El pollo industrial a precios bajos manda en España
El sector reconoce los cambios de hábitos del consumo pero insiste en que las granjas, donde el ave se controla desde el nacimiento hasta el empaquetado, garantizan la oferta
Los avicultores franceses enfurecieron cuando Stéphane Travert, su ministro de agricultura, prometió el pasado mes de febrero que se prohibiría la venta de huevos de gallinas en jaulas a partir de 2022. “Imposible”, respondieron. Más de 33 de los 48 millones de ponedoras del país vecino viven en esas condiciones, lo que ha llevado a la interprofesional del sector, CNPO, a presentar apresuradamente una campaña para proteger su mercado y responder al desafío, un plan que incluye el alojamiento de nueve millones de animales en lugares más confortables para esa fecha, lo que equivale a la mitad de las enjauladas. Es todo lo que pueden prometer, porque, dicen, necesitan invertir 277 millones que alguien tendrá que pagar (y no serán solo ellos). En su proyecto de choque incluyen una marca de calidad similar a la que los británicos lanzaron hace dos décadas (British Lion Eggs) para reforzar entre la población la imagen de que el huevo del país es de gran calidad.
Francia es el espejo en el que se miran los empresarios españoles, pero está muy lejos de su alcance. “Ellos defienden su mercado. Ojalá aquí supiéramos hacer lo mismo”, suspira desde la Federación Avícola catalana su presidente, Joan Antón Rafecas. El mismo kilo de carne de pollo al otro lado de los Pirineos puede costar un euro o más en los supermercados. Claro que, en el país donde el gallo es un símbolo nacional, el número de marcas de origen es innumerable frente a las escasísimas etiquetas españolas (están reconocidas las denominaciones de origen del Pollo y Capón del Prat, el Gallo del Penedés y el Pollo del Caserío vasco). Cuestión de arraigo en la sociedad. Porque a su vez, los granjeros galos gozan de un gran peso frente a la existencia en España de dos mundos muy diferenciados (por un lado la gran industria integrada verticalmente y mayoritaria y, por otro, los escasos productores locales independientes).
En España, como se ve, canta otro gallo. La presión de grupos animalistas, dicen en el sector, está llevando a la distribución a prometer a sus consumidores sólo productos de “gallinas felices” pero sin reparar en el precio que están dispuestos a pagar esos mismos consumidores por un tipo de cría distinto e igualmente válido desde el punto de vista de la calidad nutricional o de la seguridad alimentaria. El huevo ha sido el primer producto en notar esa tendencia, pero detrás podría venir la tan banalizada carne de pollo, ahora procedente de grandes granjas tecnificadas. ¿Es viable? “La realidad no es tan simple como para decir que una cosa es buena o mala”, reflexionan desde la patronal del huevo Aseprhu. Unas 30.000 personas viven de la cría de aves para carne cuya producción se eleva a 2.500 millones de euros (incluidas carnes de pavos, patos, pintadas, codornices, perdices, palomas o faisanes) y otros 15.000 trabajadores se emplean en la producción de huevos, que alcanza los 1.300 millones de euros.
John Brunnquell, presidente de la mayor compañía de animales camperos de EE UU, recordaba recientemente en un artículo recogido por la revista Selecciones Avícolas que en los años 80, el peso del pollo broiler (o industrial, el pollo que se identifica por su plumaje blanco), era de 1,5 kilos. Gracias en un 90% a la selección genética, ahora ese mismo pollo puede engordarse hasta alcanzar el doble de peso. “Pero ese crecimiento ni es infinito ni sale gratis. La eliminación de antibióticos y una creciente aversión del consumidor a pollos amorfos y flácidos ha llevado a los países del norte de Europa a plantearse bajar el pie del acelerador. La etapa en la que elegíamos el sistema de producción [...] basándonos solo en el menor coste posible no va a volver”, remarcaba el empresario.
