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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una recuperación sostenible

El principal problema que se perfila en el horizonte es el de la educación en todos sus niveles

José Luis Leal

La Administración ha celebrado con entusiasmo el fin de la recesión gracias a que el pasado trimestre el PIB, en vez de disminuir como venía haciéndolo desde tiempo atrás, creció una décima. Conviene, sin embargo, colocar en perspectiva una noticia que, aunque indudablemente positiva, no basta ni de lejos para dar por concluida la crisis.

Como es sabido, fue el sector exterior el que impulsó el crecimiento, pues la demanda interna (consumo e inversión) continuó cayendo. Es razonable pensar que en los próximos trimestres la demanda interna termine por estabilizarse y comience a crecer, aunque sea muy lentamente. Mientras tanto, lo importante es explorar si las exportaciones continuarán su marcha o si, por el contrario, terminará por agotarse su impulso.

Desde esta perspectiva, dos interesantes informes, uno del Servicio de Estudios del BBVA y otro del Banco de España, permiten un cierto optimismo. La cuestión clave que ambos informes abordan es la de saber hasta qué punto el auge de las exportaciones es coyuntural, es decir, ligado al ciclo económico, o estructural, ligado en profundidad al proceso productivo de nuestra economía. El Banco de España estima que los aspectos estructurales y coyunturales se equilibran, mientras que el BBVA es más optimista y estima que el aspecto estructural tiene bastante más peso que el ligado a la coyuntura.

La estructura de nuestras exportaciones es bastante equilibrada. Los principales productos que exportamos —bienes de equipo, automóviles y productos químicos— tienen una buena demanda internacional. En el resto de las mercancías que exportamos se advierte a menudo un cambio cualitativo hacia bienes de mayor valor añadido: es el caso, por ejemplo, del sector textil, del calzado o del agroalimentario.

Es razonable un prudente optimismo para los próximos años basado las exportaciones

Las recientemente publicadas previsiones del FMI para la economía mundial no solo no contradicen los estudios antes citados, sino que refuerzan en cierto modo sus conclusiones. Desde hace tiempo esta organización internacional incluye en sus previsiones una estimación de las tendencias a medio plazo de las economías que analiza. Para 2018, el FMI pronostica que el crecimiento de nuestra economía será del 1,2%, como el de Italia o Alemania, pero inferior al de Francia, y que el excedente de la balanza por cuenta corriente alcanzará el 6% del PIB, frente al equilibrio de Francia o el déficit de Italia. Es una lástima que ambas cifras no hayan despertado un interés mayor en España, pues plantean un problema de fondo para la política económica, ya que no serían aceptables desde la perspectiva del empleo. Es difícil pensar que un Gobierno, cualquiera que sea su signo, permanecerá impasible ante un excedente de esa envergadura en las cuentas del exterior sin relanzar la economía, siempre y cuando su situación presupuestaria se lo permita.

Lo importante, desde el punto de vista del sector exterior, es que el FMI piensa que se mantendrá la competitividad de nuestros productos y que el modesto crecimiento de la economía no dará al traste con el auge exportador, como venía siendo la norma desde hace varios decenios. Dicho de otra manera, piensa que el excedente de la cuenta corriente tiene un elevado componente estructural. La conclusión de todo ello es que será posible crecer, aunque sea modestamente, y desendeudarse: algo que no está al alcance de todos los países.

Es pues razonable mantener un prudente optimismo para los próximos años basado, fundamentalmente, en un incremento de las exportaciones obtenido gracias al esfuerzo de los trabajadores al aceptar ajustes salariales a menudo difíciles, y al de las empresas que han sido capaces de abrir nuevos mercados para sus productos. Pero en el horizonte se perfilan otros problemas que si no se abordan ahora con decisión podrían dar al traste con las buenas perspectivas que se dibujan. De entre ellos el principal es el de la educación en todos sus niveles.

El actual debate sobre la LOMCE es bastante desalentador. Se ha discutido hasta la saciedad el papel de la religión en los planes de estudios, cuestión importante sin duda, pero apenas se ha hablado de algo que desde una perspectiva de largo plazo debería ser uno de los elementos esenciales de la reforma, es decir, si el nuevo planteamiento mejora o no la empleabilidad de los alumnos a la hora de buscar trabajo. No hay, desde luego, razones para el optimismo: cada vez que se ha planteado una reforma educativa en España nos hemos encontrado con un enfrentamiento irreconciliable entre los dos principales partidos políticos: sucedió en la pasada legislatura y sucede en la actual, por tomar solo los ejemplos más recientes. La ideología, de derechas o de izquierdas, prevalece de manera arrolladora sobre la necesidad de integrar y formar buenos ciudadanos y sobre su futuro bienestar material. Es un camino que no conduce a ninguna parte.

Existe una correlación alta entre los países con mejor sistema educativo y los que  menos desempleo padecen

Desoímos lo que nos dicen regularmente los informes internacionales sobre el estado de la educación en España y no queremos ver que a pesar de tener un gasto por estudiante en la enseñanza secundaria superior al promedio de la OCDE, los resultados están muy por debajo de la media, no solo en lo que se refiere a los que actualmente cursan sus estudios, sino también a los que hace tiempo que pasaron por las aulas. La tendencia hasta ahora ha sido la de descalificar los informes que nos dejan en mal lugar. En el caso de la educación secundaria, los que lleva a cabo regularmente la OCDE; en el caso de la enseñanza universitaria, los que realizan diversas instituciones en el mundo. La clasificación más difundida es la de la Universidad de Shanghái, que coloca a la primera universidad española en el puesto 201 de la clasificación mundial; en la clasificación del CSIC, la primera universidad española se sitúa en el puesto 91, en la del Times de Londres en el 164. No hay mucho de que presumir.

Deberíamos tomar en consideración lo que estos informes nos dicen, pues no auguran nada bueno para el futuro. Existe una correlación elevada entre los países que mejores calificaciones obtienen de sus sistemas educativos y los que más exportan y menos desempleo padecen. El camino está claro, pero, aparentemente, nuestro sistema político no está dispuesto a emprenderlo.

Tenemos aún un corto tiempo de respiro duramente ganado. Empresarios y trabajadores se han esforzado por superar la difícil situación de nuestra economía y lo empiezan a conseguir tras haber aceptado duros sacrificios. En la cuneta han quedado millones de desempleados y decenas de miles de empresas cerradas. Nuestros dirigentes, en el poder o en la oposición, deben escuchar lo que se nos dice desde fuera y extraer alguna conclusión útil para el futuro. Si no lo hacen, la recuperación actual puede transformarse en pan para hoy y hambre para mañana.

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