Fraude millonario entre campos de golf
El pacto de precios entre fabricantes de tubos televisivos se fraguó en cientos de reuniones de alto nivel y lujo
La mayor burla a la competencia que han padecido los consumidores europeos se fraguó con altas dosis de ostentación y lujo. Para pactar precios y reducir la demanda, los responsables de ocho gigantes tecnológicos —en ocasiones sus consejeros delegados— se entregaban a sesiones de trabajo como esta: reunión de alto nivel en una lujosa sala del hotel Marriot en Kuala Lumpur (Malaisia), almuerzo en el Club House y, como cierre, golf en el Club Palm Garden. Entre hoyo y hoyo, los ejecutivos diseñaban el cartel más perfecto con que se ha topado nunca la Comisión Europea. Hasta que uno de los ocho participantes decidió delatar al resto por miedo, ambición u otras razones difíciles de demostrar.
Bruselas ha destapado esta semana la gran trama contra la competencia que ha valido a sus integrantes la mayor multa de la historia comunitaria. En total, 1.470 millones de euros que tendrán que abonar seis de las empresas líderes en el consumo tecnológico por amañar el negocio de los tubos catódicos: LG, Philips, Samsung, Panasonic, Toshiba y Technicolor. Una séptima, MTPD, ha sido sancionada, pero la responsabilidad recae en Panasonic, de la que hoy es filial. La octava, la taiwanesa Chunghwa, se libró por haber puesto a la Comisión Europea sobre la pista del entramado. Curioso el lema de este gigante asiático, según figura en su página de Internet: “Siempre por delante”.
La gran trama contra la competencia ha valido a sus integrantes la mayor multa de la historia comunitaria: 1.470 millones de euros
La profesionalidad con que actuaban los miembros de este cartel es equiparable al daño causado al bolsillo de los consumidores, pues el coste de los tubos puede representar el 70% del precio final de la pantalla. Las empresas guardaban actas de todas las reuniones celebradas, de dos tipos: las llamadas “verdes”, como la descrita en Kuala Lumpur, porque siempre acababan con una partida de golf y las equívocamente denominadas glass, palabra que en inglés puede aludir al vidrio del que están hechos los tubos catódicos o a las copas que tomaban sus integrantes. Estos encuentros, de menor nivel que los primeros, llegaron a tener una frecuencia semanal, lo que indica que la manipulación de mercados centraba la agenda de los directivos de esas firmas.
Las reuniones iban mucho más allá del pacto de precios, la irregularidad clásica en estos casos. Las compañías se repartían el mercado hasta el punto de discutir sobre clientes individuales y decidir quién le hacía la propuesta más competitiva. Además, reducían la producción cuando era necesario para mantener los precios elevados. Como prueba de que cumplían lo pactado, representantes de unas empresas se personaban en las fábricas de sus competidoras y comprobaban in situ si las cuotas eran las acordadas.
Durante casi 10 años, hasta 2006, la estrategia parecía inquebrantable. “Gracias al éxito de estas reuniones, todos hemos disfrutado del negocio este año”, aseguró uno de los participantes, según las actas de estos encuentros. En el grupo había dos firmas más cautas que el resto —Toshiba y Panasonic— que preferían los encuentros bilaterales para limitar los riesgos. Pero finalmente hubo al menos 1.000 contactos entre los dos carteles de los tubos (para televisores y para pantallas de ordenador) aseguran fuentes de la Comisión Europea.
El minucioso seguimiento y la continua documentación de los hechos sentenciaron la trama. Porque, a la vista de los archivos, sus integrantes no hicieron caso a las frases que, al estilo de los espías, incluían muchos de los documentos: “Por favor, destruir después de leer” o “Hay que mantenerlo en secreto porque sería muy perjudicial si lo descubren los clientes o la Unión Europea”.
Las autoridades de Competencia no tenían sospechas del cartel. Pero la empresa taiwanesa Chunghwa aportó pruebas inequívocas y el departamento que dirige Joaquín Almunia comenzó a investigarlo en 2007. Los expertos concluyeron que esas maniobras ilegales llegaron incluso a frenar el avance tecnológico hacia la siguiente generación de pantallas, de LCD. Al final, la implantación del nuevo producto fue inevitable, pero no la libre competencia que se le presupone: las pantallas de LCD acabaron también bajo la lupa de Bruselas, que impuso otra multa millonaria a seis productores por fijar precios. Un cartel casi perfecto que acabó reemplazado por otro cartel.
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