Pero precisamente la industria y los consumidores están habituados a altas producciones que dan lugar a esos precios bajos. Según el Ministerio de Agricultura, en España se sacrifican 760 millones de aves al año para carne —una media de 16 por habitante— y hay 46,7 millones de ponedoras que suministran más de mil millones de docenas de huevos al mercado. Por mucho que ciertas cadenas de distribución hayan anunciado el fin de los huevos procedentes de hembras enjauladas, la realidad es que más de 40 millones de ejemplares viven así, el 88% del total, según datos de 2017.
En la avicultura de carne reina el pollo blanco, el citado broiler, que en un máximo de 42-45 días se engorda para llegar a rozar los tres kilos. “Una máquina de transformar pienso en proteína animal”, como lo suelen calificar. Esa producción intensiva se realiza en el suelo de naves (no en jaulas), donde la densidad de los ejemplares está en 33 kilos por metro cuadrado de peso vivo, lo que marca la directiva europea de bienestar animal de 2007. Esto quiere decir que en cada metro cuadrado caben hasta 12 pollos en su peso máximo al final del ciclo. Dentro del reglamento comunitario se especifican otras condiciones de humedad, luz, temperatura o alimento para garantizar el mínimo estrés posible a los ejemplares. Eso, unido a unas circunstancias empresariales concretas, hace que los precios del kilo de carne en España sean bajos (1,67 euros en las cotizaciones de 2017) frente a los que se pagan en origen en el resto de Europa, de 1,83 euros de media. Solo Portugal tiene un pollo más asequible en origen. En el supermercado, ese precio (incluidos costes logísticos e impuestos) ronda los tres euros, más allá de que, por el tipo de despiece o por la calidad de la carne, se pueda llegar hasta los ocho euros o más por kilo.
“Se ha avanzado mucho en tecnología, los hábitos de consumo han variado algo y se aprecian crecimientos de dos dígitos de los productos ecológicos. El bienestar es una tendencia imparable”, cree el secretario de ganadería de UPA, Román Santalla. Ángel Martín, secretario de la patronal Propollo, explica que generalmente los ganaderos optan por “densidades de cría bajas, porque en España tenemos temperaturas muy altas que nos impiden meter muchos pollos en un mismo lugar”. Las empresas empiezan a dar paso a otro tipo de crianza menos intensiva, pero eso no quiere decir que todo vaya a cambiar. “Es verdad que el pollo de crecimiento lento gana terreno, pero no es fácil, son estirpes diferentes [al broiler]. Ocurre como con las vacas: la de leche no es buena para carne y al revés. Los de crecimiento lento tienen más grasa, más sabor. A la fuerza son más caros, y eso tiene que ir calando en el mercado”, dice Martín.
La tendencia, apunta un informe de Alimarket, es a conseguir un pollo más “saludable” y “animal friendly”. Pollos “eco”, “camperos” o de “crecimiento lento” empiezan a ganar terreno con una dieta 100% vegetal basada en cereales y con menos soja y un periodo de engorde de unos 56 días. Pero, como ocurre con los huevos, solo representan una pequeña parte de la producción.
El sector tiene, además, otro frente abierto. Con la crisis vivió un buen momento, cuando la depresión económica hizo que los hogares se pasasen a este alimento en detrimento de otras carnes más caras, pero en los últimos años el negocio “no ha ido bien, está en proceso de cambios”, señalan en la patronal. El consumo en los hogares ha descendido paulatinamente desde 2013. De los casi 15 kilos per capita al año en 2012 se ha pasado a poco más de 13. El único consuelo ha estado en el turismo, que invariablemente genera un incremento de las ventas veraniegas en la costa levantina, Andalucía y Cataluña por ser un producto ligero, barato, rápido de elaborar y que, además de en asadores, también se consume en preparados como los kebaps.
