¿Son ciertas las críticas comerciales de Trump a China? Algunas sí, pero sus recetas no lo arreglarán
Algunas quejas del presidente estadounidense de competencia desleal tienen fundamento, aunque los analistas dudan que desatar una guerra comercial contribuya a arreglarlas
El tiempo de diálogo va llegando a su fin. Tras varias rondas de negociaciones bilaterales que no han desembocado en un acuerdo, la administración estadounidense tiene previsto aprobar este viernes 6 de julio nuevos aranceles sobre mercancías chinas por valor de 34.000 millones de dólares y Pekín, casi con toda seguridad, responderá con la misma moneda. Por tanto, el conflicto comercial entre las dos grandes economías del mundo, salvo sorpresa mayúscula, tiene visos de escalar a un nivel nunca visto.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue el que empezó este conflicto comercial con la orden de gravar ciertos productos procedentes de China al considerar que Pekín lleva a cabo “prácticas comerciales desleales” que, en su opinión, han contribuido a generar el abultado déficit comercial de su país frente al gigante asiático. Pero, ¿tiene razón Trump en sus reclamaciones?
China, que en los últimos treinta años ha llevado a cabo un proceso de apertura económica gradual, sigue teniendo un control considerable sobre su economía. Las empresas estatales son líderes y actúan en régimen de monopolio u oligopolio en sectores estratégicos, existen fuertes restricciones a los movimientos de capitales o hay áreas prohibidas para la inversión extranjera (28 en la actualidad), y en otras existe la obligación de juntarse con un socio local para operar.
En su encuesta anual, la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China pregunta a sus miembros, es decir, a empresas europeas que operan en el país asiático, sobre varios asuntos relativos a su negocio y actividad en China. Algunas de las cuestiones inciden directamente sobre prácticas de las que Trump se ha quejado. Aunque se trate de empresas europeas y no americanas, su visión da una idea de lo que experimentan sus contrapartes del otro lado del Atlántico en suelo chino.
Protección de la propiedad intelectual. Las compañías encuestadas aseguran en su mayoría (59%) que las leyes chinas sobre protección de la propiedad intelectual sobre el papel son excelentes o adecuadas, aunque solamente un 34% consideran que su implementación es buena. La creación de tribunales específicos para estos casos ha mejorado algo la situación (en 2014 solo un 18% así lo consideraba), pero queda mucho por avanzar. La prueba es que China sigue siendo, de lejos, el principal país de origen de productos falsificados y pirateados del planeta.
Transferencias de tecnología. Sea por la obligación de producir o vender con una empresa local o por lograr entrar en el mercado chino, algunas empresas dicen haberse sentido obligadas a ceder sus tecnologías o secretos comerciales. Pekín siempre lo ha negado, mientras que Trump dice que estas prácticas han costado miles de millones de dólares a Estados Unidos. Según la encuesta, prácticamente una de cada cinco se ha visto en esta tesitura, algo que afecta especialmente al sector aeronáutico y aviación y a empresas de la construcción e ingeniería civil.
Falta de reciprocidad de acceso al mercado. Dos de cada tres compañías consideran que tienen mucho más difícil acceder al mercado chino en comparación con lo que se encuentran sus contrapartes chinas cuando viajan a Europa. El consenso es total en el delicado sector de las telecomunicaciones y tecnologías de la información, mientras que los más satisfechos en este sentido –a pesar de tener que contar con un socio local- son los fabricantes de automóviles. El conglomerado chino HNA, por ejemplo, es dueño de un aeropuerto en Alemania, algo impensable de lograr en China por una empresa con capital foráneo.
Acceso a subsidios. China ha sido criticada por inundar con subsidios estatales a sectores que quiere promover, favoreciendo a empresas locales en deterimento de las extranjeras. Un 71% de las compañías europeas en China no considera que esto sea así, y solamente las firmas del sector del medio ambiente y energías renovables se sienten perjudicadas por una repartición desigual de las ayudas estatales.
Made in China 2025. Este plan de modernización industrial de China es, para Estados Unidos, un intento del país asiático de controlar las industrias de vanguardia en un futuro próximo a través del robo de tecnología si hace falta. El programa está ya invirtiendo miles de millones de dólares en áreas cruciales como la robótica, biotecnología, la inteligencia artificial o los semiconductores para que las empresas locales despunten en estos sectores. La gran mayoría de compañías europeas (62%) no puede evaluar aún el impacto de este plan en su negocio, mientras que el resto se muestran divididas entre si se sienten discriminadas o no por éste.
“Compartimos las preocupaciones de la administración estadounidense, pero no estamos de acuerdo con los métodos. No creemos que los aranceles sean la manera de abordar esta materia tan compleja”, explica Mats Harborn, presidente de la Cámara. Esta entidad, junto con otros organismos internacionales, insiste en que China debería acelerar su proceso de reformas económicas no solamente para evitar episodios de tensión con sus principales socios comerciales, sino también por su propio beneficio. “El tiempo se agota y Pekín debe mostrar que va en serio en el cumplimiento de sus promesas”, subraya Harborn.
China, sin embargo, rechaza de plano las presiones externas. Para Chen Fengying, exidirectora del Instituto de Economía Mundial (organismo vinculado al Gobierno chino), el país ha mejorado “significativamente” en todas esas áreas controvertidas y sus prácticas actuales “se ajustan a las marcadas por la Organización Mundial del Comercio”. La economista asegura que “los objetivos de Trump no son comerciales, sino estratégicos” y avisa que Pekín “no cambiará el curso de su desarrollo por órdenes de una persona u otro país”. Con los aranceles a punto de entrar en vigor y sin aparentes concesiones por parte de ambos lados, pronto se verá si la decisión de Estados Unidos de aplicar la mano dura contra Pekín arroja los resultados esperados por Trump arrastra las relaciones comerciales de las dos mayores economías mundiales a un territorio desconocido.
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