choque de las SA para alcanzar la requerida mayoría de los dos tercios). Esta ley, eufemísticamente emitida para "solucionar las urgencias del pueblo y la nación", habilitaba en su primer artículo al Gobierno para legislar en sustitución del Parlamento, y en su artículo segundo para hacerlo incluso en contra de lo establecido en la propia Constitución. El inicio, en fin, del totalitarismo que llevó a la tumba a 55 millones de personas en el curso de la peor guerra conocida por la humanidad.

Hoy, hace tres décadas, la cámara autonómica celebró su primera sesión plenaria en Xelmírez

Un segundo hecho histórico trae su causa remota, precisamente, en el que se acaba de recordar. Los bombardeos nazis de Londres (el famoso blitz) había dañado el edificio de Westminster construido en tiempos de los Tudor y que alojaba desde su primera existencia al Parlamento británico. Ya antes de su destrucción, en la sala rectangular en la que gobierno y oposición se situaban en bancos contrapuestos con un patio central ocupado por una gran mesa apenas tenían asiento una tercera parte de sus miembros, muchos de los cuales seguían, como aún hacen hoy, las sesiones de pie en las escaleras o en los pasillos. Churchill, concluida la guerra, se opuso a que su obligada reconstrucción se hiciese siguiendo el canon de la mayoría de las asambleas legislativas, es decir, en planta semicircular o hemiciclo. Y lo hizo con el argumento (recogido en su Grandes Contemporáneos) de que "la esencia y fundamento de la Casa de los Comunes es la conversación formal", y como esta se facilita cuando uno se mira de frente y en torno a una mesa ordenó que el reconstruido salón de plenos reprodujese el original.

El incendio del Reichstag en 1933 y la reconstrucción del Parlamento de Westminster siguiendo su patrón original en 1945 son dos acontecimientos históricos que bien reflejan un hecho incontestable: un Parlamento elegido democráticamente es el peor enemigo de los totalitarismos, y por ello mismo es el mejor aliado y garante de las libertades y de los derechos de las personas. Un hecho que no debemos olvidar, por mucho que critiquemos las leyes electorales, por muy poco adecuados o simpáticos que nos parezcan nuestros representantes coyunturales, o por muy defectuosos y necesitados de mejora que sean los demás mecanismos de participación del conjunto de la ciudadanía en la adopción de las decisiones públicas.

Con la sobriedad propia de los tiempos que corren, una sobriedad que no debería confundirse con ausencia de fervor, Galicia conmemora sus primeros 30 años de recorrido parlamentario. Hoy, 19 de diciembre, hará tres décadas que el Parlamento de Galicia celebró su primera sesión plenaria, acogida en los centenarios muros del palacio de Xelmírez. Frustrada en 1936 por la Guerra Civil la constitución de nuestra primera Asamblea legislativa autonómica, los 45 años transcurridos desde entonces hasta el 19 de diciembre de 1981 dan buena cuenta del elevado precio que hay que pagar en ausencia de parlamentos democráticos. De lo mucho que debemos a la Constitución de 1978 que lo hizo posible. Y de lo mucho que le debemos a las personas que a lo largo de estos últimos 30 años contribuyeron a consolidar su existencia, que es lo mismo que consolidar la democracia y el autogobierno a través de algo tan sencillo, y a la vez tan grande, como la práctica de la "conversación formal".

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