Hay otro elemento que ayuda a comprender la estructura de costes bajos de la avicultura española. “El sector está integrado en un 90%” explica Román Santalla. Las mismas empresas poseen los piensos, realizan la cría, el cebo, el sacrificio, despiezan, envasan y distribuyen la mercancía gracias a sus activos y a las granjas asociadas. En la distribución, la carne de ave es un producto reclamo, como la leche o el pan, y su precio siempre está contenido. Eso lleva a grandes terremotos entre los industriales, como el que protagonizó el año pasado el grupo Sada, filial de la holandesa Nutreco.
Los amos del negocio
Sada es la número uno en el país, con seis plantas de producción, 25 delegaciones comerciales, 270 rutas de reparto y cerca de 7.000 clientes. Tiene incubadoras que proveen de pollitos a 700 granjeros que ceban en exclusiva para el grupo, pero en 2013 Mercadona anunció el fin progresivo del contrato de pollo que tenía con ella en un periodo de tres años. En 2017 tuvo que afrontar el fin completo de su acuerdo y ahora en su lugar figura como interproveedora Avinatur, la otra cara de la moneda, que ha crecido un 50%, ha contratado a 200 personas y anunció inversiones en nuevas plantas de piensos, en mataderos y en el centro de envasado. Al renunciar al jugoso pacto y a unos ingresos garantizados, Sada en cambio ha tenido que cerrar plantas y conformarse con unas ventas menguantes (la matriz facturó 100 millones en 2016 frente a los 140 de 2015), que no ha podido suplir con otros canales comerciales, como las pollerías tradicionales. “El pollo continúa siendo la proteína más barata de origen animal, y aunque en el sector de la distribución hay signos de recuperación, es más en volumen que en precios de venta”, aseguraba la empresa hace un año en la explicación de sus cuentas.
En este clan de los señores del negocio le siguen la empresa familiar de Lleida Vall Companys, que no ofrece datos de facturación desglosada de su área avícola, Uvesa y Avinatur. En la navarra Uvesa (376 millones en facturación) admiten que el mercado de la carne “ha vivido durante los últimos ejercicios momentos muy convulsos, lo que se ha traducido en una reducción de los márgenes”. Pero ven que la feroz competencia ha provocado algo que creen positivo: una importante concentración y profesionalización del sector, “lo que ha elevado la calidad general del producto, que está en niveles muy altos”.
“La ruptura del acuerdo de Sada causó bastante nerviosismo”, reflexiona Santalla. “Suponía el 25% del sector y ha tenido que encajar su producción en otras distribuidoras”. Superado ese bache, considera que este es un buen momento para las empresas integradoras y la distribución porque los precios empiezan a recuperarse, pero no para los productores que trabajan para ellas. “No estamos satisfechos, somos el eslabón que no ha ganado nada”. Siguen denunciando el incumplimiento de los contratos, la pérdida de las explotaciones, “de 5.700 a 4.900” en pocos años. Mientras se cierran granjas lejos de los mataderos se abren otras mucho más grandes. “Nosotros representamos a un sector familiar en la mayoría de los casos, pero está entrando capital de otros sectores para montar macrogranjas. Eso puede desvirtuar la normalidad del mercado”.
Aunque las denuncias insistentes de los ganaderos sobre supuestas ventas a pérdidas en la distribución —de hasta 2,18 euros el kilo con IVA incluido— por ahora no han prosperado. La Agencia de Información y Control Alimentarios (Aica) no halla, según explica el ministerio, prácticas generalizadas. “Aica tiene un plan específico para evitar la banalización [de la carne de ave] por el que, cuando se detecta un precio anómalamente bajo en un distribuidor, activa una inspección para comprobar si cumple la ley de la cadena en cuanto a la existencia de contratos y a los plazos de pago”, explica un portavoz. Desde el año pasado hasta esta semana, el ministerio admite que les han llegado 38 casos, pero solo ha incoado tres expedientes por retrasos en los plazos de pago a dos cadenas de supermercados.
Pese a todo, es innegable que la gran distribución tiene un alto poder de control de los precios, ya que canaliza casi la mitad de las ventas y solo un 26% se coloca en carnicerías y charcuterías. Los productores son muy sensibles al mercado interior porque apenas hay negocio exterior, ya que éste supone solo el 15%. Y esas ventas fuera sufren grandes altibajos por enfermedades como el virus de la influenza aviar. Tras registrar aumentos del 160% entre 2008 y 2016, las exportaciones se pegaron en el último ejercicio un gran batacazo “por la decisión de las autoridades de Sudáfrica de prohibir las importaciones de carne de ave procedentes de toda la UE por motivos sanitarios”, tras detectar varios brotes en el norte de Europa, dice el último informe del ministerio de Agricultura. Sudáfrica es el principal destino no comunitario de la mercancía española tras Francia, Portugal, Reino Unido y por delante de China o Dinamarca.
Con todo lo anterior, la industria vive en un permanente endeble equilibrio, teniendo que ajustar la producción a la demanda al máximo cada año y buscando añadir valor al ave.
En Uvesa, por ejemplo, intentan potenciar los despieces frente al pollo entero: desde hacer filetes a nuevos desarrollos en cortes para tiras, fajitas o tacos. También ofrecen pollos preasados, productos preparados o semipreparados. Aunque solo el 3% de los pollos engordados en España tengan algún elemento diferencial del clásico broiler, otras marcas llevan años trabajando en animales más adaptados a esos nuevos consumos. Es el caso de la cooperativa ourensana Coren y su pollo de corral, que puede estar al aire libre, o la tradición de firmas catalanas para ofertar el “pollo amarillo”, alimentado con más grano de maíz. Las principales empresas del país tienen una división de elaborados frescos y añaden nuevas referencias cada poco tiempo. Libres de gluten, sin alergenos, conservantes o aditivos y gamas con menos grasas. En cuanto a las inversiones, se centran en impulsar líneas de elaborados, ampliar naves e innovar en empaquetado. Todavía muy lejos de experimentos como los que se han comenzado a ver en países como Corea, que ensaya a través de un acuerdo con LG una tecnología basada en inteligencia artificial para conseguir granjas autónomas que detecten, a través de sensores y drones, los cambios ambientales y el estado de los pollos —y que no necesiten personal—.
Aquí la industria avícola sigue siendo un negocio sujeto a vaivenes pese a tener una buena materia prima, como reconoce Vicenç Tirado desde la indicación protegida Pollo y Capón del Prat. “En nuestro caso hemos conservado razas autóctonas y su aprovechamiento siempre se ha vinculado a la actividad agraria de la zona”.
Escasa transparencia
En noviembre pasado en Alemania se inauguraba una de las mayores plantas de incubación de Europa, capaz de criar 1,6 millones de pollitos por semana. Allí los animales acceden al pienso y al agua desde el mismo momento de su nacimiento y pueden ser vistos por cualquier persona desde unos pasillos aislados que permiten la entrada de grupos sin que ello perturbe a las crías.
En España son pocas las empresas que abren sus puertas a las visitas por miedo a que lo que observen los consumidores no sean los animales correteando por el campo que suelen ilustrar páginas web e informes. Es un efecto que ha sido estimulado por el hermetismo clásico del sector. Ni siquiera las grandes corporaciones, con alguna excepción, se molestan en dar una información detallada de sus cuentas o proyectos más allá de anuncios puramente comerciales.
“El futuro está en que el producto se adapte a los gustos y necesidades del consumo. Pero si ahora nos dijesen que los 750 millones de animales tienen que estar en libertad, sería imposible”, reconoce la patronal. “El tema de la crianza, manipulación… se ha sacado un poco fuera de madre. Los consumidores no tienen conocimientos técnicos suficientes y no se pueden dejar llevar por unas fotografías. Creo en los argumentos científicos. Y creo que en el tema de la producción y manipulación debe de quedar en manos responsables y técnicas”, argumenta Ángel Martín desde Propollo.
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